“(…) el
moderado conde de Toreno había respondido que las guerras civiles no podían
concluirse exterminando, porque la historia enseñaba que siempre habían
concluido por transacción, aun venciendo. Así ocurrió, en efecto, con la
primera guerra del siglo XIX: acabó en un famoso convenio por el que los
oficiales del ejército carlista pasaron con armas, grados y sueldos al ejército
cristino. Tal vez no faltaron en el lado de los republicanos quienes pensaron
que un final semejante sería posible para acabar la guerra civil del siglo XX;
no de otra manera pueden entenderse las iniciativas del coronel Casado. Pero se
trataba de una guerra de principios, y esta vez no hubo, del lado vencedor,
ninguna herencia moderada para aclarar a los generales que una guerra civil
sólo podía acabar por transacción, que era imposible exterminar al enemigo.
En la guerra civil del siglo XX hubo un
vencedor que exterminó al perdedor y que no dejó espacio alguno para un tercero
que hubiera negociado una paz que hubiera servido de árbitro entre las dos
partes. La guerra civil redujo la complejidad y múltiple fragmentación de la
sociedad española del primer tercio del siglo XX a dos bandos enfrentados a
muerte, con el resultado de que el vencedor nunca accedió a ningún tipo de
reconciliación que mitigara los efectos de la derrota de los perdedores y
volviera a integrarlos en la vida nacional. Desde 1939, España quedó
brutalmente amputada de una parte muy notable de sus gentes y de su historia;
hasta 1975, España vivió de la guerra o de las consecuencias de la guerra, que
aún habrían de extender su sombra durante todo el período de transición a la
democracia”.
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