Hace unos días, el amigo Joaquim Pisa tuvo la idea de hacerme una entrevista para publicarla en “El obrero.es”. Me dejó sorprendido cuando lo propuso, pero gustosamente acepté la gentileza. Aparecerá este fin de semana en el susodicho digital, aunque, por su dimensión, he decidido trocearla para FB según los temas planteados, algunos de órdago. Las preguntas son inteligentes; en lo que hace a las respuestas, ustedes juzgarán.
1ª Parte. El “procés”
ENTREVISTA A JOSÉ MANUEL ROCA,
AGITADOR POLÍTICO Y CULTURAL
José Manuel Roca nació en
Barcelona hace ya unos cuantos años, vástago de una familia catalana con más pedigree
local que la mayoría de las que han alumbrado dirigentes independentistas
actuales. Cuando era muy niño su familia se estableció en Madrid, ciudad en la
que se educó y ha residido desde entonces. Profesor universitario ya retirado,
experto en comunicación política, opinión pública y cinematografía, durante la
dictadura y la Transición hizo armas contra el franquismo escribiendo panfletos
anónimos y artículos en las revistas de pensamiento de izquierdas. Hoy sigue
colaborando asiduamente con cabeceras míticas en papel como El Viejo Topo
y Transversales, y otras nuevas, electrónicas, como este El Obrero.
Es autor de una decena de libros en solitario y otros tantos en colaboración,
con títulos tan sugerentes como La oxidada transición, El proyecto radical. Auge y
declive de la izquierda revolucionaria en España (1964-1992), Nación
negra. Poder Negro o La reacción conservadora, entre otros.
P. Resuma en una sola frase su
experiencia vital en el presunto “rompeolas de las Españas”.
Es difícil hacerlo en una sola
frase. Si nos referimos a hoy, diría que, tras un cuarto de siglo de gobiernos
de la derecha, en Madrid estamos bajo una oleada de españolismo rancio, que
encubre el expolio de lo público; en otras palabras: enarbolando la bandera del
Estado se tapa la incompetencia, la privatización y la corrupción de un partido
político. En ese aspecto, soy un ciudadano cabreado -empipat- en
el rompeolas.
P. Siendo usted de origen
catalán, ha vivido casi toda su vida en Madrid. ¿Se siente transterrado o le
traen al pairo las cosas de la identidad?
Al principio, sí noté el
cambio. Añoraba mucho Barcelona y lo que allí dejaba. Respecto a la identidad
como catalán o castellano, no me preocupa, porque he procurado adaptarme; no me
parece que los valores morales y culturales catalanes sean mejores que los
castellanos; distintos en algún aspecto, pero no mejores. Salvo por el
apelativo “los catalanes” con que era conocida mi familia en el barrio, nunca
me he sentido señalado ni marginado por parte de nadie. Al contrario, he tenido
amigos, compañeros de estudios y trabajo, colegas, con los que el lugar de
origen y la cuestión identitaria como ahora está planteada nunca han influido
en la relación; simplemente, no han existido; ha habido diferencias políticas o
ideológicas, pero no derivadas del lugar de nacimiento. Por otra parte, a lo
largo de la vida recibimos muchas influencias culturales y prefiero pensar que
nos vamos haciendo con el paso de los años, adoptando unas cosas y rechazando
otras, y que la vida nos cambia a nuestro pesar, antes que creer que venimos a
este mundo hechos de una pieza inmutable, salidos del molde de la tradición de
una nación, que por ser la nuestra es mejor que las demás. Una de las primeras
lecciones a aprender como personas y ciudadanos es saber que llegamos a este
mundo sin haberlo pedido y que hemos sido dejados en cualquier lugar; no
elegimos ni el país ni el momento de empezar a vivir. A partir de ahí, comienza
nuestra vida, que oscila entre lo recibido y lo apetecido.
P. ¿Los problemas de Catalunya
empequeñecen cuando se ven desde lejos?
Sí, claro. Como los problemas de
Amer se ven pequeños desde la plaza de Sant Jaume. El poder es panóptico, mira
a su alrededor para ver hasta dónde puede llegar su influencia. Madrid es el
centro geográfico de la península y facilita esa mirada circular sobre el país,
que relativiza las peculiaridades. Muchas veces, desde la periferia, esa mirada
desde el centro se interpreta como desdén o incluso algo peor. Que no digo que
no exista, pero también esa mirada desde un centro real o hipotético se percibe
en Cataluña o en el País Vasco, por poner dos ejemplos de construcción nacional
con cierto afán imperial, anexionista de territorios circundantes en Francia,
Navarra, Aragón, Baleares o Valencia.
P. Dos millones de personas en
la calle no son ninguna tontería. ¿Por qué entonces fracasó el “procés” catalán?
Sí, es
mucha gente. Pero, desde las manifestaciones oceánicas de Herr Adolf hay que
relativizar las cifras y fijarse más en los fines políticos que en los apoyos. Visto
desde aquí, el “procés” iba bien. El adoctrinamiento nacionalista de la
población desde la infancia, el control de medios de comunicación que forman el
poderoso aparato de propaganda de la secesión, la ocupación de los lugares
estratégicos del poder académico, artístico, cultural o deportivo y, desde
luego, de las instituciones políticas -de un modo u otro, los nacionalistas gobiernan
desde 1980-, todo eso funcionaba bien para los intereses de los que, con
paciencia, querían la independencia. Contaban, además, con la anuencia de las
viejas izquierdas y con el apoyo explícito de las nuevas, con la pasividad del
Estado, incapaz de neutralizar la corriente secesionista en décadas, con un
poder arbitral concedido por el sistema electoral y, finalmente, con la
inanidad del Gobierno de Rajoy, que dejaba avanzar “el procés”.
Pero la prisa, las razones de
la prisa son otro tema, el acelerón de los últimos cinco años, el atropello de
los procedimientos democráticos, la exasperación del discurso, la actuación
intimidatoria de los grupos radicales, etc, han contribuido a su fracaso social
y a romper incluso el partido que lo promovió. La gestión de clase y la corrupción
ligada a la privatización de bienes públicos han sido otras razones de su
fracaso, así como la división de los partidos nacionalistas. Y aquí aparece un
factor fundamental: la falta de un verdadero dirigente, de una persona con
carisma, convencimiento y voluntad. Esto no ha existido; en el “procés” ha
habido muchos dirigentes, pero mediocres, medianías, algunos francamente
impresentables, que, tras el fracaso y cuando llegó la hora de rendir cuentas,
han mostrado la madera de que estaban hechos, que era serrín. Ninguno ha
asumido su papel en los hechos; han escurrido el bulto, han huido o negado su
intención buscando disculpas infantiles -íbamos de farol, era una declaración
simbólica, etc- para eludir su responsabilidad.
P. ¿Debemos perder la
esperanza de que algún día la mitad de los catalanes llegue a entender y a respetar
a la otra mitad, y viceversa?
Se pierde la esperanza cuando
nada se hace para cambiar el estado de las cosas.
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