miércoles, 2 de octubre de 2019

Lo hicimos y ganamos


Si hacemos caso a la versión de los nacionalistas, ayer, día uno de octubre, se celebró el segundo aniversario triunfal del triunfal referéndum de autodeterminación de la nueva, ma non nata, república catalana. Lo ratificaba una marcha, también triunfal, convocada bajo el lema “Lo hicimos y ganamos” (“Ho vam fer i vam guanyar”), que reunió en Barcelona a unas 20.000 personas (18.000 según la Guardia Urbana; 100.000 menos que el año pasado) para celebrar el fausto acontecimiento.
No son muchas personas, si es Barcelona la capital de la nueva república, aunque quizá la capital espiritual está en Waterloo y la capital ideológica deba buscarse en lo más profundo de Gerona, pero, como hubo manifestaciones similares en otras localidades, es de suponer que la nueva y menguante nación catalana se echó a la calle.
Eran pocos respecto al número de habitantes de Cataluña (7.565.000), pero eran la nación verdadera; la nación diversa -mujeres y hombres, jóvenes y viejos, adolescentes y niños, familias y amistades, ricos y pobres, capitalistas y obreros, empleados y parados, propietarios y proletarios, seglares y clérigos, católicos y no católicos, urbanos y rurales, de izquierda y de derecha-, pero animada por la misma voluntad y la misma, aunque decreciente, rebeldía.
Un texto, aprobado en el Parlament para los actos del día, que considera injusta cualquier sentencia del Tribunal Supremo que no absuelva a los procesados por “falsa sedición o rebelión”, suscrito por Junts per Catalunya, ERC y la CUP y apoyado por OMNIUM y la ANC, expresa el objetivo común de la diversidad política de la nación, un imaginario país en miniatura, que avanza, según el President Torra, sin excusas hacia la república catalana. Y avanza, añadamos, dirigida por Junts per Catalunya, enésima metamorfosis de CiU, el corrompido partido de la burguesía catalana nacionalista y católica, luego devenido independentista, escorado hacia la extrema derecha y con una preocupante deriva hacia el supremacismo de la raza, que lo acerca a la peor versión del fascismo.   
Cualquier otra sentencia, indica el texto pactado, sólo “se entenderá desde la lógica autoritaria” y la intención del Estado español (cuya cabeza visible en Cataluña es el President de la Generalitat, aunque esto no lo dice el texto) de “criminalizar el derecho de autodeterminación”, cuyo ejercicio “no es un delito, es un hecho”.
Pero, un hecho, un acto, sin un derecho que lo respalde, o contra un derecho que lo prohíba, puede ser un delito. Pero dejemos el derecho y vayamos a los hechos de ayer.
El discurso del nacionalismo catalán se mueve continuamente entre dos planos -el de la realidad y el de la ficción; entre lo que es y lo que pretende ser; entre los deseos y los derechos- y los mezcla, saltando de uno a otro, para confundir al oyente o para enunciar la confusión del hablante, pero lo que la gramática permite afirmar, la realidad lo puede desmentir.
Ayer, el President afirmó que la nación catalana avanza hacia la república independiente -un deseo-, pero los congregados en la calle celebraban un hecho victorioso -“Lo hicimos y ganamos”- que parecía desmentirlo. Sin embargo los hechos que triunfalmente se celebraban desmienten a unos y al otro: unas leyes que vulneraban el Estatut, aprobadas con trampas y sin tener mayoría suficiente, fueron la base de un referéndum declarado fuera de la ley por el Tribunal Constitucional, celebrado por la fuerza, sin censo, garantías, compromisarios, ni recuento de votos, y cuyo resultado no fue reconocido por ningún país. Ese es el balance de aquel día: la lectura correcta es: lo hicimos pero no ganamos. Y además nos costó caro.
Y el President reconoce el fracaso en cuanto tiene ocasión, cuando dice: “Lo volveremos a hacer”. Enuncia un deseo, otra cosa será el hecho y otra más, el derecho que le asista.


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