viernes, 13 de noviembre de 2020

Entrevista en El Obrero.es (1)

Hace unos días, el amigo Joaquim Pisa tuvo la idea de hacerme una entrevista para publicarla en “El obrero.es”. Me dejó sorprendido cuando lo propuso, pero gustosamente acepté la gentileza. Aparecerá este fin de semana en el susodicho digital, aunque, por su dimensión, he decidido trocearla para FB según los temas planteados, algunos de órdago. Las preguntas son inteligentes; en lo que hace a las respuestas, ustedes juzgarán.

1ª Parte. El “procés”

ENTREVISTA A JOSÉ MANUEL ROCA, AGITADOR POLÍTICO Y CULTURAL

José Manuel Roca nació en Barcelona hace ya unos cuantos años, vástago de una familia catalana con más pedigree local que la mayoría de las que han alumbrado dirigentes independentistas actuales. Cuando era muy niño su familia se estableció en Madrid, ciudad en la que se educó y ha residido desde entonces. Profesor universitario ya retirado, experto en comunicación política, opinión pública y cinematografía, durante la dictadura y la Transición hizo armas contra el franquismo escribiendo panfletos anónimos y artículos en las revistas de pensamiento de izquierdas. Hoy sigue colaborando asiduamente con cabeceras míticas en papel como El Viejo Topo y Transversales, y otras nuevas, electrónicas, como este El Obrero. Es autor de una decena de libros en solitario y otros tantos en colaboración, con títulos tan sugerentes como La oxidada transición, El proyecto radical. Auge y declive de la izquierda revolucionaria en España (1964-1992), Nación negra. Poder Negro o La reacción conservadora, entre otros.

P. Resuma en una sola frase su experiencia vital en el presunto “rompeolas de las Españas”.

Es difícil hacerlo en una sola frase. Si nos referimos a hoy, diría que, tras un cuarto de siglo de gobiernos de la derecha, en Madrid estamos bajo una oleada de españolismo rancio, que encubre el expolio de lo público; en otras palabras: enarbolando la bandera del Estado se tapa la incompetencia, la privatización y la corrupción de un partido político. En ese aspecto, soy un ciudadano cabreado -empipat- en el rompeolas.

P. Siendo usted de origen catalán, ha vivido casi toda su vida en Madrid. ¿Se siente transterrado o le traen al pairo las cosas de la identidad?

Al principio, sí noté el cambio. Añoraba mucho Barcelona y lo que allí dejaba. Respecto a la identidad como catalán o castellano, no me preocupa, porque he procurado adaptarme; no me parece que los valores morales y culturales catalanes sean mejores que los castellanos; distintos en algún aspecto, pero no mejores. Salvo por el apelativo “los catalanes” con que era conocida mi familia en el barrio, nunca me he sentido señalado ni marginado por parte de nadie. Al contrario, he tenido amigos, compañeros de estudios y trabajo, colegas, con los que el lugar de origen y la cuestión identitaria como ahora está planteada nunca han influido en la relación; simplemente, no han existido; ha habido diferencias políticas o ideológicas, pero no derivadas del lugar de nacimiento. Por otra parte, a lo largo de la vida recibimos muchas influencias culturales y prefiero pensar que nos vamos haciendo con el paso de los años, adoptando unas cosas y rechazando otras, y que la vida nos cambia a nuestro pesar, antes que creer que venimos a este mundo hechos de una pieza inmutable, salidos del molde de la tradición de una nación, que por ser la nuestra es mejor que las demás. Una de las primeras lecciones a aprender como personas y ciudadanos es saber que llegamos a este mundo sin haberlo pedido y que hemos sido dejados en cualquier lugar; no elegimos ni el país ni el momento de empezar a vivir. A partir de ahí, comienza nuestra vida, que oscila entre lo recibido y lo apetecido.   

P. ¿Los problemas de Catalunya empequeñecen cuando se ven desde lejos?

Sí, claro. Como los problemas de Amer se ven pequeños desde la plaza de Sant Jaume. El poder es panóptico, mira a su alrededor para ver hasta dónde puede llegar su influencia. Madrid es el centro geográfico de la península y facilita esa mirada circular sobre el país, que relativiza las peculiaridades. Muchas veces, desde la periferia, esa mirada desde el centro se interpreta como desdén o incluso algo peor. Que no digo que no exista, pero también esa mirada desde un centro real o hipotético se percibe en Cataluña o en el País Vasco, por poner dos ejemplos de construcción nacional con cierto afán imperial, anexionista de territorios circundantes en Francia, Navarra, Aragón, Baleares o Valencia. 

P. Dos millones de personas en la calle no son ninguna tontería. ¿Por qué entonces fracasó el “procés” catalán?

Sí, es mucha gente. Pero, desde las manifestaciones oceánicas de Herr Adolf hay que relativizar las cifras y fijarse más en los fines políticos que en los apoyos. Visto desde aquí, el “procés” iba bien. El adoctrinamiento nacionalista de la población desde la infancia, el control de medios de comunicación que forman el poderoso aparato de propaganda de la secesión, la ocupación de los lugares estratégicos del poder académico, artístico, cultural o deportivo y, desde luego, de las instituciones políticas -de un modo u otro, los nacionalistas gobiernan desde 1980-, todo eso funcionaba bien para los intereses de los que, con paciencia, querían la independencia. Contaban, además, con la anuencia de las viejas izquierdas y con el apoyo explícito de las nuevas, con la pasividad del Estado, incapaz de neutralizar la corriente secesionista en décadas, con un poder arbitral concedido por el sistema electoral y, finalmente, con la inanidad del Gobierno de Rajoy, que dejaba avanzar “el procés”.

Pero la prisa, las razones de la prisa son otro tema, el acelerón de los últimos cinco años, el atropello de los procedimientos democráticos, la exasperación del discurso, la actuación intimidatoria de los grupos radicales, etc, han contribuido a su fracaso social y a romper incluso el partido que lo promovió. La gestión de clase y la corrupción ligada a la privatización de bienes públicos han sido otras razones de su fracaso, así como la división de los partidos nacionalistas. Y aquí aparece un factor fundamental: la falta de un verdadero dirigente, de una persona con carisma, convencimiento y voluntad. Esto no ha existido; en el “procés” ha habido muchos dirigentes, pero mediocres, medianías, algunos francamente impresentables, que, tras el fracaso y cuando llegó la hora de rendir cuentas, han mostrado la madera de que estaban hechos, que era serrín. Ninguno ha asumido su papel en los hechos; han escurrido el bulto, han huido o negado su intención buscando disculpas infantiles -íbamos de farol, era una declaración simbólica, etc- para eludir su responsabilidad.       

P. ¿Debemos perder la esperanza de que algún día la mitad de los catalanes llegue a entender y a respetar a la otra mitad, y viceversa?

Se pierde la esperanza cuando nada se hace para cambiar el estado de las cosas.

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