domingo, 5 de julio de 2015

La moral natural

Good morning, Spain, que es different
¿Cuál es la moral de la naturaleza?
Si, como propone la Iglesia, los humanos deben inspirarse en la naturaleza para establecer normas morales a las que ajustar su conducta amorosa y sexual, es lógico preguntar cuáles son esas normas, dónde buscarlas y cómo interpretarlas para que sirvan de guía. Pero del conocimiento de la naturaleza no surge el catálogo de normas morales propuesto por Roma, sino algo bien distinto: que los seres vivos están sometidos a una ley inexorable -asegurar la continuidad de las especies-, de la cual derivan dos imperativos mandatos: la supervivencia y la reproducción de los individuos. Sobrevivir y reproducirse, he ahí la suprema ley natural o lo que es lo mismo: alimentarse y procrear. De ello sigue todo lo demás: las estrategias para adaptarse al entorno y sobrevivir, la conducta sedentaria o migrante, la defensa del territorio y la lucha por un lugar en la horda, el parasitismo, la simbiosis, la competición o la cooperación, las tácticas de fuga o de combate, la habilidad para aparearse, la atención a la progenie, etc, pues la continuidad de cada especie depende del éxito de sus mejores individuos al cumplir estos mandatos. 
Nada hay en la naturaleza que recuerde la convivencia de distintas especies en el arca de Noé, ni el bucólico panorama del jardín del Edén, descrito en el Génesis. La naturaleza no es el paraíso, aunque a veces lo parezca, sino algo más parecido al infierno para los seres sometidos a ella. 
Lo que hallamos son especies adaptadas a su entorno en ecosistemas, cuya supervivencia depende de la habilidad de los individuos para colocarse en la cadena trófica o red de circulación de energía, que, partiendo de los seres capaces de alimentarse a sí mismos (autotróficos), organiza la distribución de energía de todos los demás en una imaginaria pirámide, en cuya cúspide se encuentran los grandes predadores, que viven de apropiarse de los paquetes energéticos que en grados sucesivos han ido transformando y acumulando otras especies. 
Por ello, si lo que caracteriza la moral es la posibilidad de elegir, bien o mal, lo que hallamos en la naturaleza no son seres libres capaces de escoger sino seres determinados por los rasgos de su especie y por el lugar que ocupan en la cadena alimenticia. No hallamos, pues, libertad, sino necesidad; ni hay elección, más que en grado mínimo, sino determinación; no hay moral sino eficacia, en una incesante competición por sobrevivir y procrear. 
Si nos referimos a la reproducción de los seres humanos, actividad que merece buena parte del repertorio católico de preceptos morales y sobre la cual ejerce la Iglesia una vigilancia rayana en la obsesión, y a la necesidad de encontrar en la naturaleza un comportamiento típico que sirva de orientación moral a los humanos, es preciso acotar los ámbitos de la naturaleza en que debemos buscarlo, pues, salvo en el reino mineral, todas las especies animales y vegetales se reproducen. 
Si descartamos el reino vegetal, pues la reproducción humana guarda poca semejanza con la de las plantas, sean criptógamas o fanerógamas, parece que la llamada moral natural debe inspirarse exclusivamente en el comportamiento de los animales.
Poca luz obtenemos observando la conducta sexual de los insectos, pues, por poner unos ejemplos, no coinciden con la moral católica el brutal apareamiento de las chinches, donde los machos no distinguen las hembras de otros machos, ni la relación de la reina de las abejas con los zánganos ni la pasión de la mantis religiosa, que devora al macho tras la cópula. En el reino de los peces, poca ejemplaridad para la familia (católica) se obtiene del abandono de las crías una vez depositada la hueva o de la compulsiva promiscuidad de los calamares, que les lleva a la muerte tras haber participado en una orgía de miles de individuos en medio del océano. 
