Good morning, Spain, que es
different
Libertad, soberanía,
independencia son bellas palabras; palabras solemnes, emocionantes, si se
pronuncian con seriedad y sinceridad; palabras falaces, vacías, si se
pronuncian para suscitar acríticas adhesiones a proyectos políticos poco claros
o claramente oscuros, porque tales palabras, para no ser emitidas con el
deliberado propósito de engañar o confundir, exigen estar respaldadas por
contundentes y poco retóricas realidades.
Hablemos de la soberanía, que
en nuestra mercantilizada sociedad (¡qué le vamos a hacer!) tiene que ver con
la capacidad de un país para mantenerse o financiarse de manera autónoma. El
ideal es poder hacerlo sin demasiados compromisos, sin grandes deudas ni onerosas
condiciones y con una reconocida capacidad para financiarse y devolver lo
prestado con garantías para los prestamistas. Cuestión de confianza, en suma.
En el primer trimestre de
2017, la deuda catalana ha sido de 75.443 millones de euros (y sigue
creciendo). Es la comunidad autónoma con la deuda más alta. Supone el 35% del
PIB de Cataluña. Una deuda de 10.000 euros por habitante. Con respecto al mismo
trimestre de 2016, la deuda catalana ha crecido en 2.764 millones de euros; se diría
que al mismo ritmo que la prisa del “procés”.
En 2008, el primer año de la
crisis, la deuda era de 20.825 millones de euros, el 10% del PIB catalán. Y en
el año 2006, el año del Estatut, la deuda era 14.873 millones de euros, el
7,80% del PIB catalán. La deuda habla, naturalmente, de la gestión de la
Generalitat, pero no vamos a entrar ahora en ello, sólo a señalar que es uno de
sus resultados.
La deuda catalana se reparte
en: 50.037 millones de euros de préstamos del Estado (Fondo de liquidez
autonómica y otros), 8.849 millones de entidades financieras nacionales y 6.147
millones de entidades financieras extranjeras.
Ante las dificultades de la
Generalitat para devolver o refinanciar la deuda, agencias internacionales han
calificado el bono catalán de “bono basura” y lo han colocado a la altura de
las emisiones de deuda pública de Bangladesh.
Así, cualquier españolito, o
catalanet, que haga cuentas llega a una conclusión opuesta a la de los soberanistas,
pues en vez de confirmar la tesis nacionalista -“España nos roba”- debe admitir
“¡qué cara nos sale Cataluña!”.
Salvo un hecho milagroso, es
de suponer que el día 2 de octubre la deuda seguirá ahí -como el dinosaurio del
cuento de Monterroso- y que la hipotética república catalana seguirá atada financieramente
al denostado Estado español, como primer acreedor del nuevo país. ¿Seguimos
hablando de soberanía?
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