miércoles, 23 de marzo de 2016

La marcha turca


Good morning, Spain, que es different

El ignominioso acuerdo sobre la devolución de los refugiados sirios, suscrito la semana pasada por la Unión Europea con Turquía, vulnera no sólo tratados internacionales sobre el derecho de asilo, como el Protocolo sobre el Estatuto del Refugiado de 1967, y, sobre todo, la Declaración Universal de Derechos Humanos (artículo 14), sino que traiciona principios esenciales de la propia Unión (artículo 18 de la Carta de Derechos Fundamentales), que una vez más muestra su división interna, su debilidad y su incompetencia operativa ante un caso de crisis.
Entre los firmantes del “pacto migratorio”, que establece un derecho de admisión con cuentagotas y condena a un doble éxodo a quienes huyen de la guerra y la barbarie, se encuentran países de mayoría protestante y países católicos, representados además por gobiernos católicos, como es el nuestro, por lo que aún cuesta más entender el apoyo prestado a un acuerdo que desoye mandatos evangélicos y eclesiásticos.
Es difícil no recordar las consideradas por la Iglesia obras de misericordia -dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, rescatar al cautivo, dar posada al peregrino o consolar al triste-, formuladas a partir de un pasaje del evangelio en que Jesús de Nazaret señala a sus seguidores el trato que merecen los demás -“tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui un extraño y me acogisteis”. Y cuesta entender que los miembros del partido gobernante en España, tan dados a favorecer los privilegios materiales de la Curia y a excederse en aspavientos cuando intuyen alguna falta de respeto hacia actos litúrgicos o tradiciones simplemente populares como la cabalgata de Reyes, ante el drama de los refugiados no se hayan sentido movidos por la piedad, que es uno de los siete dones del Espíritu Santo, por la misericordia, que es un atributo divino y una meritoria y recomendada virtud, o por la caridad, una de las virtudes teologales más celebradas por el clero.
Prefiero no pensar que el Gobierno, que actúa en funciones, y que, según una novísima teoría de la representación política, no debe someterse al parlamento, por lo cual ha firmado un acuerdo que contraviene la opinión mayoritaria del Congreso, actúa también en funciones como católico y puede desoír temporalmente los preceptos del credo que con tanto celo ha defendido a través del ministro Wert, no ministro de la Fe, sino de educación pública.
Es más, espero con impaciencia que la exdiputada “popular” Cayetana Álvarez de Toledo, a propósito del “pacto migratorio”, envíe a Rajoy un mensaje tan indignado como el que dirigió a la alcaldesa de Madrid a propósito de la capa del rey Gaspar -“Esto no te lo perdonaré jamás, Mariano”-, y que personas de acrisolada fe católica, como el ministro del Interior o la señora Cospedal, tan entregada en las procesiones con su mantilla y su canesú, ofrezcan alguna explicación que haga compatibles los preceptos de su fe con la firma de un tratado que convierte a los refugiados sirios en eternos peregrinos.  
Allá los políticos católicos con su conciencia, tan laxa en otros asuntos, pero ¿qué dicen a todo esto los obispos, tan prestos al escándalo por la exhibición de los pechos desnudos de una jovencita en una capilla inoportunamente situada en un centro universitario? Sería muy conveniente que sus eminencias reverendísimas se dignaran emitir una carta pastoral para iluminar a la feligresía sobre el deber moral de la solidaridad y particularmente al Gobierno, que anda bastante perdido en estos tiempos de zozobra, en que la viña del Señor está siendo devastada por jabalíes, según una de las apocalípticas metáforas del papa Ratzinger.
Por lo demás, con el “pacto migratorio”, Europa se sacude un problema de encima y se lo endosa, primero, a Grecia, un país particularmente maltratado por las medidas de austeridad decididas en Berlín y Bruselas, que en 2015 recibió más de 850.000 extranjeros y 150.000 más en lo que va de año, y, después, a Turquía, que así se convierte en un aliado fundamental al recibir la gestión de lo que sucede en el patio trasero europeo. Lo cual aumenta la influencia del gobierno de Erdogan sobre el sur de Europa y la zona oriental del Mediterráneo.

La deriva confesional y autoritaria del gobierno turco, que reprime a la oposición, persigue a los disidentes y bombardea a los kurdos, no permite suponer que los refugiados vayan a recibir un trato que merezca estar a la altura de lo exigido por los derechos humanos, cuya observancia, remuneración mediante, la Unión Europea ha trasladado a Turquía.

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