Aupado en la movilización social, pero no
emanado directamente de ella (el 15-M tuvo otras salidas políticas sin éxito),
Podemos, sin poder institucional, escaso arraigo social y sin vínculos con el
mundo laboral, contaba con los improvisados círculos surgidos al calor del
movimiento y con notable habilidad para situarse en lo que Habermas llama la
“notoriedad pública”; en la superficie de la actividad política, que es el
ámbito de la comunicación.
Sus dirigentes, bien preparados y dotados de
eficaz oratoria, expusieron la audacia de sus pretensiones con un lenguaje
crítico y afán provocador, que suscitó expectación en unos grupos sociales,
esperanza en otros y, desde luego, la enconada respuesta de sus adversarios, en
particular de la farisaica derecha, a la cual se complacían en soliviantar, lo
cual halló excelente acogida en los medios de información, ávidos siempre
novedades -lo nuevo es el principio del periodismo- y dados a suscitar debates,
para mantener la audiencia, a base de realimentar conflictos que luego eran
replicados en las redes de Internet.
Pero, “Spain is different”.
En España no es posible (ni recomendable) un
populismo patriótico como el peronismo, que recorra transversalmente la
sociedad y acoja en su seno desde peronistas de extrema izquierda a peronistas
de extrema derecha, para que acabe gobernando la élite peronista de un modo u
otro.
Tampoco suscita entusiasmo una suerte de
populismo cívico-militar como el socialismo bolivariano, porque en España se
recuerdan, con horror en la izquierda y con honor en la derecha, los 40 años de
dictadura del Generalísimo, que ha sido un modelo para golpistas de todo el
mundo.
El populismo de masas -la “mayoría natural” de
Fraga- lo representa la derecha en el PP, con un populismo neoliberal,
patriotero y clerical, conseguido con demagogia, jerarquía, disciplina,
prebendas y clientelismo (patria y pasta).
Disputar esa hegemonía con un pensamiento
alternativo es un trabajo que requiere años de esfuerzo, pero está reñido con
el objetivo de llegar pronto al gobierno. La prisa es un rasgo de Podemos, al
menos, en su primera etapa.
Por otra parte, agrupar a la izquierda es tarea
propia de cíclopes, porque aquí tiende fácilmente a la fragmentación.
Hay otro ingrediente propio de este país, que
es la tensión periférica, contagiada por el nacionalismo burgués de Cataluña y
el País Vasco, con la intención de ostentar en exclusiva el poder político en
sus territorios pero compartiendo a la vez el mercado nacional y los beneficios
de la proyección internacional de la economía española. Que este proyecto tenga
lugar en dos de las regiones más ricas del país no ha sido óbice para que
dóciles organizaciones de izquierda lo hayan asumido como propio, aún costa de
desnaturalizar sus programas.
Por tanto, lo que ahí aparece no es la
posibilidad de organizar a un pueblo en torno a un proyecto, sino la de unir
diferentes “pueblos” con sentido nacional en torno a un proyecto, si es que se
reconoce como un dato imprescindible la existencia de tales “pueblos” y de las
fuerzas políticas que los representan, con las cuales hay que avenirse como sea
para montar un proyecto político que tenga como primer objeto derribar el
tambaleante “régimen del 78”.
La consecuencia será comprobar que no es
posible tomar el cielo por asalto, es decir, sin consenso, sino que este es
imprescindible para conseguir elevarse y acercarse a él. Más aún, mantenerse
políticamente vivo sobre el suelo va a depender de múltiples y trabajosos
consensos.
Un par de datos más sobre el análisis de la
correlación de fuerzas, que revelan la impericia -la juventud de los dirigentes
de Podemos- y les hace comportarse como turistas. Se tarda en conocer a fondo
este país, que es moderno y dinámico en la superficie, pero tradicional y lento
en lo profundo.
En España, la derecha carece de principios
morales y no es democrática, porque tiene una concepción patrimonial del país,
pero es fuerte, tiene un sentido de clase arraigado y larga experiencia de
gobierno, aunque no es buena gestora; está presente en la instituciones,
dispone de poder local y autonómico, mantiene estrechos vínculos con los
poderes económicos y financieros, con la Iglesia, la judicatura, cuerpos
profesionales, con la jefatura de las fuerzas armadas y con organizaciones
internacionales afines. Ha heredado y multiplicado el caciquismo más rancio y
sostiene extensas redes clientelares. Es vengativa, pero no reconoce errores o
excesos y es reacia a solicitar disculpas. Es un adversario desleal y un mal
enemigo. Si asaltar el cielo era sacar del gobierno al PP, Podemos no lo tenía
fácil.
Tampoco era fácil desplazar al PSOE al puesto
de segunda fuerza de la izquierda, teniendo en cuenta que IU había fracasado en
el intento.
A pesar de su crisis (no sólo de liderazgo), el
PSOE, era un partido veterano, con casi 140 años de existencia, que había
recuperado un lugar principal en la política española después de 40 años de
dictadura y había cumplido un papel esencial en la fundación y funcionamiento
del régimen parlamentario. Disponía de poder local y autonómico y tenía
relación con actores sociales, políticos y culturales nacionales y extranjeros.
Era una fuerza bastante sólida a pesar de su crítica situación y, por tanto, un
rival con el que era difícil competir.
Y los dirigentes de Podemos, aupados en el
movimiento y en los medios de comunicación se dispusieron a pasar de la nada al
gobierno en un par de años. Lo nunca visto, pero lo intentaron.
Continuará.
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