Han sido las noches dedicadas a ver los seis episodios de la serie de televisión “Exterior noche”, dirigida por Marco Bellocchio, sobre el secuestro y posterior asesinato del ex primer ministro y presidente de la Democracia Cristiana, Aldo Moro, por las Brigadas Rojas, en la primavera de 1978.
Un
salto atrás en el tiempo, que me ha hecho evocar con bastante exactitud el fatal
suceso, ocurrido en unos años densos, que guardo en la memoria como un caótico
y coloreado torbellino político de manifiestos, pancartas y banderas.
Recuerdo
la fotografía de Aldo Moro, muerto, en la parte posterior de un “cuatro latas” rojo
(Renault 4L), aparcado, adrede como una advertencia, en la vía Caetani, entre
las sedes del Partido Comunista y la Democracia Cristiana. Y recuerdo, claro,
el debate suscitado por su secuestro y su muerte, en unos años de violencia y
terrorismo de distinto signo político; años de plomo en Italia, y también aquí,
en plena Transición, que serían una de las derivas políticas de los agitados años
sesenta y de las acciones ilegales del Estado, que, en Italia, culminarían en
1990 con el descubrimiento de la “Red Gladio”, una especie de ejército secreto preparado
inicialmente para resistir una posible invasión soviética, convertido después
en instrumento de la guerra sucia contra partidos y sindicatos de la izquierda.
El
asesinato de Aldo Moro se inscribe en el contexto de aquellos años, difícil de
entender desde hoy, pero descrito con fidelidad por Nanni Balestrini y Primo
Mororni, en 1988, en L’orda d’oro 1968-1977, del que hay una versión revisada
(1997) en español, La horda de oro (1968-1977), publicada en
2006. Al final del artículo se indican otros libros sobre el tema.
Tras
asesinar a cinco policías de su escolta, Moro fue secuestrado el día 16 de
marzo de 1978 por un comando formado por Valerio Morucci, Raffaele Fiore,
Próspero Gallinari, Franco Bonisoli y Mario Moretti, y ejecutado el 9 de mayo. Aquel
día de marzo se elegía un nuevo gobierno de la Democracia Cristiana presidido,
otra vez, por Giulio Andreotti; uno más, en que los mismos políticos se iban
alternando en los cargos en gobiernos breves, pero que mantenían la hegemonía
del partido católico durante décadas. El naciente gobierno no evitó a esa tendencia;
duró hasta enero de 1979.
En
esta ocasión era diferente, la crisis era más seria y, por otro lado, el Partido
Comunista, crecido electoralmente y dirigido por Enrico Berlinguer, aceptaba el
“compromiso histórico” de apoyar a la Democracia Cristiana. El artífice de esta
operación, que a una parte de sus compañeros les parecía un acuerdo “contra
natura”, había sido Aldo Moro. Con su secuestro, las BBRR querían golpear a la
Democracia Cristiana -“el epicentro del sistema; el enemigo absoluto de la
lucha obrera”, según Moretti (“Brigadas Rojas”, 2002), impedir el pacto para
desestabilizar al gobierno y canjear la liberación de Moro por la excarcelación
de 13 de sus militantes. Además, era un acto de afirmación ante los otros grupos
de la extrema izquierda, pero un gesto que a algunos de sus dirigentes les
parecía desproporcionado. Renato Curcio, uno de sus fundadores, preso entonces en
la cárcel de Turín, indica: “Tuve la sensación clara de que la acción realizada
representaba ir más allá de nuestras posibilidades” (“Renato Curcio. A cara
descubierta” (Mario Scialoja, 1994).
La
serie relata los días transcurridos entre el secuestro y el asesinato del
dirigente católico, dedicando cada episodio -Moro; Cossiga; el Papa Pablo VI;
los terroristas; Eleonora, la mujer de Moro; y el final- al punto de vista de los
personajes. La duración de los capítulos -casi una hora- el formato monográfico
y el carácter de reflexión interna, de monólogos, dan un tono lento que a veces
merma el interés a la serie, que está bien realizada e interpretada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario