lunes, 9 de enero de 2023

Golpe de togas (2). La democracia según “Génova 13”.

¿Qué fue y a qué respondía el “golpe de togas” del día 21 de diciembre?

En primer lugar, fue un acto de deslealtad institucional del Partido Popular, pero sobre todo una exhibición de poder, ejercido por encima de previos acuerdos, de la ley y de la propia Constitución, para forzar a un órgano fundamental del Estado a actuar de modo torticero y disciplinado, a instancia de un partido de la oposición con objeto de imponer su voluntad al Legislativo y, por ende, al Ejecutivo.

Recuérdese que el minoritario partido, que, al sentirse “desamparado” recurrió al amparo del Tribunal Constitucional para que “desamparase” a la mayoría de las Cortes, ostenta 89 escaños, frente a los 182 escaños de la coalición gobernante. El Partido Popular paralizó la función de las Cortes al solicitar al cauteloso Tribunal Constitucional, con mandato caducado, la aplicación de una medida cautelar ante una ley que reformaba la renovación del propio Tribunal, bloqueado por la testarudez del partido demandante de amparo y por la rebeldía de la mayoría conservadora del Consejo General del Poder Judicial, porque podía generar un “daño irreparable”.  

Así que el “golpe de togas” fue otro gesto de desafección del Partido Popular hacia el Congreso y de desafío hacia el Gobierno, con intención de interferir en el poder legislativo, como si aún conservara la mayoría absoluta de la etapa de Rajoy.

Que el partido político que dice representar a la “mayoría natural” del país, se obstine en rechazar el papel institucional que corresponde a su respaldo electoral no es sólo un problema político para el sistema representativo, porque revela una deslealtad profunda respecto a las reglas del régimen democrático, que sólo se aceptan cuando dan la victoria, sino también un problema sicológico de sus dirigentes, instalados en negar y falsear la realidad, que sus afiliados y votantes deben tener en cuenta.

El PP, al frente de un recalcitrante grupo de magistrados conservadores, con el que pretende determinar la actividad jurídica y legislativa del país, el día 21 realizó una maniobra sin riesgo para sus promotores y ejecutores, preparada en la trastienda del poder judicial, cuyo prestigio, por su docilidad, ha quedado manchado con la cacicada de Feijoo y, antes, de Casado.

Y, finalmente, ha sido un órdago; un acto de afirmación y prepotencia de Feijoo, con una exhibición de fuerza ante los suyos, ante Vox, ante Ciudadanos y ante el Gobierno, para mostrar quien manda, de verdad, en el poder judicial, lo que revela un ánimo ventajista, sin respeto alguno con el funcionamiento ordinario de las instituciones representativas. Un gesto casi desesperado ante una coyuntura difícil, que tiene explicación cuando se examina desde la perspectiva del cruce de dos lógicas.

Una es la lógica estratégica, que guía a largo plazo la intervención del Partido Popular en la vida pública, derivada de su asentada noción patrimonial del poder político, que le lleva a rechazar la alternancia en el gobierno y, en consecuencia, la representación democrática.

Según esta presunción, cualquier otro gobierno salido de las urnas es calificado, por principio, de ilegítimo, por lo cual debe ser depuesto de inmediato. Así, la labor principal del PP en la oposición es acabar con el “gobierno usurpador”, con el “gobierno intruso”, con una ofensiva que le impida llevar a cabo su programa y le obligue a adelantar las elecciones, incluso en una situación difícil para el país por una crisis económica, bélica o sanitaria.

La estrategia es simple: en España, nadie, que no sea el Partido Popular, puede gobernar, en particular si es un partido de izquierda, y cuando las urnas -la molesta democracia- no responden a esta expectativa, el gobierno alternativo, legal y legítimo, se topa con la deslealtad y la permanente obstrucción del partido de la derecha convertido en su enemigo.

Esta ha sido la estrategia de Aznar, Rajoy, Casado y ahora de Feijoo, de la que se deriva una peculiar noción del régimen democrático, cuya liturgia respeta (a medias, pues acude a las urnas financiado ilegalmente), con la condición de que la oposición no pueda gobernar por el bloqueo del poder judicial y por la pérdida de función del parlamento, inutilizado por la crispación y la bronca, con el secreto objetivo de pervertir su función y privar de prestigio el debate político, para llevar a la ciudadanía, con ayuda de la prensa afín, la idea de que la excitada polaridad se debe al (ilegítimo) intento de gobernar por quien ha ganado las elecciones y no a la contumaz obstrucción de quien las ha perdido. Tal situación sólo se puede corregir volviendo, cuanto antes, a un gobierno que represente de verdad a toda España, a todo el país, no a los parciales objetivos de la izquierda movida por intereses espurios. Es decir, volver a un gobierno del Partido Popular, el único que es legítimo, el único que sabe gobernar, porque carece de la ideología extrema de su antagonista y sólo piensa en el bien y en la unidad de la patria. 

7 enero, 2023, para FB y El obrero

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