El
pasado “finde” estuve con una de mis hijas en el Museo de América. No recuerdo
la última vez que lo visité, pero está remozado, renovado, ameno.
No
es muy grande y, a pesar de querer presentar una visión larga de América, se
ciñe sobre todo a la cultura precolombina mesoamericana, aunque también ofrece
muestras y objetos de las culturas del norte (taos, navajos, cheyenes, inuit).
Se
echa de menos una visión del siglo XIX en adelante, en particular de las
primeras décadas del siglo XX, de la etapa revolucionaria y luego populista de
algunas repúblicas. Lagunas que no parecen muy difíciles de rellenar dadas las
relaciones institucionales que España tiene con los gobiernos de aquel
hemisferio.
Aun
así, el museo merece un visita porque tiene colecciones que son un verdadero
tesoro, no sólo de objetos de oro de la nobleza indígena, obsequio de uno de
esos gobiernos, sino de documentos como el llamado Códice de Tudela, que recoge
las glosas describiendo el significado de los pictogramas de la cultura azteca.
Igualmente valioso es el Códice de Madrid, con una amplia colección de estos
pictogramas, en las que abundan imágenes de las deidades de la mitología
mexica, y en particular Tlaloc, el dios del agua, pintado, naturalmente, de
color azul. Esbozos de una cultura escrita a base de figuras, que a los legos
nos recuerdan los signos de la cultura egipcia.
El
trabajo realizado por un español, que seguramente conocía la lengua náhuatl,
para descifrar con ayuda de algún o algunos nativos lo que, a sus ojos, era un
jeroglífico y transmitirlo como primera información codificada a la cultura
occidental, me parece un esfuerzo de comunicación encomiable. Y desde el punto de vista de conservar
un documento que revele la manera de entender el mundo de las gentes de aquella
tierra recién descubierta, me parece que es equiparable en valor con el manuscrito
ilustrado con comentarios del Apocalipsis de San Juan, realizado por el Beato
de Liébana (en Cantabria) en el siglo VIII, con el jacobeo Códice Calixtino,
del siglo XII, o con el Libro de Kells, sobre los cuatro evangelistas, ilustrado
y escrito en latín por monjes celtas en el siglo IX, que se conserva en Dublín.
Las figuras de abajo pertenecen
al Códice de Tudela.
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