lunes, 11 de septiembre de 2017

Un plus de legitimidad

Good morning, Spain, que es different  
Hoy, día 11 de septiembre, aniversario también del golpe militar que, en 1973, derrocó al gobierno de la Unidad Popular en Chile, y de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, en 2001, se celebra la gran jornada festiva y reivindicativa de La Diada en Cataluña, en el tenso clima de opinión con el que se mueve el llamado “procés” hacia la independencia.
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?, es lógico preguntarse. Razones hay de bastante peso y responsabilidades, también. Explicar lo ocurrido no es fácil, pero lo voy a intentar aportando algunas causas, según mi modesto entender.
La primera de ellas es el “plus de legitimidad” democrática con que, para las izquierdas y gran parte de la “progresía”, cuentan los micronacionalismos y el déficit de legitimidad que sufre el nacionalismo español o gran nacionalismo. Aunque en esto del nacionalismo, además de la extensión territorial, hay que tener en cuenta la intensidad de la adhesión, pues, como en casi todo asunto político, hay grados: se puede ser muy nacionalista o poco nacionalista, muy patriota o poco patriota.     
La dictadura franquista ha tenido efectos duraderos sobre la sociedad española y uno de los más persistentes y políticamente negativos es haber sembrado una gran confusión ideológica. La dictadura trastocó no sólo costumbres sociales, conceptos económicos, usos comerciales, criterios políticos y valores morales, sino ejes fundamentales que sirven de guía en la acción política. Así se puede decir que uno de los éxitos más notorios de Franco fue el haber logrado confundir a sus más radicales adversarios -las izquierdas- para que perdiesen referencias esenciales de su actuación y tomasen España como país por lo que sólo era su régimen; el todo por la parte -la dictadura- ostentosamente más visible, y lo temporal, accidental, por lo permanente.  
El uso propagandístico de los términos patria y España durante cuarenta años hizo que el rechazo de la dictadura, del patrioterismo franquista y del indigesto nacionalismo español llevara también al rechazo de España, cuyo nombre como país por encima de sus circunstancias políticas aún levanta ampollas en algunos sectores de la izquierda, que prefieren utilizar en su lugar la alternativa fórmula de “Estado español”, que es cosa muy distinta, y término que debería ser de uso aberrante entre marxistas, conocedores, en teoría, de lo que es el Estado y de lo que no lo es.   
En los últimos años del franquismo, los movimientos nacionalistas ofrecieron uno de los frentes de desgaste del régimen, no el mayor ni el principal, pero sí uno de ellos, en el que las izquierdas, sin hacer muchos distingos -no era fácil- entre lo que era oposición a la dictadura y lo que era aversión a España, vieron unos potenciales aliados.
En aras de paliar enfrentamientos y de facilitar los acuerdos sobre las líneas maestras del nuevo régimen democrático, en la Transición se hizo tabula rasa del pasado y, por tanto, los casos de deslealtad de la Generalitat catalana y del Gobierno Vasco con la República quedaron a beneficio de inventario. Con ello, los partidos nacionalistas, sin mácula alguna y habiéndose mostrado opuestos al franquismo se presentaron con una factura pendiente, que era recuperar cuanto antes el autogobierno que se les debía. Y todo aquel que pusiera en solfa sus demandas era un fascista, un secular enemigo del pueblo, de la lengua y de la cultura autóctona.
Administrada esta vacuna contra las críticas, los nacionalistas empezaban a correr con ventaja en el nuevo régimen. Y el sistema electoral así lo recogió.
Las izquierdas antifranquistas reconocieron la “deuda” con los nacionalistas, aceptaron casi todas sus reclamaciones políticas, incluso el derecho a la secesión, y dieron por bueno el discurso con que históricamente justificaban sus pretensiones.
Contando con ese plus de legitimidad y tan estimable ayuda, las fuerzas nacionalistas no han dejado de crecer y las izquierdas, seducidas por los cantos de las sirenas nacionales, no han dejado de menguar.

Publicado en El obrero, el 9/9/2017, y en Nueva tribuna el 11/9/2017.

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