lunes, 23 de noviembre de 2020

Jacqueline (4)

 (Entra música: “Alone”, Kitty Carlisle y Allan Jones).

 Dos años más tarde, y sin haber olvidado los incidentes de París, una noche, mientras volvía a casa, deambulando solo y pensativo por una ruta que no era la habitual, al pasar por delante de la puerta del Stork Club casi fui arrollado por una pequeña multitud de vociferantes petimetres que salía del local.

Largos vestidos de seda, olor a perfumes caros, caballeros de etiqueta, pieles, joyas y carcajadas me envolvieron antes de que un servicial lacayo me sacara a empellones de la gruesa alfombra que atravesaba la acera, para que no estorbara el paso de tan distinguida comitiva. Cuando ya me había librado de las manazas de aquel gorila disfrazado de almirante, oí una risa áspera que en seguida reconocí. Me volví y era ella: la fugaz, la itinerante y evanescente Jacqueline.

Como un sonámbulo quise avanzar unos pasos hacia el grupo, pero el contumaz sirviente me lo impidió. Ella me miró de soslayo sin aparentar reconocerme y entre risas se introdujo con un par de galanes en un Rolls Royce que acababa de detenerse, silenciosa y suavemente, al borde de la acera, justo donde terminaba la alfombra.

Por una curiosa jugada del destino, volvimos a encontrarnos, esta vez sin galanes ni porteros, unas semanas más tarde, en el aeropuerto.

Yo había acudido a esperar a mi madre, que llegaba de Nueva Orleans, y Jacqueline, cargada de maletas, pero increíblemente sola, tenía la pretensión de embarcarse hacia Boston.

Me acerqué a ella ceñudo y con la varonil seguridad de un hombre ofendido, pero me desarmó sin esfuerzo con una sonrisa, al tiempo que me señalaba con la mirada el abultado equipaje. Me lo cargué como pude, y ella, libre ya de estorbos, me indicó que la siguiera hasta un mostrador. Allí me retuvo un rato, esperando una pequeña cola, y después, a un paso que me hacía echar los bofes por la boca, me arrastró a facturar las pesadas maletas, para acabar, sólo con equipaje ligero, delante de una puerta de embarque.

Una vez allí, sin haber cruzado más de media docena de palabras funcionales, pretendió despedirme alargándome un dólar. Me molestó, pero tuve el arrojo de pedirle una cita. Su respuesta fue glacial:

.- No seas impertinente, chico. Un mundo nos separa; quiero llegar a lo más alto.

.- ¿A la Casa Blanca? - pregunté yo, porque para mí eso es la cima del mundo.

.- ¡Tú lo has dicho! - y, sin volverse ni despedirse, se marchó guardándose el dólar.

Ciego de rabia, todavía acerté a gritarle:

.- Un día de estos te acordarás de mí. ¡Te lo juro! ¡Te lo juro!

Desde aquel día no he vuelto a verla. Aunque he sabido de ella, claro, y he comprendido cuán quiméricas eran mis pretensiones, pero yo he creído firmemente en la Constitución de este país y en la igualdad de oportunidades.

Ella siguió su carrera meteórica hacia la cima y yo... bueno, yo no. Después de una abultada colección de fracasos, me di cuenta de que el jazz no era lo mío, que, por muy raro que parezca, no tengo ese "feeling" que es el alma del jazz y, además, la naturaleza se ha ahorrado en mí la necesaria dosis de "swing" que precisa el saxo.

Cansado de malvivir como un mal músico, dejé Nueva York y ahora vivo en Dallas, con mi familia -mujer y dos chicos-, una buena familia, y tengo mi propio negocio; un negocio sin grandes pretensiones, pero que va bien: una pequeña tienda en la que vendo hamburguesas y perritos calientes.

Muy tarde he comprendido la profecía de Chet Baker, cuando me dijo en París, hace ya un millón de años, que tocaba el saxo como un salchichero. Tenía razón el maestro: los salchicheros no tocan el saxo: venden salchichas, que es lo que yo hago con bastante soltura en mi establecimiento, al que no he podido evitar ponerle un gran letrero con luces de neón, que dice "THAT OLD SAX".

Mi vida transcurría tranquila, detrás del mostrador, entre mi familia, las salchichas y los partidos de baloncesto, hasta que el otro día dijeron por televisión que Jacqueline y su marido preparaban una visita a Dallas. Desde entonces no he podido dormir.

Continurá

(Entra música: “One of these days”, Emmylou Harris).

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