Las repúblicas que se mantuvieron en un estado regular y de sana política, como la cretense o la lacedemonia, dieron poca importancia a los oradores. Aristón, discretamente, definía la retórica como “el arte de embaucar y lisonjear”. Y los que niegan esto como definición general, lo confirman luego en todos sus preceptos (…) La retórica es un instrumento inventado para manejar y agitar una turba y una comunidad desordenadas, y sólo se emplea, como la medicina, en los Estados enfermos.
Montaigne: Ensayos (I), LI, “De la vanidad de las
palabras”, Barcelona, Orbis, 1984, p. 248.
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