Qué equivocado estaba yo, lo admito, en el asunto de “los colonos” en Cataluña. Obnubilado por las caravanas de pioneros en las películas del Oeste, me había despistado tal denominación, que reemplaza a la antigua, más clasista pero igual de despectiva, de “xarnegos”, pero leyendo lo que dicen los nacionalistas estoy obligado a cambiar de opinión.
Hasta
ahora había creído que los “xarnegos”, “los colonos”, eran trabajadores y
familias de regiones deprimidas de España, principalmente del ámbito rural, que,
por no irme más atrás, en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, se habían
desplazado hacia las grandes ciudades y las zonas más desarrolladas de España
(Cataluña, entre otras) y de Europa, buscando las oportunidades de trabajar que
faltaban en sus localidades de origen.
Gente
sencilla que aspiraba a vivir mejor, o simplemente a vivir o a sobrevivir, y
que, un buen día, liquidaba lo poco que tenía, dejaba su casa y con una maleta
de madera o de cartón viajaba en tren, en tercera clase (hoy desaparecida),
hasta Cataluña a buscarse un porvenir mejor trabajando en la industria, en la
construcción o donde pudiera, y resignándose a fijar su domicilio en cualquier andurrial,
en un alejado barrio dormitorio de la periferia de Barcelona o de otra ciudad
industrial, quizá en una chabola o en alguna otra variedad de infravivienda en
zonas sin urbanizar y carentes de servicios asistenciales.
Eso
creía yo, intoxicado por la lectura de los libros de Francisco Candel, por los
testimonios de cristianos como Alfonso Carlos Comín, por lo que contaba la
propaganda del PSUC y otros partidos de izquierda, por los panfletos sobre las
huelgas de Sabadell, del Barberá o del Vallés y por lo que denunciaban los
movimientos vecinales, que relataban las duras condiciones de integración de
“los colonos”.
Pero,
qué equivocado estaba yo, con el cerebro lavado por aquella literatura falaz y subversiva,
porque el objetivo de “los colonos” era muy distinto. Su pretensión, conseguida
ya hoy, fue desplazar a los autóctonos de los puestos de mando en todos los
ámbitos de la sociedad catalana donde fuera posible.
La
penetración tuvo éxito y pronto ocuparon los cargos directivos de los bancos y
cajas de ahorros de Cataluña, de las compañías energéticas, de las eléctricas,
del gas y del agua. También coparon los puestos más altos en grandes empresas como
SEAT, Nissan, Perfumes Puig, Roca Sanitarios, Grupo Torras, Damm, Freixenet
(¡ay! el cava), Almirall, Grifols, Ferrer y hasta se atrevieron a entrar en los consejos de administración de Vichy
Catalán y Casa Tarradellas. ¡Insultante!
Pero
no se conformaron con eso, pues, dispuestos a penetrar en lo más hondo de la
economía catalana con el fin de someterla a España, ocuparon las juntas
directivas del Círculo de Economía, de FEPIME Cataluña, de Empresarios de
Cataluña y hasta del viejo Fomento del Trabajo. También se apropiaron de la gerencia
de la Feria de Muestras, la Fira de BCN. ¡Inaudito!
La
secreta invasión pretendía también adulterar la cultura catalana, por lo cual
la ofensiva les llevó a controlar la prensa, la radio, la televisión y asociaciones
e instituciones culturales como el MACBA, la Fundación La Caixa, el Centre de
Cultura Contemporània de Barcelona, el Ateneu Barcelonés, la Biblioteca de
Cataluña, El Institut d’Estudis Catalans, la Coral Sant Jordi, el Omnium
Cultural y el Centre Excursionista de Catalunya, como si el Cadí y el Montseny les
pertenecieran. ¡Blasfemia!
No
satisfecha su apetencia con tales apropiaciones, se aprestaron a disputar, y lo
consiguieron, el control del Liceo y del Palau de la Música, con los resultados
que todos conocemos: la ópera entregada a autores italianos y alemanes y las
arcas del Palau vaciadas de manera misteriosa. Pero, con todo, eso no ha sido
lo peor, sino que con una imperdonable muestra de osadía han llegado a dirigir
el Barça, que, como todo el mundo sabe, es más que un club de fútbol. ¡Señor,
qué tragedia!
Sólo
les falta conquistar la escarpada abadía de Montserrat, pero es cuestión de
tiempo.
El desastroso resultado para
Cataluña ha sido nutrir las colas de las oficinas de empleo con miles de altos
cargos, portadores de ilustres apellidos catalanes y acrisolados currículos
profesionales, que, elegantemente trajeados, buscan un empleo precario y mal
pagado al haber sido desplazados de sus despachos en instituciones catalanas y grandes
empresas por unos avispados “colonos” sin escrúpulos. Y eso no se puede
consentir: es, por tanto, justa esta rebelión contra ocupantes tan
desagradecidos. https://elobrero.es/opinion/item/4227-colonos.html
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