jueves, 10 de octubre de 2019

El prior


Un alcalde manda mucho, un ministro o ministra, todavía más, y mucho más el presidente del Gobierno. Pero a la luz de los hechos, hoy día quien más manda en España es un prior benedictino.
El prior benedictino de la abadía del Valle de los Caídos, aclárese, que, duro como la piedra berroqueña del colosal monumento, se empeña en impedir la exhumación de los restos de Franco para que reciban sepultura, también cristiana, en el panteón familiar, a pesar de la decisión del Congreso y del Tribunal Supremo en tal sentido. 
¿Y cuáles son los resortes que permiten al prior hacer un uso tan ostentoso del poder como para desafiar una decisión del Gobierno, un acuerdo del Congreso y una sentencia del Tribunal Supremo?
Él dice que tiene el mandato de custodiar ese cuerpo en ese lugar sagrado, sin que se sepa de dónde le viene orden tan suprema, a no ser que, como falangista en ejercicio, se sienta compelido a montar eterna guardia en la tumba del Generalísimo de los Ejércitos y Jefe indiscutido del partido único.   Además aduce que le asiste la Providencia Divina. Mientras tanto, ahí sigue, impasible el ademán y riéndose de las instituciones.
En realidad lo que le ampara son las garantías del Estado de derecho, que le permiten expresarse libremente y ejercer, si bien con abuso y poco acierto, su minúsculo poder sobre una limitada parcela, también el cuidado exquisito del Gobierno en ejecutar la decisión, ladinamente interrumpida con recursos y artimañas jurídicas impuestas por los herederos del dictador, por la subvencionada Fundación Franco, por las dilaciones de un juez que ignora en qué siglo vive y por las de este insensato o trasnochado prior, que fue falangista antes de ser fraile, y parece encarnar el ideal joseantoniano de ser mitad monje y mitad soldado, y en este caso mitad monje y mitad fascista, o ambas cosas al completo.
Le ampara también la Conferencia Episcopal que en casos menos graves ha intervenido con celeridad y contundencia, pero que, en este, en vez de atizarle una episcopal colleja y enviarle a hacer guardia sobre los luceros, está, en el fondo, de acuerdo con él, a pesar de su postura farisaica, pues el hecho brinda a la Iglesia una excelente ocasión para desgastar a un Gobierno de izquierda, por moderado que sea. Y finalmente le ampara el renovado Concordato, que hace las veces de Providencia Divina.
Ya que la celestial no ha podido ser hallada, la última instancia terrena que ampara jurídicamente la pertinaz conducta del fraile falangista son los Acuerdos con la Santa Sede, negociados secretamente por el gobierno de UCD mientras se discutía públicamente la Constitución y emergidos mágicamente, completos y firmados, el día 3 de enero de 1979, cinco días después de haber entrado en vigor la Carta Magna, en la cual no tienen cabida.
La Conferencia Episcopal debería indicar al relapso que se olvide del espíritu de cruzada que brotaba de la carta colectiva del episcopado español del 1 de julio de 1937, que aquel tiempo por fortuna ya pasó, y recomendarle que, como fraile, aplique con esmero la regla de San Benito: Ora et labora… et colabora.


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