Una amistad peligrosa
Ucrania, el granero de Rusia,
sufrió un proceso de rusificación ya en tiempo de los zares, y después del
gobierno soviético. La hambruna decretada por Stalin para forzar la entrega de
cosechas, que mató de inanición al menos a dos millones de personas (quizá más
de cuatro) en los años más intensos de la colectivización agraria (1929-1934),
coincidió con una depuración del gobierno soviético local, en una región que ya
había conocido la represión contra la guerrilla del anarquista Néstor Makno y
la reaccionaria banda independentista de Grigoriev. La incautación de cosechas
se completó con el masivo traslado de población rusófona.
Ucrania, la región más
rusificada de la URSS, fue un ejemplo de la ingeniería social de la era
estaliniana, consistente en trasladar miles o incluso millones de personas de
unas regiones a otras para neutralizar las tendencias nacionalistas y la
resistencia a la industrialización acelerada y a la colectivización y, al mismo
tiempo, ayudar a erigir el tipo de Estado necesario para dirigir la gigantesca
tarea de pacificar y transformar la Rusia agraria y atrasada en una potencia
capaz no sólo de competir con el capitalismo occidental, sino de superarlo en
todos los terrenos.
La población fue “educada” en
la sumisión mediante la aplicación de un terror arbitrario e indiscriminado, y
el Estado, continuamente depurado de elementos desafectos en las altas
instancias, se nutría con una legión de funcionarios, que, por convicción y,
sobre todo, por interés, fue la adicta base social de la nueva élite gestora
-la nomenklatura-, que se reservaba la administración de los bienes
públicos y la dirección política del país. La dictadura del proletariado y de
los soviets, que apenas conoció una breve e intensa etapa de gobierno -la
dictadura del proletariado son los soviets y la electrificación, decía Lenin-,
se transformó en dictadura de la burocracia, dirigida por una reducida
camarilla dotada de un poder omnímodo, en cuyo seno, por medio de intrigas y
conjuras, se decidía el destino del país.
El Holodomor ucraniano
(el holocausto por hambre) fue uno de los episodios de ese proyecto y un
precedente de las purgas de 1936-1938 y de la deriva expansionista que
adoptaría el Kremlin tras el pacto de Molotov y Ribbentrop, en 1939, para
repartirse Europa central y oriental.
El acuerdo con los nazis, que
desconcertó a la izquierda de todo el mundo, permitió a Rusia ocupar parte de
Polonia, de Ucrania y Bielorrusia, parte de Rumanía (Moldavia y Bucovina) y
Estonia, Letonia, Lituania y penetrar en Finlandia, pese a la resistencia de
los fineses.
En fechas recientes, la
retención de la franja de Transnistria en Moldavia (sede del XIV Ejército
exsoviético), fijando una frontera rusa al oeste de Ucrania, que puede formar
parte del cerco por el sur y cerrar su salida al mar Negro, y los sucesos
similares en el Cáucaso y en repúblicas de Asia central muestran que, tras el
desconcierto de 1991, con la implosión de la URSS y el final del glacis
europeo, Putin ha asumido como programa reeditar el viejo sueño zarista, al
restablecer en Rusia un poder despótico, un país de súbditos y la expansión
imperial, rodeándose de gobiernos vasallos y ocupando territorios que hasta
ahora no han sido extensos, en lo que un amigo llama argucias de glotón para
comerse un salchichón entero, rajita a rajita, sin llamar la atención. Aunque
el bocado de Ucrania puede resultar demasiado grande para poderlo engullir.
Para cierta izquierda, que aún
conserva restos del relato romántico de la Revolución de Octubre, Rusia cuenta
con una especie de plus de confianza, a pesar de todo. Un hecho difícil de
explicar, teniendo en cuenta que hace mucho tiempo dejó de ofrecer un proyecto
de sociedad superior y alternativo al capitalismo, del que muestra una de las
versiones más salvajes y oligárquicas. Así que es hora de ponerse al día sobre
su verdadera naturaleza y admitir que, tanto para los ciudadanos rusos como
para sus vecinos, el orden político de Putin y su ambición imperial tienen poco
que ver con los intereses de la clase trabajadora y del socialismo o con el
propósito de fundar una sociedad con cierto respeto por los derechos civiles,
un capitalismo medianamente regulado y un régimen político más representativo
que el actual, que es una verdadera ficción (democrática con polonio).
Es posible que parte del error
dependa de examinar la guerra en Ucrania sólo desde el enfoque de la vieja
disputa entre Estados Unidos y la URSS por ejercer su hegemonía sobre el mundo,
cuando la situación del mundo ha cambiado, ambos actores también y otros han
entrado en liza, de modo que no se trata
de la lucha final entre dos oponentes para decidir quién impone su orden sobre
el mundo en un choque definitivo, porque no lo habrá, y si lo hay, dará lo
mismo quien haya vencido, porque será el último conflicto humano sobre el
planeta, y lo que venga después sólo interesará a las cucarachas.
No se trata, pues, de dirimir
de una vez y para siempre -como otros, también se equivocó Fukuyama al anunciar
el fin de la historia cuando se hundió la URSS- la orientación del mundo con la
derrota definitiva del adversario, porque, en realidad, hay varios
contendientes en una pugna multilateral, sino de situar la guerra en Ucrania en
un juego estratégico, con jugadas ofensivas y defensivas, conquistas locales o
regionales, como ha ocurrido desde 1945 hasta ahora, buscando modificaciones
parciales, en vez de lanzarse a la conquista definitiva con la derrota total
del adversario.
En este juego, Putin, que por
deformación profesional es un experto en jugar sucio, ha asumido el papel del
loco, ya adoptado por Nixon, para mostrar que es capaz de hacer cualquier
disparate con tal de vencer. Pero hay que verlo como un estratega que juega con
los condicionados apoyos de otros actores -China, Corea del Norte, Nicaragua o
Eritrea- y con las debilidades de sus oponentes de Europa y Norteamérica. La
Unión Europea, dividida y lenta al decidir, es un gigante económico, pero un
enano militar, y Estados Unidos, aún la primera potencia militar, es un imperio
en declive, en retirada en Iraq, Siria y Afganistán, y además dividido política
y culturalmente por el activismo populista de un admirador de Putin, al que
Rusia prestó ayuda para ganar las elecciones.
Teniendo en eso en cuenta y
contando con el presunto apoyo de la población ucraniana, Vlady cogió su fusil
y se encaminó a la frontera para comerse el resto del salchichón.
J.M. Roca, 7 marzo, 2022
El Obrero y Trasversales
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