miércoles, 25 de enero de 2023

Sei notti a ricordare (2)

La serie de televisión “Exterior noche” muestra la postura del gobierno de la Democracia Cristiana, que, presionado por Estados Unidos y por el Vaticano, está atrapado entre la razón de Estado, que rechaza negociar con terroristas, y los principios cristianos que prescriben la liberación del político secuestrado para salvarle la vida.

De este modo, mientras el ministro del Interior -Francesco Cossiga-, amigo y protegido de Aldo Moro, trata en vano de localizar el lugar donde lo mantienen encerrado, y Pablo VI solicita públicamente su liberación, pero prepara dinero para pagar el rescate por si hiciera falta, la dirección de la DC espera que suceda un milagro, algo ajeno a su voluntad -que la policía lo rescate o que las Brigadas cambien de opinión-, que evite tomar la terrible decisión; percibe que Moro es una molestia y lo califica de enajenado por el secuestro, después rechaza una negociación indirecta con los terroristas, sugerida en una de sus cartas -“Moro escribe mucho”, dice Moretti-. Ahí se percibe ya que el cautivo está condenado, pues, las Brigadas tampoco aceptan la negociación, que debe ser abierta, pública, pues al pueblo, en cuyo nombre hablan, nada se le debe ocultar. Por otro lado, la notoriedad de la negociación supone que el Estado reconoce como interlocutores a las Brigadas Rojas y admite la existencia de presos políticos.

En medio de tales intereses está la familia de Moro, los hijos y, sobre todo, su mujer, Eleonora, que quiere facilitar la liberación de su marido, pero percibe que, abandonado por el Gobierno y la DC, su suerte está echada.

Son interesantes las reflexiones de Moro sobre los cuestionables y piadosos amigos, sobre los conciliábulos en la DC y la aversión que le produce Andreotti, el hombre hermético, frío, manipulador e intrigante, instigador de su muerte. En una carta, sospechando cual va a ser su suerte, pide que nadie de la DC acuda a su funeral.

Moro permaneció recluido en una “cárcel del pueblo” -un “zulo” construido detrás de un armario-, en un piso de la vía Montalcini, 8, en Roma, comprado el año anterior con dinero obtenido por el secuestro del naviero Costa. Allí estuvo 55 días, custodiado por cuatro brigadistas, pero sólo tuvo trato con Moretti y Gallinari, que llevaron puesta una capucha cuando hablaron con él.

La negativa de la Democracia Cristiana a negociar suscitó una controversia en las Brigadas Rojas sobre un desenlace imprevisto de la operación y, por tanto, sobre la suerte que debía correr el prisionero.

En abril de 1974, secuestraron a Mario Sossi, un juez temido por su dureza -“doctor esposas”, le llamaban-, que finalmente fue liberado, pero con Moro la mayoría de los brigadistas se decantó por no hacerlo, a pesar de las acciones de repulsa en la calle y las peticiones de clemencia que llegaron incluso desde la extrema izquierda.

En la serie, la chica brigadista -Adriana Faranda- sostiene que es un error matar a Moro (también lo creyó Curcio) y mantiene una discusión con su compañero Valerio Morucci sobre la revolución, a la que ella está entregada, renunciando incluso a su hija, y en la que él no cree. Podemos matar y podemos morir, pero no podemos ganar, le dice. ¿Entonces para qué matar a los escoltas?, responde ella. Él arguye que no cree que sea posible una república socialista en Italia y que no le mueve la revolución, sino la rebeldía, la transgresión, la lucha contra el Estado. Tú quieres ser un héroe perdedor, como los de “Grupo salvaje”, que muere matando fascistas, le espeta ella.

Más que un revolucionario comunista, Morucci se comporta como un anarquista o un nihilista antisistema, no como un constructor de otro sistema. Claro que entonces las alternativas al capitalismo ofrecían un aspecto poco boyante, pues, además de la degeneración de la URSS, que, otra vez , en 1968 había mostrado en Checoslovaquia su oposición a las reformas en los países bajo su férula, en China, muerto Mao en 1976, se iniciaba la desmaoización, Cuba, bloqueada, seguía un camino burocrático y autoritario y muchas de las revoluciones y guerras anticoloniales iniciadas en países del Tercer Mundo habían degenerado en satrapías, dictaduras militares y guerras tribales.

