Antes
de declararse oficialmente el estado de alarma, la alarma ya cundía entre la
gente. Y una señal de la inquietud popular antes de que el Gobierno adoptase
las medidas más rigurosas para prevenir el contagio del virus, ha sido el
acopio de mercancías por iniciativa particular, sin esperar más instrucciones.
El
miedo al contagio del virus y al posible desabastecimiento si se daba el caso
de que cesase totalmente la actividad productiva, se tradujo en la apremiante
necesidad de adquirir bienes necesarios para hacer frente a un futuro incierto.
La consecuencia han sido las aparatosas compras familiares antes de recluirse
en los domicilios con la despensa llena y la nevera a rebosar, como si hubiera
que resistir todo un trimestre sin pisar la calle. Y uno de los productos más
demandados y antes agotado en tiendas y mercados ha sido el papel higiénico.
Ante
las cajas de los supermercados, largas colas de personas esperaban ser
atendidas mostrando, en el carro atestado de rollos de papel higiénico, el ansiado
botín de guerra tras arrasar lo que había en las estanterías, como si hubieran
conseguido la vacuna que habría de evitarles el contagio del virus por vía
rectal.
En
la mayoría de los casos, los histéricos y disentéricos acopiadores de rollos
eran personas que por su edad no podían recordar el hambre y la escasez en los
años de la guerra civil y la postguerra, ni parece que actuaran impulsados por
el recuerdo de famosos asedios de nuestra historia, como los de Numancia, Sagunto,
Gerona o Zaragoza.
Posiblemente
esta fiebre compradora fuera un acto reflejo adquirido por un largo
adiestramiento en las trampas y placeres de la sociedad del consumo, o por el
afán de acaparar pensando únicamente en proteger a sus familias y no en las
necesidades de los demás, o debida sólo al temor de volver a aquellos tiempos en
que el papel de periódico, además de servir de soporte a la información, tenía,
tras la lectura, otros usos modestos, aunque necesarios, en la precaria economía
de los años cincuenta y aun de los primeros sesenta.
Cuando
aún no existía la noción de reciclar, el papel de periódico ya tenía esa
función recuperadora y ahorrativa, pues, una vez cumplido el objetivo
principal, lo mismo servía para envolver el bocadillo de media mañana que el
pescado, por encima del papel de estraza. Y cortado en trozos rectangulares servía
para ser colgado de una escarpia en los retretes de algunos bares ubicados en lugares
a donde, por la falta de dinero o de gusto del dueño, no había llegado todavía
el lujo de los rollos del “Elefante”, que, a pesar de las aristas que ofrecía
al doblarse, era el paradigma de la buena limpieza del tafanario.
Ese imprescindible menester
fue descrito y a la par loado por aquellos célebres gamberros de La Trinca, en
su “Oda al papel higiénico”, montada sobre la Novena Sinfonía de Beethoven, que
ya es atrevimiento, como si el maestro de Bonn, además de la sordera, hubiera
padecido alguna afección intestinal. Aunque, quizá el trío catalán sólo
quisiera ofrecer el oportuno contrapunto a aquel texto de Quevedo titulado “Gracias
y desgracias del ojo del culo”, dedicado galantemente a una señora.
En la sociedad moderna, y
España lo es, el papel higiénico es un elemento absolutamente necesario en la
vida cotidiana, de ahí viene su apetencia, tanta que parece que genera
adicción. Con su escasez, ha devenido en un bien económico por excelencia, ya
que la economía, contra lo que se dice, no es la ciencia de la abundancia, sino
el estudio de la pobreza, pues se ocupa de la gestión de los recursos escasos. De
ahí viene que, a causa de su escasez, siga creciendo de forma imparable la
demanda del rollo doméstico.
Si
sigue así, acabará cotizando en bolsa y servirá para compensar la caída del
Ibex.
El dibujo es de mi
hermano Antonio.https://elobrero.es/opinion/44876-cronica-del-asedio-el-papel.html .
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