jueves, 24 de octubre de 2019

El valor heurístico de un adoquín


Durante un tiempo, la pesada losa de piedra berroqueña que sella la tumba de Franco sirvió de metáfora para explicar el éxito del cambio político acometido en España después de su muerte. 
La lápida de granito pulido, de tonelada y media de peso, que cubre el sepulcro del dictador en la basílica de Cuelgamuros, se convirtió en la imagen que mejor mostraba el final de una dictadura de cuarenta años. El colosal adoquín arrancado de la sierra madrileña, que guardaba el cuerpo del tirano, sepultaba para siempre su sueño de gobernar después de morir. Su deseo de asegurar el porvenir de la dictadura, expresado en la frase “atado y bien atado”, parecía refutado por el peso del pedrusco. Su voluntad quedaba debajo, y su régimen, caído y bien caído, soterrado en el valle del mismo nombre. Pero el vigor explicativo de esta imagen ocultaba lo engañoso del mensaje que intentaba difundir, pues alimentaba la equivocada impresión de que una vez enterrado Franco quedaba enterrado el franquismo, y que, por tanto, quedaba despejado el camino para instaurar un régimen parlamentario homologable con los del  entorno europeo, proceso conocido como transición a la democracia, transición democrática o simplemente como la Transición.
No obstante, la fuerza de la mezcla de cuarzo, feldespato y mica, útil para taponar los pestilentes efluvios de un cuerpo maltrecho que ya se descomponía en vida, y mostrar el boato de la última morada del dictador en el Valle de los Caídos, no era la metáfora adecuada para aludir a la consistencia democrática de la restaurada monarquía, pues el nuevo régimen, erigido en teoría sobre un lecho de piedra, ofrecía una base democráticamente feble. Pero durante mucho tiempo una parte importante de la población española creyó en esta metáfora, y desde luego la mayor parte de la clase política, que, si no la creyó, al menos, fingió creerla y no escatimó esfuerzos para hacer creer a la gente que hubo una ruptura, si bien acordada, con el régimen franquista, y que la suprema expresión legal de la ruptura era la Constitución. Interpretación que ha dado lugar al relato hegemónico sobre la Transición.  (Trasversales nº 28, febrero, 2013)

Hoy, cuando, levantado el pesado adoquín, los restos de Franco se trasladen desde la basílica de Cuelgamuros al panteón de su familia en el cementerio de Mingorrubio, habremos dado un paso más para romper con aquel régimen dictatorial. Hemos tardado 44 años, pero es que en España, tan dada a los movimientos pendulares, para avanzar en línea recta se necesita mucho tiempo y mucho esfuerzo.



[1] El tema de la Transición lo he abordado antes en otros artículos de Trasversales: “La transición inconclusa”, Trvs nº 5, invierno 2006; ”Memoria histórica y cálculo político”, Trvs nº 18, primavera 2010; “Érase un país desorientado”, Trvs nº 27, octubre 2012.      

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