Había pasado el momento de auge de las movilizaciones de protesta de los años sesenta y primeros setenta y lo que inicialmente parecía un principio prometedor fue realmente el crítico final de una época. En Italia; la última oleada radical, formada por el difuso y confuso “movimiento del 77, decaía rápidamente, y dejando aparte los efectos culturales del 68, los resultados electorales posteriores al célebre año habían sido decepcionantes, pues, salvo en Alemania Federal, los partidos de la derecha vencieron en Estados Unidos, Francia, Inglaterra e Italia; en Chile, el golpe militar de Pinochet en 1973 acabó con la vía pacífica al socialismo y el golpe de Videla en Argentina, en 1976, culminó el proceso militarización del Cono Sur americano, que tuvo su contrapunto en Europa con el fin de las dictaduras de Grecia, Portugal y España. La época de las revoluciones de tipo comunista parecía agotada y se iniciaba la época de las “transiciones” desde feroces dictaduras a moderados regímenes democráticos “homologables” con el orden económico internacional.   

En una sociedad cerrada a las expectativas juveniles, el agotamiento de la lucha de masas dio paso a la minoritaria lucha armada, emprendida a la desesperada contra el resistente Estado burgués, con el que no había posibilidad convivir. Con el desengaño, para muchos había llegado la hora de tanatos y de morir con una pistola en la mano o con una jeringuilla en el brazo.

Curcio dice: Ante la noticia de la muerte de Moro, fui aquejado de un verdadero desconsuelo. Primero, porque verificaba que la intuición que tuve inicialmente, que las BR había puesto en pie una acción superior a sus capacidades políticas, era exacta. Luego, porque empecé a comprender que los efectos organizativo-militares habían sido desastrosos (…) Las BR no han nacido, no están preparadas ni organizadas para afrontar un nivel de enfrentamiento de este género. No se trata de adaptarse a una nueva situación de enfrentamiento militar, sino de cerrar la historia de nuestra Organización.  

Efectivamente, la represión del Estado sobre las Brigadas Rojas y las demás organizaciones de la extrema izquierda fue terrible; el precio pagado, también.  

Luego, en los años ochenta, se produjo la gran restauración conservadora, la ofensiva del capital, el sometimiento de los trabajadores, la claudicación de los grandes sindicatos, la corrupción de los partidos y los abandonos en la extrema izquierda, el desguace de los grupos armados, las renuncias, los llamados “arrepentidos” (que colaboraron con la policía), los disociados (conscientes del daño causado, pero no colaboradores), la reflexión personal, la confesión interna sin absolución posible, el trato de algunos militantes con los familiares de sus víctimas y la posible expiación: “Yo tenía una casa -dice Faranda-. Cuando recuperé la facultad de comprar y vender, como algunas familias de víctimas sufrían dificultades porque el Estado no había pagado aún las indemnizaciones, pensé que era justo ayudar (…) Vendí la casa y repartí lo que obtuve entre las víctimas a través de un sacerdote. Entregué la suma a Cáritas, que la distribuyó de forma anónima entre las familias”. Pero esa ya es otra historia y quizá otra serie.

“Exterior noche” recuerda algunos episodios de “La mejor juventud”, una serie para la televisión, convertida en dos películas largas dirigidas por Marco Tullio Giordana (2003), sobre la historia reciente de Italia centrada en una familia políticamente dividida.

Además del citado, otros libros aluden a esos años: La horda de oro (1968-1977) (Balestrini & Moroni, 2006), Brigadas Rojas (Mario Moretti, 2002), El caso Moro (Leonardo Sciascia, 2011), Renato Curcio. A cara descubierta (Mario Scialoja, 1994), A colpi di cuore (Anna Bravo, 2008), 68. L’anno che ritorna (Franco Piperno, 2008), I movimenti del ’68 in Europa e in America (Peppino Ortoleva, 1988), Quando la Cina era vicina (Roberto Niccolai, 1998), La strage di stato (Giovanni & Ligini, 2000) y ’68 Vent’anni dopo (Massimo Ghirelli, 2000), que recoge entrevistas, entre ellas a un joven Marco Bellocchio, director de la serie que comentamos. Y un par de artículos: “Próspero Gallinari, secuestrador y carcelero de Aldo Moro”, El País 17/1/2013; “Adriana Faranda. Ex dirigente de las Brigadas Rojas”, El País 26/11/2006.   

24/1/2023. Para El obrero.es y Trasversales


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