Transcurridos quince años del mayor atentado
terrorista perpetrado en Europa, que provocó, en Madrid, 192 muertos y casi mil
heridos, Pablo Casado, en el aniversario de aquel aciago día, dice que quiere
saber la verdad de lo ocurrido.
Cuesta entender que el máximo dirigente del
Partido Popular pueda creer sinceramente que la explosión de bombas en tres
trenes de cercanías, que supuso un conjunto de terribles dramas familiares, una
tragedia nacional y planteó un acuciante problema de seguridad al Estado, pueda
haber quedado desde entonces sin respuesta adecuada ni explicación convincente.
Casado, que ha recibido de Rajoy un partido
averiado y carcomido por casos de corrupción viejos y nuevos, no es un turista despistado
que ha llegado a España desde las antípodas, sino un dirigente político olvidadizo
por conveniencia y mentiroso por convicción, que, en un partido declinante,
pretende afirmar su liderazgo al aznárico modo, con crispación y falsedades.
Casado, que no dice una verdad ni por
equivocación, quiere saber la verdad; no la verdad de lo sucedido, sino sólo la
“verdad” que coincida con la retahíla de embustes con que, en el PP, han
querido tapar la mentira originaria difundida por el gobierno de Aznar (y de Rajoy,
Aceves, Zaplana, Rato, etc) sobre la autoría de los atentados del 11 de marzo -que
había sido obra de ETA-, y mantener aquella mentira primigenia exigió -y por lo
visto, aún exige- una espiral de embustes, pues tapar aquella mentira exigía nuevas
mentiras. Y así, hasta hoy.
Es lógico que Casado, heredero político de
Aznar, no quedase convencido por las conclusiones de la Comisión de investigación
del Congreso sobre el 11-M –“un fiasco”, según Rajoy; la “comisión de la
mentira” según Zaplana- en la cual los dirigentes del PP -había que oír a
Aznar, a Acebes, a Pujalte- no sólo se descargaron de responsabilidad alguna,
sino que la descargaron en los cuerpos de seguridad del Estado, que estaban
bajo su mando desde 1996, e incluso sugirieron que pudiera haber cierta
complicidad en algún sector de estos cuerpos, cercano al PSOE, con lo sucedido.
En su ayuda acudió una legión de escribanos, prestos
a zurrar a Zapatero, el presidente ilegítimo, que, desde La razón, El
Mundo, la emisora episcopal y otros medios, pusieron en circulación una
historia delirante en la que el PSOE, la policía, los servicios secretos, el
gobierno francés y el marroquí, se conjuraron en una operación para sacar las
tropas españolas de Iraq, a donde las había enviado Aznar, tras el pacto de las
Azores, para lo cual era necesario desalojar al PP del gobierno español sin
reparar en los medios.
Para sostener semejante brutalidad, los más
diligentes escribanos de la derecha emplearon su fantasía en apuntar indicios, elaborar
truculentos relatos y aportar presuntas pruebas, sacando a relucir los hipotéticos
vínculos de los terroristas islamistas con ETA, calificada de “autor
intelectual”, mediante una cinta de la Orquesta Mondragón hallada en una
furgoneta; otra presunta prueba fue el hallazgo de la pieza de una lavadora que
podía haber sido utilizada como temporizador de un explosivo, otra prueba, al
parecer tan irrefutable como las otras, fue una mochila que se perdía o
aparecía según lo necesitara el alucinado relato de los fabuladores, otra
prueba fueron las declaraciones de un confidente, que luego se supo cobraba por
contar lo que fuera y de cuyas declaraciones se conocieron seis versiones
distintas. Tampoco faltaron las elucubraciones sobre el explosivo empleado (la
dinamita robada por Trashorras en la mina “Conchita”), o el descubrimiento del presunto
potencial deflagrador del ácido bórico hallado en casa de uno de los autores
del atentado, que al parecer parecía una excesiva sudoración de los pies, pues
para corregirlo se usa el ácido bórico.
Pero aquella orgía de “fake news”, “hechos
alternativos”, “postverdades” como puños y “prementiras” como catedrales, que aventajaba
en décadas a la táctica de Trump, no pudo convencer a los miembros de la
Comisión de investigación del Congreso y menos a los jueces que se ocuparon del
caso.
El 15 de febrero de 2007 comenzó el juicio a
los 29 acusados por los atentados, y entre el 11 de marzo de 2004 y esa fecha, los
ciudadanos asistimos a la producción de ruido y propaganda; a una campaña de
descrédito del Partido Popular contra los jueces y policías que intervinieron
en el caso, a la continua propalación de patrañas, de supuestas novedades y de
testimonios inapelables que luego se revelaron historietas, pero, una vez
iniciado el juicio, en el PP dejaron su labor de obstrucción a los letrados de
la acusación de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, dirigida entonces por
el exaltado Alcaraz, hoy en Vox, que, por su actuación en la vista, parecía la
Asociación Defensora de los Encausados del 11-M, porque sus intervenciones hacían
causa común con los abogados defensores intentando hallar algún vínculo entre
ETA y Al Qaeda; se diría que estaban más interesados en que los acusados quedasen
libres, para dar la razón al PP, que en colaborar con la justicia para que pagasen
por aquel horrendo crimen.
La Iglesia, a través de sus medios y en
particular de la COPE, también se sumó a la tarea de sembrar dudas sobre los
autores de la matanza, solicitando que se supiera toda la verdad, que no es la
verdad jurídica y menos aún la evangélica, sino la que le convenía al Partido
Popular, católico. Más directo, el obispo de Jaca acusó al PSOE de forma velada
de estar detrás del atentado.
Es posible que a Pablo Casado, persona de fe,
además de la versión oficial de su partido, le reconforte la versión mercenaria
de la Curia más que la lectura del sumario 20/04, que comprende 50.000
registros telefónicos, 116 declaraciones, 200 pruebas de ADN, la declaración de
decenas de testigos y la colaboración de 98 peritos, en un expediente de 93.000
folios, que llevó 29 personas al banquillo, acusadas de 191 asesinatos
consumados y 1.824 en grado de tentativa.
Ello no ha impedido que en el PP, sin otro
apoyo que las delirantes fábulas de sus servicios oficiales y auxiliares de
propaganda, hayan puesto en duda la instrucción del sumario. No sabemos que
hubieran dicho de haber ocurrido lo mismo que en Estados Unidos (la verdadera
patria de Aznar), donde el juicio por los atentados del 11 de septiembre de
2001 se saldó con un único condenado, el franco-magrebí Zacarías Moussaoui,
aunque hay otros dos autores huidos.
Por
eso, si Pablo Casado quiere, realmente, conocer la verdad de los hechos, debe acudir
allí donde puede hallarla sin intermediarios: que vaya a la cárcel y pregunte a
los reos, en vez de andar mareando la perdiz repitiendo que quiere saber… pero
de mentirijillas.
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