2ª Parte. Involuciones burguesas.
P. En algún sitio he leído que
el siglo XXI corre el peligro de pasar a la Historia como el siglo de las
revoluciones burguesas contra toda idea de progreso (véase el caso del “procés”,
impulsado por la burguesía catalana) ¿Cree que será así?
Queda mucho siglo por delante.
De momento más que revoluciones burguesas, que en cierto modo corresponden a
otra etapa, lo que percibo son involuciones burguesas; una especie de rebelión
de los ricos en fuertes corrientes contrarias al régimen democrático, al progreso
y a los valores de la Ilustración; corrientes regresivas, más aún, irracionalistas,
emocionalistas en la derecha extrema, parafascista, y en la derecha populista, incluso
en ciertas izquierdas. Cunde el pensamiento mágico y parece que mucha gente ha desterrado,
por funesta, la manía de pensar, y eso es un peligro. Lo
advertía Lukács en “El asalto a la razón”: el irracionalismo es la antesala del
fascismo y el nazismo.
P. ¿Las clases trabajadoras
han desaparecido como sujeto histórico o el problema es que hoy no tienen quien
las ilustre y organice? ¿Por qué hay tanto imbécil explotado y precarizado que
en las encuestas se define como “clase media”?
¡Menudos
temas, plantea usted, dan para una conferencia! Veamos: cada año que pasa el
reparto de la riqueza existente es más desigual; la riqueza del mundo se
acumula en menos manos, y desde luego de España, donde el año pasado el número
de millonarios aumentó el 5%, los ejecutivos del Ibex ganaron 79 veces más que
sus empleados y los consejeros de las empresas cotizadas ganaron 3.150 millones
de euros, el doble que antes de la crisis. Los ricos salen enriquecidos de las
sucesivas crisis, la clase media se reduce -tres millones de personas dejaron
de pertenecer a ella en la última crisis financiera- y las clases populares, en
las que se ceba la pandemia, se deshacen en flecos. Basta con mirar los
informes sobre salarios del Ministerio de Trabajo, la desigual carga fiscal y
los informes de Cáritas o la Cruz Roja sobre pobreza y desigualdad para
comprobar que los ricos llevan la iniciativa en esta expropiación de la riqueza
producida socialmente, y que van ganando, como indican las listas de
millonarios de la revista “Forbes”. Por tanto, la lucha de clases existe;
persiste porque hay una clase, una colectividad estable de personas con
intereses comunes, que lucha por ellos frente a la pasividad, impotencia o
resignación con que otros grupos sociales soportan el expolio. El
creciente abismo entre rentas señala quien manda.
Las
clases trabajadoras no han desaparecido, pero se han transformado por evolución
del capitalismo. La antigua y numerosa clase obrera de la etapa del desarrollo
industrial, concentrada en grandes fábricas, en minas o polígonos industriales,
en parte, ha desaparecido. La reconversión industrial y el traslado de las
fábricas a otros países han puesto fin a una etapa de la economía. El trabajo
no cualificado se ha diversificado y el mercado laboral se ha escindido en
situaciones y categorías y, por tanto, en metas distintas, que para unos es
ganar más, para otros trabajar menos, para terceros trabajar algunos días o
algunas horas, para aquellos tener un contrato y no cobrar “en negro”, obtener
el subsidio de paro o la renta mínima de inserción, evitar el cierre de una
empresa o su traslado a otro lugar. Y de eso dependen las condiciones de vida. Las
medidas contra la crisis han introducido el empleo precario y reforzado el paro
estructural, y con ello aparece el trabajador intermitente, a ratos empleado y
a ratos parado, siempre buscando y cambiando de empleo para sobrevivir. Siendo
trabajador a ratos no se pueden hacer planes de vida, pero tampoco establecer
relaciones laborales estables, ni organizar la resistencia a los planes
patronales, afiliarse a sindicatos o plantear la acción colectiva como una
necesidad defensiva de una clase con objetivos políticos comunes opuestos a los
de la clase social representada por los empresarios.
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