Un error de cálculo llevó a Pablo Casado a enfrentarse a Isabel Ayuso, tratando de acabar con su competencia al destapar el turbio asunto de los contratos de su hermano con la CAM, aunque sin querer llevar la presión hasta el final.
Creyó que con un amago bastaría y se
equivocó. La presidenta de la CAM reaccionó como suele hacer, primero, atacando,
porque Ayuso ataca siempre que habla, pues es incapaz de decir lo que hace o
quiere hacer sin criticar a alguien, preferentemente a Pedro Sánchez. Después,
fingiéndose víctima de una persecución hacia ella y su familia –“Me han robado
la presunción de inocencia”-, logró movilizar a sus bases y obtener el apoyo de
los barones del Partido. Entonces Casado se dio cuenta de que, salvo tres
leales, estaba solo, y tiró la toalla.
El miércoles 23 de febrero, en la sesión
de control al Gobierno, Casado se despidió con un discurso breve y medido, que
no logró hacer olvidar lo dicho desde el mismo escaño durante dos años, pero se
le puede perdonar por la importancia del momento. Quien tenga memoria recordará
que Casado no se ha distinguido por entender “la política desde la defensa de
los más nobles principios y valores”, ni tampoco “desde el respeto a los
adversarios y la entrega a los compañeros”, como afirmó en su intervención,
pero se admite la invocación a esos teórico principios, al menos como gesto de
cortesía, con quien se despide empujado por aquellos hasta hace escasamente una
semana le consideraban su máximo dirigente.
Por su parte, Sánchez le deseó lo mejor
en el terreno personal, pero le recordó lo que ha sido la labor de la oposición
y aseguró que no convocará elecciones anticipadas para no aprovechar la
debilidad del contrario. Un gesto.
Acabada la breve alocución, con que
cerraba su breve etapa como presidente del PP, Casado recibió el aplauso de
quienes le habían abandonado unas horas antes, para apostar por un presunto
ganador aún sin confirmar, porque lo que estaba claro era que no le querían a
él. Todo fue bastante patético, incluso miserable, en la bancada de la
oposición.
La defenestración de Casado coincide con
la renuncia de otros dos jóvenes, que llegaron a la actividad política para
arreglar las cosas con mucha prisa en el cuerpo, pero ideas confusas en la
cabeza. Rivera, Iglesias y ahora Casado son fracasados dirigentes que venían a
remozar la clase política, pero han abandonado pronto tal empeño; son tigres de
papel, que dirían los maoístas de antes.
Concluido el episodio, la crisis en el
PP se ha resuelto de modo lampedusiano con el acuerdo general de cerrar la
brecha y buscar a toda prisa un nuevo presidente, que se pretende sea Feijoo,
al quien no se le han ahorrado loas y parabienes, con tal de que acepte lo que ya
parece un designio popular.
Hoy, reunida la Junta Directiva
Nacional, Casado ha dejado formalmente la presidencia del PP, que se encamina
hacia un congreso en el que se espera que el presidente gallego salga elegido
con facilidad.
Feijoo, un cacique en tierra de caciques
(recuerden a Baltar en Orense, a Cacharro en Lugo y a Rajoy en Pontevedra),
tiene el mérito de haber logrado cuatro victorias electorales en Galicia, aunque
está por probar su influencia en el resto del país, que es distinto, y tiene en
contra una trayectoria no exenta de irregularidades y unas amistades bastante peligrosas,
aunque ninguna de esas circunstancias ha sido hasta ahora un serio obstáculo
para los votantes del PP.
Dada la prisa por cerrar la crisis con
un nuevo presidente del Partido, cabe preguntar si habrá unas elecciones
primarias, en las que varios candidatos se midan por sus méritos, o si la
coyuntura exige una unanimidad a la coreana en torno a un líder indiscutido. Se
atisba, pues, la llegada de un nuevo dirigente por aclamación, para cerrar la
crisis y que todo siga igual mediante un pacto de vasallaje suscrito por una
temporada. En tanto dure, todo el poder a Feijoo.
Pacto que durará hasta que Ayuso, una
vez haya arreglado las cosas para salir indemne del asunto de su hermano,
decida que ya es hora de encabezar el partido a escala nacional y postularse como
la primera mujer que puede llegar a la Moncloa.
Entonces, Feijoo estará perdido, la
ciudadanía con menos posibles, también, y los ancianos se pondrán a temblar.
Publicado en El Obrero el 1 de marzo de 2022
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