jueves, 24 de enero de 2019

Ventanas indiscretas 1

Desde el punto de vista político y social, en Europa, la crisis financiera fue como un movimiento telúrico, que en España aumentó de intensidad debido, primero, a nuestro peculiar modelo de crecimiento económico, muy basado en la especulación del suelo y el crecimiento inmobiliario facilitado por la mano de obra poco cualificada y el crédito barato, y debido, después, a la drástica reducción del gasto social aplicada con saña por el gobierno de Rajoy, implicado, además, en numerosas tramas de corrupción.  
A la indignación social provocada en la clase media y la clase trabajadora por la acusación de la derecha española y europea de que la causa de la crisis era haber vivido por encima de sus posibilidades recurriendo a un crédito desmedido, y, en consecuencia, merecer como castigo la reducción de salarios y pensiones, el empleo precario, el paro y el recorte de gasto público, se unía el hecho de que quien lo aplicaba era un gobierno autoritario y corrompido, que subía el sueldo de sus miembros de modo escandaloso en plena crisis y aceptaba sin rechistar las medidas de austeridad contra sus compatriotas dictadas por la Comisión Europea, el BCE y el FMI, mientras solicitaba el rescate de una banca ambiciosa y mal gestionada, pero se mostraba insensible a las protestas sociales y al daño infligido a las clases sociales económicamente más débiles (gobernar es repartir dolor, decía el ministro de Justicia Ruíz Gallardón).
Todo ello exigía una respuesta política enérgica, que ni IU ni el PSOE, paralizado en una débil oposición responsable, eran capaces de ofrecer.
La oleada de movilizaciones sociales iniciada en 2010 -tres huelgas generales, las coloreadas mareas, el cerco al Congreso, las marchas de obreros y mineros, el 15-M-2011, etc- mostraban una indignación y sobre todo un deseo de cambio que, ante la inacción de las izquierdas, se podía perder o ser captado por una derecha populista. Y ese fue el terreno abonado en el que germinó Podemos, que explicó su fundación como resultado de un análisis de coyuntura que ofrecía la posibilidad de intervenir decisivamente en política a una organización radical de izquierda.  
La crisis había abierto “una ventana de oportunidad” -fue el término empleado- para una fuerza política de izquierda, distinta, alternativa a las existentes, que supiera recoger la crítica negativa de la ola de malestar social y transformarla en impulso positivo para cambiar de gobierno o, en sentido más lírico, tomar el cielo por asalto.
Asomaba, ahí, una vieja idea de la izquierda radical: montarse en la cresta de la ola para dirigir el movimiento en la dirección adecuada.
Como respuesta extensa y en gran parte espontánea, la movilización era diversa y multiforme, intergeneracional, interclasista, interterritorial, gremial y social, pues agrupaba a personas sin distinción de edad, género, profesión o religión; personas de diferente origen y posición social, técnicos y profesionales de clase media, trabajadores fijos y precarios, parados, obreros sin cualificar, estudiantes, becarios, funcionarios, usuarios y profesionales de servicios públicos, estafados por la banca, afiliados sindicales, gente ya politizada, incluso organizada en partidos y grupos de izquierda, núcleos de activistas y asociaciones solidarias, y quienes recibieron en esas jornadas su bautismo político; era un totum revolutum movido por la indignación y la repulsa provocadas por el maltrato recibido desde el Gobierno.
Dar expresión política a todo eso era una empresa difícil; unir reclamaciones tan diversas y territorialmente dispersas en un propósito común y dar salida a situaciones tan distintas en un programa político era una tarea larga y compleja, pero el tiempo corría, pues el reloj político de las instituciones, que marcaba la fecha de las elecciones, era muy distinto del tiempo de los movimientos, marcado, en unos casos, por la urgente necesidad de satisfacer las demandas más apremiantes y, en otro caso, por la dificultad para coordinar y formalizar un proyecto compartido sobre una base social tan heteróclita.
A esta dificultad se añadía otra; no bastaba con ofrecer un programa alternativo al de la izquierda ensimismada -PSOE, IU-, sino que para llevarlo adelante había que fundar un tipo de organización distinto, que evitase el riesgo de reproducir los negativos efectos de una clase política -“la casta”- alejada del sentir de la ciudadanía.  
Las circunstancias habían abierto una ventana de oportunidad, pero sólo eso: pues tanta oportunidad había para acertar y tener éxito como para equivocarse y fracasar.
El “núcleo irradiador” de Podemos creyó que podía fundar un partido y conservar el movimiento coordinando los círculos locales con una dirección representativa y suficientemente centralizada como para resultar eficaz y ejecutiva; combinar la democracia de base, participativa, la discusión asamblearia a escala local, con la necesaria unidad de acción a escala regional y nacional.
Continuará.

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