lunes, 7 de marzo de 2016

Leyenda del beso

Good morning, Spain, que es different

Permitan los lectores que hoy me ponga lírico, zarzuelero y hasta rumbero, pues la ocasión lo merece. Ahí es nada, en la España católica y pudibunda, asistir al primer ósculo entre hombres en el Congreso, perpetrado delante de otros dos hombres, los ministros de Economía y Sanidad, y de las cámaras de televisión. Pero, ¿qué digo hombres?, digo auténticos machos alfa de la misma manada y con ganas de gresca, dándose el morro…

"Ay, amor de hombre 
que estás llegando y ya te vas, una vez más 
juego de azar, que me obliga a perder o a ganar 
que se mete en mi sueño 
gigante pequeño 
de besos extraños 
Ay, amor de hombre 
que estás haciéndome reír una vez más 
nube de gas, que me empuja a subir más y más 
que me aleja del suelo 
me clava en el cielo 
con una palabra" (pacto, sin Ciudadanos).

Cuando pensábamos que nada podía superar la visión de Carolina Bescansa enseñando la teta para nutrir a su infante en el escaño, llega el contacto bucal de Iglesias y Domenech, como una metáfora de la confluencia entre políticos de las naciones castellana y catalana.
Verdaderamente, la gente de Podemos se supera día a día en proporcionar espectáculo, en conseguir que la atención no decaiga y que el foco no se aparte de la pista central donde ellos actúan. Ya tienes la pista central, le decía el Gran Sebastián (Cornel Wilde), convertido en un tullido ex trapecista, a la bella y ambiciosa Holly (Betty Hutton), en “El mayor espectáculo del mundo”.
Sin ayuda de Cecil B. DeMille, los de Podemos ya tienen la centralidad del tablero y no la piensan soltar, aunque sea a base de números cada día más arriesgados para llegar a un acuerdo de gobierno con Pedro Sánchez. Y uno de ellos, un recurso digno de un peletero, es zurrarle la badana de modo inmisericorde y después ofrecer la mano tendida para llegar a un pacto de gobierno. El acuerdo del beso, lo llamó.
Pero no está clara la intención de Iglesias, pues Sánchez tiene dudas por el comportamiento ciclotímico de su interlocutor, primero borde y zafio, y acto seguido cariñoso; ¡lagarto, lagarto! Sánchez no sabe si el Coleta cuando besa, es que besa de verdad, y en su honor no le interesa besar con frivolidad (siguiendo una copla de Manolo Escobar), o si le va a dejar tirado a las primeras de cambio con un beso digno de Judas.
En España, con los besos no se juega, porque Pedro Sánchez podría contestar al besucón con lo que cantaba el gran Peret, genial a la par que charnego: “Me pediste un beso y como no te lo daba, te pusiste a llorar… Y una lágrima cayó en la arena…  

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