viernes, 19 de junio de 2015

Mujeres al poder

Good morning, Spain, que es different
In illo tempore, un viejo maestro chino, de nombre Mao Tse Tung (Mao Zedong, según el sistema de transcripción fonética “pinyin”), dijo que las mujeres eran la mitad del cielo por el papel que cumplían en las transformaciones de una sociedad tan sometida a las tradiciones como es la china, según han contado Pearl S. Buck o en fecha más reciente Amy Tan.
Con una mano sostienen la mitad del cielo y con la otra la mitad del mundo, tal era la idea del viejo maestro de escuela o más bien viejo poeta, que de eso o de artista, dicen las lenguas de doble filo, tenía más que de político. Puede ser, porque, chino o europeo, americano o catalán (hay que citarlo, porque si no se enfada Artur Mas) ¿quién no lleva un poeta dentro, que saca a relucir en cuanto se enamora, para ser merecedor de una mirada de la idolatrada con una composición de ripios vengonzantes? Que levante la mano quien no haya intentado escribir un soneto a una gachí (o a partes de ella, que le hayan servido de inspiración). El mismo Marx admitía haber escrito versos, supongo que dedicados a la joven Jenny Von Westfalen, su “princesa fascinante”, aunque reconocía que eran malos, porque no era un poeta sino sólo un rimador. Ella no se lo tuvo en cuenta, porque se casó con él y le colmó de dicha, como reconoció siempre el propio Moro.
Para Marx, las mujeres también eran la mitad del cielo -y Jenny el cielo completo- y eso que, salvo el incidente con Lenchen, tuvo un vida conyugal dura pero de lo más normal, burguesa, diríamos.
La vida amorosa o pasional de Mao es otra cosa, pues, según dicen las lenguas de doble filo, hizo uso de su inmenso poder para rodearse, incluso en la vejez -viejo pero verde-, de jovencitas, con enfado de Chiang Chin, su segunda esposa,  según cuenta Roxane Witke en “Camarada Jiang Quing” (en la nueva fonética).
Jovencitas militantes que aceptaban someterse a los deseos del jerarca por el honor de compartir el catre con el Gran Timonel o por el temor de no hacerlo y verse luego obligadas realizar la reglamentaria autocrítica ante un comité de disciplina del Partido, ser expuestas al escarnio público en un “dazibao” o  deportadas a la Mongolia ulterior o al desierto de Gobi a reeducarse en una aldea campesina, después de haberse declarado culpables de profesar desviaciones burguesas siguiendo la línea traidora de Liu Sao Chi, Teng Siao Ping y Lin Piao. Claro que acceder a la alcoba de Mao conllevaba el peaje de soportar los efluvios de su particular noción de la higiene. 
Mao era un timonel de tierra adentro. Había nacido muy lejos del mar, en la provincia de Hunan, en el centro del vasto Imperio del Centro, y era poco amigo del agua, además de tenerle manía al jabón, por lo que sus costumbres higiénicas eran las habituales de los campesinos; en eso era tradicional, aunque de donde yo vengo, que no es China, le calificarían de espeso y donde yo vivo le llamarían directamente guarro.
Pero el propósito de este cuento (chino) no era hablar de China sino de España, que no es la mitad el cielo, ni siquiera la cuarta parte, aunque para la derecha gobernante haya sido, y siga siendo, pero menos, el paraíso del latrocinio, de los pelotazos, de los negocios montados al amparo del poder y del dispendio de dinero público.
Pero desde el 24 de mayo, las cosas están empezando a cambiar y gran parte del cambio se debe y se deberá a las mujeres, porque llegan las mujeres y se van las señoras.
Llegan las mujeres de verdad, no ese prefabricado modelo de señoronas de la derecha, producidas en serie, todas iguales, por dentro y por fuera. Llegan las mujeres plebeyas, mujeres valientes, féminas feministas, mujeres trabajadoras, mujeres titánicas por la tarea que tienen delante al frente de instituciones importantes, como Manuela Carmena en Madrid, Ada Colau en Barcelona, Mónica Oltra en Valencia, Teresa Rodríguez en Cádiz, Uxue Barkos en Navarra, Amparo Marco en Castellón, además de Susana Díaz en la Junta de Andalucía, que esperemos esté a la altura de las anteriores.
Y se van las señoras finolis -Esperanza Aguirre, Dolores de Cospedal, Rita Barberá, Luisa Fernanda Rudi, Teófila Martínez, Yolanda Barcina o Ana Botella-, ayer poderosas y figuronas, que han sucumbido al maremoto purificador de los votos.
Se van las reinas del pijerío, las señoras de fulano, señoras de misa y mantilla, de Hermés y Vuitton (regalado), de la derecha bien y carca, piadosas y a la vez inmisericordes con los que no son de su clase, displicentes señoras de sueldo alto y gustos caros, de coche oficial para ir a la “pelu” a hacerse unas mechas (rubias, of course) en horario laboral, que abandonan la poltrona ofendidas y se van con el gesto adusto y la frente muy alta, sorprendidas de que, por fin, mucha gente se haya dado cuenta de que han tenido la cara muy dura y la mano muy larga.

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