Su Estado
Mayor, institucional y extrainstitucional, oficial y oficioso, era consciente
de la dificultad de vencer al Estado español en un pulso claro, por eso la
estrategia consistió en dar pasos adelante y en ceder en apariencia, en sembrar
la confusión entre bromas y veras, con afirmaciones y desmentidos,
manifestaciones y elecciones (que no les daban la mayoría que querían), por un
lado, y por otro, en apostar fuerte en el exterior con la propaganda y las
embajadas, pues sabían que el respaldo de cualquier país o institución
extranjera era fundamental.
De ahí vino la intoxicación, para sus
seguidores, de que la UE les apoyaba y de que la nueva república seguiría
siendo miembro de la Unión. Hubiera bastado el apoyo a la secesión de un país
de la UE, u otro país importante, o el apoyo de cualquier loco o déspota de los
que tenemos cerca, para que el intento hubiera dado como resultado colocar al
apocado Gobierno español en situación de tener que negociar de igual a igual
con la Generalitat, al menos, la fecha y condiciones de celebrar un referéndum
de autodeterminación pactado y bajo vigilancia internacional, que ratificara el
ilegal del 1 de octubre. Por fortuna, nadie avaló la aventura, y de ahí vino la
excusa de que se trataba de "un farol" o de un acto simbólico, para
eludir las responsabilidades en las que sabían que incurrirían cuando pusieron
en marcha “el procés”.
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