El “núcleo irradiador” -el grupo fundador de
Podemos- tenía por delante una ingente tarea, pero en teoría estaba bien
surtido de ideas políticas para ello.
Entre otros autores y teorías -son doctos
profesores universitarios-, una buena ración de marxismo figuraba en su
equipaje, si bien en varias versiones; una más propia de la tradición
comunista, incluso estaliniana, como se vería en el aspecto organizativo (una
combinación de magma en ebullición y politburó). También el marxismo italiano,
Gramsci, por su teoría de la hegemonía, exhibida en el primer momento, luego
abandonada y recuperada ahora en Madrid por Errejón, y el postmoderno (y
confuso) marxismo de Negri, formulador de la teoría del bíopoder en red, del
imperio sin emperador y de la multitud -todos los explotados, todos los
sometidos- como alternativa liberadora.
No faltaba la versión populista del
estructuralismo de Althusser, defendida por Laclau en la Argentina de los
Kirchner ni la aportación, igualmente populista, del socialismo bolivariano
cívico-militar. Contaban también en sus currículos con viajes, becas y estancias en Europa y América
Latina con el Centro de Estudios Políticos y Sociales, así como con ejercicios
de “contrapoder” en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad
Complutense y con la experiencia en materia de comunicación ideológica
proporcionada por el programa “La tuerka”, en una pequeña emisora de televisión
local.
Con esto (y Lenin, Maquiavelo o Berlinguer) en
la maleta, Podemos hizo su aparición pública despreciando el eje
izquierda-derecha, por obsoleto, para hacer del eje arriba/abajo la palanca
fundamental de la acción política. De ahí vendría la idea de la oposición entre
el pueblo y la élite, pero como España no es América Latina, no existe el
pueblo español sino “los pueblos” -para Podemos, España es un estado
plurinacional-, de modo que la élite fue bautizada como “la casta” y el pueblo
fue reemplazado por la gente, lo más parecido a la multitud de Negri y al uomo
qualumque de Mussolini.
No faltaban unas dosis de optimismo histórico
respecto a la situación: la crisis financiera y la corrupción habían
deteriorado de tal manera el régimen del 78, que se tambaleaba y había que
empujarlo para que cayera y reemplazarlo por otro -una república- salido de un
proceso constituyente (de nuevo Negri).
Aupado en la movilización social y en
particular en el movimiento 15-M, del que se considera heredero, el lenguaje radical,
el tono crítico cuando no crispado de sus dirigentes, así como despectivo con
la izquierda -“no quieren ganar”-, En Podemos, mostraban músculo, saber (de
forma bastante abstrusa) y suficiencia: tenían prisa y ansia de triunfo
-“venimos a ganar”-, y además sabían cómo lograrlo. Y, preparados para ganar,
se dispusieron a tomar el cielo por asalto, no por consenso.
Pero España es diferente y las teorías
importadas chocaron con la realidad.
Continuará
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