Durante
un tiempo, la pesada losa de piedra berroqueña que sella la tumba de Franco
sirvió de metáfora para explicar el éxito del cambio político acometido en
España después de su muerte.
La
lápida de granito pulido, de tonelada y media de peso, que cubre el sepulcro
del dictador en la basílica de Cuelgamuros, se convirtió en la imagen que mejor
mostraba el final de una dictadura de cuarenta años. El colosal adoquín
arrancado de la sierra madrileña, que guardaba el cuerpo del tirano, sepultaba
para siempre su sueño de gobernar después de morir. Su deseo de asegurar el porvenir
de la dictadura, expresado en la frase “atado y bien atado”, parecía refutado
por el peso del pedrusco. Su voluntad quedaba debajo, y su régimen, caído y bien
caído, soterrado en el valle del mismo nombre. Pero el vigor explicativo de
esta imagen ocultaba lo engañoso del mensaje que intentaba difundir, pues
alimentaba la equivocada impresión de que una vez enterrado Franco quedaba
enterrado el franquismo, y que, por
tanto, quedaba despejado el camino para instaurar un régimen parlamentario
homologable con los del entorno europeo,
proceso conocido como transición a la democracia, transición democrática o simplemente
como la Transición.
No
obstante, la fuerza de la mezcla de cuarzo, feldespato y mica, útil para taponar
los pestilentes efluvios de un cuerpo maltrecho que ya se descomponía en vida,
y mostrar el boato de la última morada del dictador en el Valle de los Caídos, no
era la metáfora adecuada para aludir a la consistencia democrática de la restaurada
monarquía, pues el nuevo régimen, erigido en teoría sobre un lecho de piedra,
ofrecía una base democráticamente feble. Pero durante mucho tiempo una parte
importante de la población española creyó en esta metáfora, y desde luego la
mayor parte de la clase política, que, si no la creyó, al menos, fingió creerla
y no escatimó esfuerzos para hacer creer a la gente que hubo una ruptura, si
bien acordada, con el régimen franquista, y que la suprema expresión legal de la
ruptura era la Constitución. Interpretación que ha dado lugar al relato
hegemónico sobre la Transición. (Trasversales nº 28, febrero, 2013)
Hoy, cuando, levantado el pesado adoquín, los restos de Franco se trasladen desde la basílica de Cuelgamuros al panteón de su familia en el cementerio de Mingorrubio, habremos dado un paso más para romper con aquel régimen dictatorial. Hemos tardado 44 años, pero es que en España, tan dada a los movimientos pendulares, para avanzar en línea recta se necesita mucho tiempo y mucho esfuerzo.
[1] El tema de la Transición lo he abordado
antes en otros artículos de Trasversales:
“La transición inconclusa”, Trvs nº 5, invierno 2006; ”Memoria histórica y
cálculo político”, Trvs nº 18, primavera 2010; “Érase un país desorientado”,
Trvs nº 27, octubre 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario