“Creo en vos arquitecto, ingeniero,
artesano, carpintero, albañil y armador.
Creo en vos, constructor del pensamiento,
De la música y el viento, de la paz y del amor.
Yo creo en vos, compañero,
Cristo humano, Cristo obrero
De la muerte vencedor con el sacrificio inmenso
Engendraste
al hombre nuevo para la liberación”.
Si hubiera que elegir una composición para las
honras fúnebres de este poeta, sacerdote, escritor, escultor, teólogo y
político, modestamente sugeriría al encargado del ritual el Credo de la Misa
Campesina, de Carlos Mejía Godoy -el de “los perjúmenes, mujer”, ¿recuedan?-,
porque Cardenal era, sobre todo, un hombre de fe; de fe en la humanidad.
Creía, con el compromiso político y la
reflexión teológica, en los habitantes de este mundo, que debía ser reformado
para que los seres humanos tuvieran realmente una vida humana, lo que llevó a
apoyar el movimiento armado contra la prolongada dictadura de la familia
Somoza, que era la dueña y señora de Nicaragua, que fue desalojada del poder,
tras un conflicto civil que provocó 50.000 muertos.
Y después a comprometerse, como ministro de
Cultura del primer gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que
tendría una agitada existencia, ya que el primer documento de Santa Fe (Nuevo
Méjico) había dictaminado que el mar Caribe era un lago marxista y suponía un
peligro para Estados Unidos y sus aliados.
En consecuencia, las reformas revolucionarias
del país fueron abortadas por los atentados y sabotajes contra granjas,
escuelas y cooperativas, más que contra objetivos militares, perpetrados por tropas
mercenarias de la “Contra”, asentadas en Honduras y alimentadas por el presidente
Reagan, en lo que se llamó “una guerra de baja intensidad”, cuyo objetivo no
era derrocar al gobierno, sino desgastarlo actuando contra infraestructuras civiles.
La ofensiva de la “Contra”, financiada
ilegalmente por la CIA, sin autorización del Congreso (escándalo Irán-Contra),
quebró al gobierno y al país.
Agotado moralmente y económicamente extenuado
por diez años de guerra, que habían constado 30.000 muertos y un daño material
incalculable, el país escuchó los cantos de sirena de Violeta Chamorro y en 1990
entregó el poder a la derecha, que, ya desde dentro lo acabó de expoliar,
empezando por privatizar todo lo que pudo, y después durante el corrompido
mandato de Arnoldo Alemán.
En 2006, los sandinistas ganaron las elecciones,
pero el sandinismo no era el mismo, ni tampoco Daniel Ortega, cuyo despótico gobierno
persiguió a Cardenal. Quien ya había recibido una pública reconvención de aquel
colosal reaccionario polaco que llegó al solio pontificio con el anticomunismo
como norte de su infausto magisterio.
Cardenal era un defensor de la Teología de la
Liberación y Juan Pablo II formaba con Reagan y Thatcher un triunvirato conservador
decidido a acabar con la Unión Soviética y con el comunismo sobre la faz de la
tierra.
El mundo estaba cambiando rápidamente, los
curas obreros y guerrilleros estaban pasados de moda y la Teología de la
Liberación era condenada por el Vaticano y además combatida por diversas
iglesias protestantes conservadoras, en una operación promovida por el Instituto
para la Religión y la Democracia, vinculado a los halcones del Partido
Republicano para neutralizar la influencia de la Teología de la Liberación -“un
disfraz religioso del marxismo”- entre las organizaciones populares y combatir
su postura abiertamente hostil hacia las dictaduras militares de la zona, apadrinadas
por el poderoso vecino del norte.
Viendo el rumbo que tomaba el sandinismo,
Cardenal abandonó la política. Vivía retirado, dedicado a pensar y a escribir
sus memorias.
Ha
muerto en Managua con 95 años. Y sabiendo cómo era y cómo ha vivido, no es necesaria
ninguna recomendación para que le reciban allá arriba, en la “pasarela”, en el
pórtico de la Gloria o en “La puerta del cielo” (como cantaba Gigliola
Cinquetti), tal como él recomendaba, en su día, a su Señor, que acogiese a una
empleada de tienda que se había querido matar a los dieciséis años.
“Señor:
Recibe a esta muchacha conocida en toda la
Tierra,
con el nombre Marilyn Monroe, aunque este no
era su verdadero nombre…
que ahora se presenta ante Ti sin ningún
maquillaje,
sin su agente de prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos,
sola
como un astronauta ante la noche espacial”.
(Oración
por Marilyn Monroe)
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