domingo, 15 de noviembre de 2020

Entrevista (2)

 2ª Parte. Involuciones burguesas.

P. En algún sitio he leído que el siglo XXI corre el peligro de pasar a la Historia como el siglo de las revoluciones burguesas contra toda idea de progreso (véase el caso del “procés”, impulsado por la burguesía catalana) ¿Cree que será así?

Queda mucho siglo por delante. De momento más que revoluciones burguesas, que en cierto modo corresponden a otra etapa, lo que percibo son involuciones burguesas; una especie de rebelión de los ricos en fuertes corrientes contrarias al régimen democrático, al progreso y a los valores de la Ilustración; corrientes regresivas, más aún, irracionalistas, emocionalistas en la derecha extrema, parafascista, y en la derecha populista, incluso en ciertas izquierdas. Cunde el pensamiento mágico y parece que mucha gente ha desterrado, por funesta, la manía de pensar, y eso es un peligro. Lo advertía Lukács en “El asalto a la razón”: el irracionalismo es la antesala del fascismo y el nazismo.

P. ¿Las clases trabajadoras han desaparecido como sujeto histórico o el problema es que hoy no tienen quien las ilustre y organice? ¿Por qué hay tanto imbécil explotado y precarizado que en las encuestas se define como “clase media”?

¡Menudos temas, plantea usted, dan para una conferencia! Veamos: cada año que pasa el reparto de la riqueza existente es más desigual; la riqueza del mundo se acumula en menos manos, y desde luego de España, donde el año pasado el número de millonarios aumentó el 5%, los ejecutivos del Ibex ganaron 79 veces más que sus empleados y los consejeros de las empresas cotizadas ganaron 3.150 millones de euros, el doble que antes de la crisis. Los ricos salen enriquecidos de las sucesivas crisis, la clase media se reduce -tres millones de personas dejaron de pertenecer a ella en la última crisis financiera- y las clases populares, en las que se ceba la pandemia, se deshacen en flecos. Basta con mirar los informes sobre salarios del Ministerio de Trabajo, la desigual carga fiscal y los informes de Cáritas o la Cruz Roja sobre pobreza y desigualdad para comprobar que los ricos llevan la iniciativa en esta expropiación de la riqueza producida socialmente, y que van ganando, como indican las listas de millonarios de la revista “Forbes”. Por tanto, la lucha de clases existe; persiste porque hay una clase, una colectividad estable de personas con intereses comunes, que lucha por ellos frente a la pasividad, impotencia o resignación con que otros grupos sociales soportan el expolio. El creciente abismo entre rentas señala quien manda.

Las clases trabajadoras no han desaparecido, pero se han transformado por evolución del capitalismo. La antigua y numerosa clase obrera de la etapa del desarrollo industrial, concentrada en grandes fábricas, en minas o polígonos industriales, en parte, ha desaparecido. La reconversión industrial y el traslado de las fábricas a otros países han puesto fin a una etapa de la economía. El trabajo no cualificado se ha diversificado y el mercado laboral se ha escindido en situaciones y categorías y, por tanto, en metas distintas, que para unos es ganar más, para otros trabajar menos, para terceros trabajar algunos días o algunas horas, para aquellos tener un contrato y no cobrar “en negro”, obtener el subsidio de paro o la renta mínima de inserción, evitar el cierre de una empresa o su traslado a otro lugar. Y de eso dependen las condiciones de vida. Las medidas contra la crisis han introducido el empleo precario y reforzado el paro estructural, y con ello aparece el trabajador intermitente, a ratos empleado y a ratos parado, siempre buscando y cambiando de empleo para sobrevivir. Siendo trabajador a ratos no se pueden hacer planes de vida, pero tampoco establecer relaciones laborales estables, ni organizar la resistencia a los planes patronales, afiliarse a sindicatos o plantear la acción colectiva como una necesidad defensiva de una clase con objetivos políticos comunes opuestos a los de la clase social representada por los empresarios.

En este aspecto, la reforma laboral de Rajoy fue una medida económica, pero además una victoria política de la burguesía española sobre los trabajadores, para obligarles a aceptar las humillantes condiciones laborales que impone el capital o caer en la marginación. La clase trabajadora parece invisible, pero no ha desaparecido, simplemente ha perdido poder.

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