martes, 17 de marzo de 2020

Crónica del asedio. Alguien a los mandos, por fin


En España, a causa de viejos problemas sin resolver o mal resueltos, de circunstancias del azar y de nuestra peculiar manera de entender la vida, en particular lo concerniente a la vida pública, hemos tenido la mala suerte de enlazar varias crisis, no sólo sobrevenidas de forma inmediata y sucesiva, sino incluso padecidas de manera superpuesta; solapadas.
La más antigua fue la crisis política, expresada en lo que se llamó desafección ciudadana respecto a las actividades de la clase política y a la marcha de las instituciones. Fue el gran desengaño político respecto al régimen democrático, de los últimos veinticinco años.
La segunda fue el estallido de la burbuja inmobiliaria, la subsiguiente crisis financiera y la gran recesión económica, con su secuela de recortes en el gasto público y medidas de austeridad, que golpearon con especial virulencia a los asalariados, a los autónomos, pequeñas empresas y a los grupos sociales económicamente peor dotados, mientras aumentaba el número de millonarios y crecía la fortuna de los que ya lo eran. Una crisis económica es un proceso de concentración de capital, había sentenciado Marx, pero el viejo león de Tréveris está muerto y pasado de moda (dicen).
Fue el gran desengaño económico, que se añadió al desengaño político.  
La tercera crisis -social- fue una consecuencia de la salida insolidaria a la crisis financiera impuesta por la Unión Europea y otros organismos internacionales, y aplicada sin vacilar por el gobierno central y por los gobiernos autonómicos.
Fue la crisis de los ciudadanos indignados, que se expresó en las masivas movilizaciones de protesta que tuvieron lugar entre 2010 y 2014, con un mensaje reivindicativo complejo, gremial y sindical, económico y también político, reformista pero también radical; una crisis que generó a su vez otras dos.
Una fue la crisis del modelo de representación política -“no nos representan”-, con la emergencia de dos nuevos partidos con la pretensión de poner fin al bipartidismo imperante, que resultó debilitado pero no extinguido ni reemplazado por otro con mejor resultado, al menos a corto plazo. 
La cuarta crisis, consecuencia en parte de la anterior, es la propuesta de que la recuperación de la recesión económica no sea equitativa. Tal es el proyecto de los nacionalistas catalanes -“el procés”- de que Cataluña, como región rica, incumpla su compromiso solidario con el resto del país y llegue, si es preciso, a la independencia para conseguirlo.
El fallido intento de llevarlo a cabo en octubre de 2017 y las consecuencias subsiguientes han agudizado las tensiones entre los partidos y dentro de ellos mismos, y han provocado nuevos desplazamientos del voto.
Un proceso encadenado de causas y efectos -insatisfacción-> protesta-> movilización-> reacomodo del voto-> división del espectro político-> inestabilidad gubernamental- nos ha traído, a través de sucesivas elecciones, hasta hoy, en que un gobierno muy inestable debe hacer frente a una nueva crisis provocada por un virus, cuya expansión es rapidísima, y a las consecuencias sanitarias y económicas que vengan a continuación. Pero después de cinco años de interinidad, de gobiernos breves o en funciones, parece que hay alguien a los mandos de la nave.  
Viendo la larga intervención del Presidente del Gobierno al presentar la grave situación del país, así como los motivos que animan al Ejecutivo y los propósitos que persigue al declarar el estado de alarma; viendo después la intervención de los ministros que componen el gabinete de crisis explicando las medidas que son de su competencia y cómo se van desgranando las medidas de choque, tengo la sensación de que, por primera vez en cinco años, hay alguien al frente del país, de todo el país, que, en una situación de excepción nacional, continental, planetaria, ha puesto en práctica el catón de todas las crisis, que es mando único, normas claras y ejecución jerárquica. Que es, precisamente, lo que se echa de menos a escala europea.

17/3/2020

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