Así, para hallar un comportamiento que sirva de criterio moral a los humanos parece que debemos buscarlo en los grandes mamíferos, pero no avanzamos gran cosa, porque se vuelven a plantear las mismas preguntas. ¿Qué especie o especies pueden haber inspirado la moral de la Iglesia? ¿En cuáles nos fijamos para establecer una conducta que sirva de modelo moral a los humanos? ¿Cuál es el modelo de pareja reproductora que los humanos debemos imitar? ¿El monógamo del lobo o el polígamo del venado, del caballo o del león? ¿La pareja estable del lobo o la pasión de temporada de los rinocerontes? ¿Y cuál es el modelo familiar aconsejable? ¿El de la tropilla de hembras con sus crías, defendidas por un macho dominante, como el caso de las cebras o los impalas? ¿O el gineceo de algunos bóvidos (los bisontes) o los proboscidios, formado por hembras, crías y adolescentes? ¿O el de las madres solteras con sus vástagos de hipopótamos y rinocerontes? ¿El modelo monárquico del león, que domina sobre un serrallo y un territorio, y sólo permite la supervivencia de las crías del macho dominante, o la guardería colectivista de los licaones, donde la jauría protege decenas de cachorros? 
Por aquí tampoco está claro el modelo natural por excelencia defendido por la Curia, quizá tengamos que indagar entre los primates. 
Conocidas son la lubricidad de algunas especies de simios y la asociación jerárquica de los mandriles, que desestimamos. También a los gorilas, en los que un macho domina un pequeño clan, pero expertos en la materia afirman que los simios con un comportamiento sexual más cercano al de los humanos son los chimpancés bonobos, que mantienen todo tipo de relaciones. Esta actitud desinhibida puede parecer moralmente escandalosa pero es la base de colectividades armónicas, ya que resuelven los conflictos no por medio de luchas sino de actos amorosos, incluyendo las relaciones homosexuales. Lo cual muestra a los humanos un modelo de comunidad pacífica del que tan necesitados estamos, aunque no es probable que goce de la aprobación de los obispos. 
En la naturaleza no existen ni la abstinencia ni la castidad, tan del agrado de los prelados, el emparejamiento estable es raro, la virginidad de las hembras es transitoria y los animales que permanecen célibes lo son a su pesar. El reparto equitativo es escaso y la solidaridad, momentánea; la piedad es ocasional y la justicia no se conoce. La mansedumbre está condenada: no sirve poner la otra mejilla, como el Evangelio recomienda, o el otro lado del hocico, sino a un zarpazo responder con dos o con la huida. 
Ni siquiera impera la ley del Talión, tan humana que busca compensar a las víctimas con una reparación proporcional al daño recibido, sino simplemente la ley del más fuerte o del más hábil, que impone sus reglas casi siempre, y el débil está condenado a vivir poco tiempo y en continuo sobresalto. 
¿Son éstas las conductas que inspiran la moral católica? No lo parece. Por lo cual cabe preguntarse si la presunta moral natural no es más que una fórmula vacía o si la Iglesia piensa realmente en estos comportamientos cuando la propone, porque si nos guiáramos por ella llegaríamos a un mundo aún más brutal que el que tenemos. Es una moral que nos mantendría sometidos a la naturaleza en vez de alejarnos de ella. 
Por otra parte, la doctrina de la moral natural guarda un extraño parecido con el individualismo patológico que postulan los ultraliberales, que ubica a los seres humanos en un mundo hobbesiano, donde impera la lucha y triunfan los más preparados. De modo que, por principio, la Iglesia rechaza la teoría de la evolución, pero defendiendo la moral natural preconiza un darwinismo social que ensalza a los más dotados, en un mundo inmisericorde. 
Y con esto llegamos a lo siguiente: la moral natural, si existe no puede estar fundada en la recta razón, porque en la naturaleza no hay razón ni moral, sino eficacia. La razón sirve para observar que en la naturaleza no hay ética; y que si existe entre los humanos es, precisamente, por haberse apartado de la naturaleza usando la razón. La moral que defiende la Iglesia, inspirada en la razón y en la naturaleza, carece de sentido. Es sólo una frase, que podría ser inocua si no encerrara un disparate. 
La ciencia, resultado de la razón, indica cómo es la naturaleza; la moral indica cómo deben comportarse los humanos. La ciencia señala lo que se puede o no se puede hacer; la moral indica lo que se debe o no se debe hacer. Y en el caso de la naturaleza, no existe convergencia entre ambas. La Iglesia ha confundido la sociología con la zoología y ha creído que podía deducir normas humanas de conducta del (supuesto) estudio del comportamiento animal.
Fragmento del artículo. "Crítica de la presunta moral natural" (Revista Trasversales nº 9, invierno, 2007).

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