En ese
despiste de la izquierda y su deriva hacia el nacionalismo, hay otro
ingrediente a tener en cuenta, que es la movilización social.
Después de los agitados
años de la Transición y de lo que se podría llamar “pacificación subsiguiente”
(o desencanto, atonía, etc) de la etapa de “normalización democrática”, es
decir a medida que, en la práctica, entraban en funcionamiento las estructuras
que reconocían los conflictos sociales, negados por el franquismo como
tensiones inducidas desde el exterior (Moscú, Praga, la masonería, etc), y
trataban de resolverlos política y jurídicamente dentro de las instituciones, una
parte de la izquierda, que fundaba su existencia en la actividad del movimiento
obrero, ya encauzado a través de los sindicatos, buscó la continuidad de su
función opositora en la movilización de agentes sociales por objetivos
alternativos a los del movimiento obrero, y uno de estos fue el movimiento nacionalista,
al que la izquierda se sumó con la pretensión de llevar adelante, en unos casos,
la ruptura regional con la reforma del régimen (Euskadi como último bastión
para resistir al franquismo coronado), y en otros, de concluir lo que la
Transición había dejado pendiente, que eran los derechos de las nacionalidades. El resultado lo sabemos: la izquierda fue engullida por el activo nacionalismo burgués y ha desaparecido como opción política para los trabajadores.
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