Dicen que ha muerto Sean Connery. No me lo creo. Que era viejo, ¿y eso que importa? James Bond, agente 007 con licencia para matar, no puede morir así como así. Dicen que falleció tranquilo, dormido. No puede ser. De haber muerto lo hubiera hecho luchando, defendiéndose de algún agente de Spectra o de un esbirro del Doctor No.
Connery,
aún con películas de desigual calidad, fue el mejor intérprete del agente de su
majestad británica. Ha habido otros intérpretes de Bond, James Bond, como
George Lazenby, Roger Moore, Pierce Brosnan o Daniel Craig, algunos muy buenos,
pero pienso que Connery era el que mejor se adaptaba al personaje de Ian
Flemming, siempre rodeado de bellas mujeres, letales algunas de ellas, y con un
martini seco, agitado no revuelto, en la mano.
El
primer recuerdo que tengo de él fue en el papel de Paddy Damion, en “La ciudad
bajo el terror”, película de John Lemont del año 1961; al año siguiente haría
el papel protagonista de “007 contra el doctor No”, la primera de las siete en
que daría vida al agente secreto del MI6.
Fuera
de los papeles de Bond, le recuerdo interpretando a un Robín Hood envejecido,
en una rara película de Richard Lester -“Robín y Marian”- rodada en el insólito
escenario inglés de unos secarrales de España, y en “Marnie, la ladrona”, un
Hitchcock, donde Connery se alejaba de sus papeles en películas de acción y
aventuras, como “El hombre que pudo reinar”, “El viento y el león”, “El corazón
del dragón”, “La liga de los hombres extraordinarios”, “La Roca”, “La caza del
Octubre Rojo” o “Los intocables”.
Tres
películas diferentes entre sí, pero que recuerdo especialmente son “Odio en las
entrañas” interpretando a un minero huelguista, “El nombre de la rosa”, en la
que asumía el papel del cartujo detective Guillermo de Baskerville y en “Indiana
Jones y la última cruzada”, donde interpretaba al padre del protagonista en la
tercera entrega de la saga.
Dicen
que Sean Connery ha muerto. Seguro que está detrás la pistola de oro de Scaramanga.
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