El pasado fin de semana, acudieron a Madrid, al
centro geográfico y político del país, unos cuantos miles de seguidores de un
movimiento nacionalista que está impelido por la fuerza centrífuga proporcionada
por su ubicación periférica, a la que han convertido en factor determinante de
su identidad colectiva y de su proyección política.
Han viajado hasta Madrid para protestar -están
en su derecho- contra el opresor centralismo, creyendo que Madrid es de España,
más aún, que es España, el paradigma, el alma (negra, impura) de España, y
están equivocados. Madrid no es de nadie o es de todos, y es tan de España como
Barcelona, aunque estos viajeros creen que es el exclusivo centro del poder y
del Estado, como si la Generalitat no fuera un poder del Estado, si bien
periférico por su ubicación y por su cometido terminal, aunque central y
centralista respecto al territorio que administra.
Aunque España sea un país bastante
descentralizado, la mirada desde Madrid es centralista por su ubicación
geográfica y porque es la sede del poder central o principal del Estado, pero,
al menos en España, los lugares desde donde se ejercen los poderes regionales también
son centralistas, porque el poder mira al entorno.
La mirada del poder siempre es panóptica, mira
a todos lados, a su alrededor, pues examina y analiza hasta dónde puede
extender su influencia. En el caso de Madrid, en el centro de la península,
está muy claro, pues se puede escrutar con la misma mirada, girando el compás
360 grados, todo el país (y Portugal) y contemplar cada una de las partes de un
todo, atribuyendo a cada parte una
importancia similar en el conjunto. Pero esta mirada igualitaria sobre
el conjunto de regiones es lo que
molesta a los nacionalistas, que tienen su propia visión panóptica, en una
noción de España como un conjunto disjunto, es decir de conjuntos que se
solapan en algún momento pero que no comparten elementos comunes, sino que se
rozan en intersecciones vacías, sin intercambio. Aunque el símil más acertado
sería el de una visión de España propia de un parque zoológico, como un
conjunto de diversidades separadas en jaulas, más que de una visión ecológica,
donde las distintas especias se mezclan y actúan en el mismo ecosistema.
El panóptico -ver todo- es un término formulado
por Bentham para describir la estructura de una cárcel que permitiera tener a
los presos siempre bajo control visual de un vigilante. La prisión de
Carabanchel de Madrid y la cárcel Modelo de Barcelona se edificaron teniendo en
cuenta la teoría de Bentham. Después, el vocablo fue utilizado por Foucault
para señalar las estrategias del poder para controlar a la ciudadanía en las
sociedades modernas, porque el poder, por muy democrático que sea, no sólo
aspira a representar y servir a la ciudadanía, sino también, a vigilar y controlar
(y a castigar), tendencias que se acentúan a medida que se vuelve totalitario.
Pero los poderes periféricos, contrarios al
centralismo, también tienen una visión centralista, panóptica, del territorio
que administran. En el País Vasco, la mirada circular de los abertzales
proyectada desde Pamplona, capital de la futura Euskal Herria, abarca no sólo
las tres provincias españolas, se extiende hacia el norte por el sur de
Francia, hacia Aragón y hacia el sur, hacia la Rioja, Soria y Burgos. Lo mismo
sucede en Cataluña, si se toma Barcelona como centro, y se dirige la mirada
alrededor, hacia Aragón, luego hacia el norte, la Cerdaña y el Rosellón, hacia
el este las islas Baleares y hacia el sur, Valencia, componiendo lo que serían
los futuros “países catalanes”.
Podemos decir que tanto
el nacionalismo vasco como el catalán tienen una visión panóptica, además de una
proyección imperial y expansiva.
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