miércoles, 1 de abril de 2020

Crónica del asedio. Homenaje


Acaba otro día de encierro con el aplauso vespertino, obligado y con gusto, dedicado a quienes, en primera línea del frente, se baten el cobre con el “bicho”; una microscópica encarnación de la mitológica hidra de Lerna, que multiplicaba sus cabezas a medida que algún valiente -Hércules- se las cortaba, pudiendo tener desde siete hasta diez mil testas, según las leyendas. Cifra fabulosa para las cabezas de una sierpe de aliento hediondo, pero infinitamente pequeña para el virus que se reproduce por millones y se extiende por el mundo buscando cuerpos habitables, como si fuera la última plaga de Egipto.
Así, pues, hay que seguir aplaudiendo cada día a quienes, sin desmayo, supliendo con voluntad la escasez de recursos y con riesgo de su salud e incluso de su vida, cuidan de la nuestra y se ocupan de la ingrata labor de retirar los cuerpos de aquellos que ya la han perdido en esta enconada lucha contra algo que no tiene vida propia, pero cuya existencia depende de la nuestra. Y en este reconocimiento cotidiano caben todos los que se dedican a las diversas tareas sanitarias, presanitarias y parasanitarias, que hoy, como nunca, merecen calificarse de humanitarias.
Este pequeño ritual, efectuado a la caída de la tarde, es el único acto social del día, porque rompe el aislamiento con un breve acto multitudinario, aunque el contacto humano sea lejano, sonoro y visual, de ventana a ventana, e incluso luminoso, pues hay vecinos que encienden y apagan las luces, pero cumple su función aglutinante y renueva nuestro ancestral espíritu gregario, hasta hace poco tiempo bastante sofocado por un individualismo patológico y una lógica de vida que olvida la fraternidad, apremia a competir y denuesta la cooperación.
Junto con el sentido del deber, la piedad y la compasión, que son actitudes que mueven hoy quienes combaten al virus, han quedado como palabras añejas desterradas del habitual vocabulario civil, ausentes del repertorio político y circunscritas al lenguaje religioso, con frecuencia tan retórico y plagado de frases vacías como el discurso político.
El tañido de campana de la cercana parroquia proporciona al homenaje vecinal un aire arcaico, incluso rural, que despierta recuerdos infantiles y remite a otros tiempos e incluso a otro país, alojado en este mismo. 
Mientras dure la pandemia, el homenaje vespertino seguirá siendo necesario, pero cuando concluya este tiempo excepcional, cese el estado de alarma y volvamos a lo que antes se llamaba normalidad -si se puede llamar normal a la precaria situación de la sanidad pública después de la crisis financiera y de los recortes de gasto estatal-, el mejor homenaje a quienes han cuidado de nosotros en estos días será señalar a quienes han sido los promotores del deterioro de la sanidad de todos, y en singular, de los que carecen de otra, a quienes han tenido como objetivo político privatizar servicios y hospitales, enteros o en gestión mixta, hospitales nutridos con pacientes cautivos procedentes de la sanidad pública, sometidos a la maximización del beneficio y administrados como si fueran hoteles, y la entrega, igualmente sin control, de residencias públicas de ancianos a la gestión de empresas privadas que nada sabían de tal menester, ni les importaba, salvo en su resultado económico.  
Lo que nos ha sucedido ahora, no puede volver a ocurrir. Por esa razón, el mejor homenaje que podemos hacer a quienes en estos días cuidan de nosotros es facilitarles su labor en el futuro. Y, en consecuencia, votar a aquellos partidos que se ocupen de aumentar los recursos humanos y materiales de ámbito público, de mejorar los bienes y servicios de uso colectivo, tanto en sanidad, como en enseñanza, en ciencia e investigación.
De aquellos, cuyos principios políticos antepongan el bien público y compartido antes que el interés privado y excluyente, los valores humanos por delante de los valores mobiliarios, la vida antes que la bolsa, el Estado -social- por delante del Mercado y, en definitiva, el país por delante de sus élites, en particular de sus sobreprotegidas élites económicas y financieras.
Y si no existe tal partido, o tales partidos, habrá que fundarlos o refundarlos, porque la inspiración de un nuevo humanismo será una condición necesaria para sobrevivir sin graves conflictos internos ante un futuro incierto, amenazado por nuevas pandemias y por sucesivas crisis del modelo productivo. 

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