miércoles, 19 de julio de 2017

Malestar en Cataluña (2)

Good morning, Spain, que es different

A esta dinámica, que ya tiene unos lustros, se une la crisis financiera de 2008, la nuestra y la ajena, que es una manifestación perversa del curso de la economía mundial, y los ciudadanos, a su perplejidad, suman el miedo a las consecuencias de la recesión económica, que ha abierto un abismo bajo sus pies por lo fácil que es descender en nivel o en calidad de vida, por la amenaza del paro, por el empleo precario y la amenaza de un posible despido, por los salarios que bajan y los impuestos que suben, por el pago de la hipoteca y los plazos del coche, por la quiebra de bancos y empresas que parecían eternos, por la pérdida de los ahorros o incluso de la vivienda, por las pensiones (¿habrá para todos?), por el deterioro del sistema sanitario, por los recortes en educación, por la almoneda de los bienes públicos entregados a la privatización que reducen el Estado del bienestar, por el incierto futuro de los hijos, por la amenaza de los foráneos, por la delincuencia, por el aumento de los tráficos ilegales, por la burocratización de la administración pública y privada, por la falta de un horizonte despejado de todos estos temores; por la complejidad de la sociedad actual, en suma, en la que parece que todos los problemas son urgentes y carecen, al mismo tiempo, de solución.
Esta visión está agravada por lo que sucede en el ruedo ibérico, por la crisis de la clase política, por el desgaste del régimen surgido de la Transición, por la corrupción, por los dimes y diretes de los partidos, por las luchas intestinas, por la obsesiva visión a corto plazo, y claro está, en Cataluña, por el Estatut, por la sentencia del Tribunal Constitucional, por la deriva política y delictiva de CiU, por la ofensiva de ERC y por la desorientación de la izquierda, que hace años perdió el rumbo en este tema.
Tan faltos de referencias, de valores firmes, de instituciones estables como los ciudadanos españoles, los catalanes se sienten perdidos (“Perdidos. España sin pulso y sin rumbo”) entre un presente, que según Muñoz Molina (“Todo lo que era sólido”), es “una niebla de palabras arcaicas, himnos viejos y banderas obsoletas, un guirigay de trifulcas políticas” y un “porvenir de dentro de unos días o semanas (que) es una incógnita llena de amenazas y el pasado es un lujo que ya no podemos permitirnos”.
Pero, ante los problemas económicos y políticos propios de España, mezclados con los del resto del mundo, los nacionalistas han buscado un solo motivo que explique el malestar de los catalanes y canalice su indignación, un solo principio que explique las aludidas dinámicas contemporáneas; una sola causa eficiente que dé cuenta, de modo sencillo, del problema y que facilite la solución. Y han dado con ella, expresada en una frase de gran eficacia propagandística: “España nos roba”. 
Así, el malestar en Cataluña se debe a una sola causa, al expolio al que España, desde hace siglos, somete a Cataluña, y la salida a esta situación es sólo una, sencilla y radical: la independencia. Una vez fuera de España (pero cerca de su mercado), los rasgos peculiares del carácter catalán -laboriosidad, seriedad, sensatez, ahorro-, libres ya de la opresiva tutela castellana, volverán a producir los resultados de antaño y Cataluña, triunfante, volverá a ser rica y plena.
Al malestar del ciudadano actual, incrementado por un victimismo sembrado a lo largo de décadas, los nacionalistas le han buscado una salida, que es participar en el proyecto colectivo de formar una nación y fundar un Estado independiente. Una meta que parece fácil de alcanzar y que se presenta como solución a los problemas de los catalanes, planteada y resuelta por ellos mismos.
Todo lo fían a la pretendida capacidad de una raza que es superior a la española, como ya señalaron los padres fundadores del nacionalismo, creyendo que así podrán escapar a las lógicas de la globalización, cuando lo que proponen es acentuarlas, perfilando un horizonte aún más inestable. Pues, aun cuando nieguen su existencia, las tensiones del mundo moderno seguirán estando ahí; los independentistas se las llevarán con ellos, más allá del Ebro o del Jordán.

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