miércoles, 3 de junio de 2015

Si yo tuviera un “martini”

Good morning, Spain, que es different

El Presidente del Gobierno achaca la pérdida de votos del Partido Popular al “martilleo de la prensa con la corrupción”. La culpa, según él, la tienen los medios de información, los periodistas, no los abundantes casos de corrupción en los que está inmerso su partido. El presidencial lamento y las medidas del Gobierno para reducir la libertad de expresión y el derecho a la información recuerdan las alusiones a la prensa canallesca en tiempos de Franco. Hoy, como ayer, la culpa es del papel impreso, que, para Rajoy, pesa tanto como un martillo, y de la reiterada obligación de la prensa de informar, que desbarata su empeño en ocultar las cosas.
¿Por qué será que en ayuntamientos gobernados hasta ahora por el PP se estén destruyendo documentos a toda velocidad? Pues para evitar que el papel tenga, para el PP, tanto peso como un martillo, según la metafórica expresión de Rajoy, que no ha visto un martillo ni en pintura, pues su condición de pululante en Cortes desde hace lustros no le ha permitido tener contacto con esa herramienta propia del trabajo manual y símbolo, con la hoz, del gobierno de los trabajadores en una bandera roja (Vade retro, Wladimir!).
Para Rajoy, salvo la alusión de Menéndez y Pelayo a España como martillo de herejes (luz de Trento y espada de Roma), lo más aproximado a la palabra martillo es la palabra “Martini” (seco, con aceituna), tomado tranquilamente los domingos después de asistir a misa. ¡Ay! Si yo tuviera un “martini” en vez de tanto martilleo con la corrupción, otra urna cantaría…
Nombrar el martillo en un país con cuatro millones y medio de trabajadores sin empleo es como nombrar la soga en casa del ahorcado. Lo cual revela a Rajoy como un Presidente-registrador (y viceversa) con poco tacto. Pero no se pueden pedir peras al olmo, ni a un jefe de gobierno de derechas atisbos de conocer los símbolos del trabajo y lo que representa el martillo en la cultura obrera y reivindicativa.
El martillo ha tenido un papel importante en las viejas canciones del movimiento obrero y sindical, en canciones de trabajo y carretera, de penitenciaría y ferrocarril, de emigración, de vida dura y pobre; en canciones sobre el jornadas de trabajo agotadoras, duras, extenuantes, en las que es tan fértil el folclore americano desde los tiempos del sindicalista “woblie” Joe Hill y aún antes.
En esa tradición, Pete Seeger, trovador de las luchas sociales, utilizando el martillo, el martillazo más bien, como un golpe de advertencia, escribió en 1949 “Si yo tuviera un martillo”, popularizada por el trío Peter, Paul y Mary en el festival de Newport en 1963, y luego, por otros muchos cantantes, fue convertida en uno de los himnos de los agitados años sesenta.
Merle Travis, compositor de música country nacido en una zona minera de Kentucky, compuso en 1951 la balada “Martillo de nueve libras” -“This nine pound hammer is a little too heavy/For my size, honey, for my size/Just to get a little booze, just get a little booze. /Somebody stole my nine pound hammer”-, en la que se aludía a John Henry, preso afroamericano, que trabajaba en la construcción del ferrocarril y que desafió con un martillo y la fuerza de sus músculos a una moderna máquina de vapor, con que la compañía quería reemplazar a los obreros. “John Henry” es otra de las canciones tradicionales, que se puede encontrar en el repertorio de cantantes comprometidos con las causas sociales.
“Dieciseis toneladas” (“Sixteen tons”) es quizá una de las composiciones más célebres de Travis, y seguramente la que ha conocido más versiones, entre ellas las de Tennessee Ernie Ford, Johnny Cash, Frankie Laine y la de Herb Reed, el bajo de los Platters, entre las mejores. La balada habla del trabajo duro y del bajo salario cobrado en vales únicamente canjeables en el almacén de la compañía: descargas 16 toneladas y consigues ser más viejo cada día y tener una deuda mayor en el almacén de la empresa -“You load 16 tons/and what do you get/ another day older and deeper in debt./ Saint Peter, don’t you call me/ cause I can’t go/ I owe my soul to the company store”-.
En España, en los años cincuenta, Antonio Molina, templado el corazón con pico y barrena, también enarbolaba un pesado martillo mientras emitía por la radio su orgullo de currelante: “al compás del marro quiero repetirle al mundo entero, yo, yo soy minero”.
Ya en los años sesenta, la España desarrollista que empezaba a ser moderna, tenía en Los Sirex la reivindicación del pop con una herramienta más ligera: “Si yo tuviera una escoba, cuantas cosas barrería”.
Y eso es lo que hace falta ahora: barrer y, si es posible, cantar porque la ocasión lo merece. Trabajar con alegría era la recomendación del coronel Saito (Sesue Hayakawa) a sus prisioneros en la célebre película de David Lean sobre la construcción de un ferrocarril en Birmania.
Hay que barrer, pues hay mucha guarrería acumulada debajo de las alfombras, tanta que ya es imposible taparla. Y hay que seguir con el martilleo -a Dios rogando y con el mazo dando, dice un refrán castellano-, mientras sigan saliendo a la luz casos de corrupción. Y en esas estamos, a ver si de una puñetera vez limpiamos la casa. 

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