Good morning, Spain, que es different
El ignominioso acuerdo sobre la devolución de los
refugiados sirios, suscrito la semana pasada por la Unión Europea con Turquía,
vulnera no sólo tratados internacionales sobre el derecho de asilo, como el
Protocolo sobre el Estatuto del Refugiado de 1967, y, sobre todo, la
Declaración Universal de Derechos Humanos (artículo 14), sino que traiciona
principios esenciales de la propia Unión (artículo 18 de la Carta de Derechos
Fundamentales), que una vez más muestra su división interna, su debilidad y su
incompetencia operativa ante un caso de crisis.
Entre los firmantes del “pacto migratorio”, que establece
un derecho de admisión con cuentagotas y condena a un doble éxodo a quienes
huyen de la guerra y la barbarie, se encuentran países de mayoría protestante y
países católicos, representados además por gobiernos católicos, como es el
nuestro, por lo que aún cuesta más entender el apoyo prestado a un acuerdo que desoye
mandatos evangélicos y eclesiásticos.
Es difícil no recordar las consideradas por la Iglesia
obras de misericordia -dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir
al desnudo, rescatar al cautivo, dar posada al peregrino o consolar al triste-,
formuladas a partir de un pasaje del evangelio en que Jesús de Nazaret señala a
sus seguidores el trato que merecen los demás -“tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber, fui un extraño y me acogisteis”. Y cuesta
entender que los miembros del partido gobernante en España, tan dados a favorecer
los privilegios materiales de la Curia y a excederse en aspavientos cuando
intuyen alguna falta de respeto hacia actos litúrgicos o tradiciones
simplemente populares como la cabalgata de Reyes, ante el drama de los
refugiados no se hayan sentido movidos por la piedad, que es uno de los siete
dones del Espíritu Santo, por la misericordia, que es un atributo divino y una meritoria
y recomendada virtud, o por la caridad, una de las virtudes teologales más celebradas
por el clero.
Prefiero no pensar que el Gobierno, que actúa en funciones,
y que, según una novísima teoría de la representación política, no debe
someterse al parlamento, por lo cual ha firmado un acuerdo que contraviene la
opinión mayoritaria del Congreso, actúa también en funciones como católico y
puede desoír temporalmente los preceptos del credo que con tanto celo ha
defendido a través del ministro Wert, no ministro de la Fe, sino de educación
pública.
Es más, espero con impaciencia que la exdiputada “popular” Cayetana
Álvarez de Toledo, a propósito del “pacto migratorio”, envíe a Rajoy un mensaje
tan indignado como el que dirigió a la alcaldesa de Madrid a propósito de la
capa del rey Gaspar -“Esto no te lo perdonaré jamás, Mariano”-, y que personas
de acrisolada fe católica, como el ministro del Interior o la señora Cospedal,
tan entregada en las procesiones con su mantilla y su canesú, ofrezcan alguna
explicación que haga compatibles los preceptos de su fe con la firma de un
tratado que convierte a los refugiados sirios en eternos peregrinos.
Allá los políticos católicos con su conciencia, tan laxa en
otros asuntos, pero ¿qué dicen a todo esto los obispos, tan prestos al
escándalo por la exhibición de los pechos desnudos de una jovencita en una
capilla inoportunamente situada en un centro universitario? Sería muy conveniente
que sus eminencias reverendísimas se dignaran emitir una carta pastoral para
iluminar a la feligresía sobre el deber moral de la solidaridad y
particularmente al Gobierno, que anda bastante perdido en estos tiempos de
zozobra, en que la viña del Señor está siendo devastada por jabalíes, según una
de las apocalípticas metáforas del papa Ratzinger.
Por lo
demás, con el “pacto migratorio”, Europa se sacude un problema de encima y se
lo endosa, primero, a Grecia, un país particularmente maltratado por las
medidas de austeridad decididas en Berlín y Bruselas, que en 2015 recibió más
de 850.000 extranjeros y 150.000 más en lo que va de año, y, después, a
Turquía, que así se convierte en un aliado fundamental al recibir la gestión de
lo que sucede en el patio trasero europeo. Lo cual aumenta la influencia del
gobierno de Erdogan sobre el sur de Europa y la zona oriental del Mediterráneo.
La deriva confesional y autoritaria del gobierno turco, que
reprime a la oposición, persigue a los disidentes y bombardea a los kurdos, no permite
suponer que los refugiados vayan a recibir un trato que merezca estar a la
altura de lo exigido por los derechos humanos, cuya observancia, remuneración
mediante, la Unión Europea ha trasladado a Turquía.
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