martes, 5 de enero de 2021

Ponga un anglosajón en su vida

A estas alturas del año, y de la vida, buscando unos papeles, me he topado con este: 

Ponencia para las II Jornadas de Radio Cero (15-17 de mayo, 1987).

“La americanización del mundo es nuestro destino” (Teodoro Roosevelt).

En “Los condenados de la tierra”, cuenta Frantz Fanon que, durante la guerra de Argelia, la radio pasó de ser un instrumento al servicio de la administración colonial -hablaba en francés para los franceses- a ser un vehículo de información para las masas analfabetas argelinas. “Desde 1956, la compra de un receptor de radio en Argelia significó no sólo la adopción de una técnica moderna para conseguir información, sino el acceso a uno de los pocos medios para recibir comunicación de la revolución”. 

Consciente del peligro, la administración francesa prohibió la venta de aparatos de radio y de pilas a la población autóctona para impedir la difusión de los mensajes del Frente de Liberación Nacional y ordenó a las tropas destruir todos los receptores de radio que encontrasen en sus incursiones, además de crear interferencias para obstaculizar las emisiones de La Voz de Argelia Libre. “De repente, la radio llegó a ser tan esencial como lo fueron las armas para el pueblo en sus acciones contra la administración colonial”.

El ejército norteamericano, que conocía muy bien la función de los medios de información en la propaganda, durante la guerra de Vietnam efectuó uno de los más insólitos bombardeos que se conocen: dejó caer 10.000 aparatos de radio de transistores sobre las dos zonas del país (el norte y el sur), con la particularidad que dichos aparatos estaban sintonizados con las frecuencias norteamericanas que emitían programas en la lengua del país.

Si Fanon creía que la radio era un instrumento que podía servir a la revolución, como también lo había hecho en Cuba el Ejército Rebelde emitiendo desde Sierra Maestra, las autoridades militares norteamericanas la habían puesto al servicio de la contrainsurgencia.    

De la importancia de los medios de información y comunicación en nuestras sociedades y, claro está, de la radio, que es el medio que nos ocupa, dan cuenta las transacciones, ventas y fusiones de estos medios que se están realizando a ambos lados del Atlántico, entre compañías francesas, inglesas y norteamericanas. Parece que en las bolsas internacionales se ha despertado un inusitado interés por las inversiones de capital en empresas de información y comunicación, que progresivamente se van concentrando y dando lugar a gigantescas empresas “multimedia”, que controlan prensa, radio, televisión, cine y compañías discográficas.

De todo ello puede esperarse una intensificación de la cultura anglosajona que ya padecemos, que en el campo musical va en detrimento de la producción de países europeos (Francia, Italia, Portugal, Alemania, Grecia…), y favorecida, además, por la resaca de la campaña pro atlantista, puesta en marcha de cara al referéndum de permanencia en la OTAN el año pasado.    

Para que no se diga que en casa del herrero el cuchillo es de palo, el refuerzo de la cultura anglosajona empieza en los Estados Unidos. El presidente, siguiendo la consigna “América, primero”, ha suprimido los programas de educación bilingüe y ha dejado sin clases en español a los niños de una minoría de 15 millones de hispano parlantes más unos 7 millones de residentes clandestinos, que forman la colectividad con el crecimiento más rápido del país (se calcula que para el año 2000 habrá superado a la población negra).

Aquí, en esta remota provincia del imperio parece que no sólo se tienen que acatar a rajatabla los criterios del amo, sino que una caterva de locutores, programadores, pinchadiscos, directivos de radio y televisión, distribuidores de cine, literatos de cordel y filosofastros a sueldo se esfuerzan para que seamos cuanto antes un estado de la Unión.

Respecto a nosotros y a la radio, que es lo que nos ocupa y preocupa, voy a ofrecer algunos botones de muestra de esta influencia anglosajona en nuestra programación. En la franja nocturna, que suele ser la más musical, he elegido, un día cualquiera de la semana, tres emisoras de frecuencia modulada y he escuchado la música que ofrecían en programas de madrugada, con el siguiente resultado:

Radio 80. De 4 a 5 de la madrugada: 12 canciones en inglés, 1 en castellano, 1 en griego.

Radio El País. De 5 a 6 de la mañana. 11 canciones en inglés, 1 en castellano y 2 en otras lenguas.

COPE. De 6 a 7 de la mañana. 12 canciones en inglés y 1 en castellano, en la españolísima cadena de los obispos.

Es sólo una muestra aleatoria, pero la proporción no está mal: 1 por docena. Durante el día los programas son diferentes, más hablados y, por tanto, con menos música, pero la proporción no creo que varíe mucho.

Para que veamos la importancia de la influencia anglosajona, en RNE, durante la última quincena del mes de abril, se han incorporado al archivo sonoro 92 grabaciones en inglés (73,6%), 15 en castellano (12%) y 18 (14,4%) en otras lenguas, de producción propia, procedentes de grabaciones en directo de festivales, conciertos, recitales de música, etc. No se han producido en ese tiempo, sino que ha sido en esa fecha cuando se han puesto a disposición de los usuarios.

En lo referido a las adquisiciones en discos de vinilo y compactos de música ligera y moderna, es decir, no clásica, la proporción es la siguiente: en lengua inglesa 149 unidades (64,5%), en castellano 68 (29,4%) y en otras lenguas 14 (6,1%).     

Hablemos de nosotros. En el folleto impreso con la parrilla de programas de “Radio Cero. La radio AntiOtan”, de las 33 horas semanales dedicadas a programas musicales, un promedio de 20 horas semanales se dedica a emitir música anglosajona (diversas variedades de rock, pop, punk, heavy metal, folk, country). He excluido los informativos, tertulias, magazines y otros programas hablados, que también incluyen música como complemento y descanso (por cierto, en uno de ellos he llegado a escuchar seis canciones en inglés seguidas).

Por otro lado, constato la inclinación de la emisora con la música de las nacionalidades, con preferencia del País Vasco (en particular, el horrible rock borroko), pero no debemos olvidar que, dada nuestra escasa potencia, emitimos sólo para Madrid, y que, aquí, mientras no se demuestre lo contrario los oyentes son hablantes de castellano. Y con esto no abogo por la música de Bertín Osborne o de Rocío Jurado, pero creo que debemos echarle más imaginación a la cosa, porque ahí reside el problema: vamos mucho a lo que ya tenemos, que es consecuencia del modelo musical hegemónico en que hemos sido educados y por comodidad, ignorancia o por pereza, no salimos de él.

En la cuenca mediterránea tenemos una veta cultural y musical riquísima, con verdadera melodía (cosa perdida en la música anglosajona, basado en ritmos cada vez más ratoneros y en el uso de la electrónica). Y en el norte de África y más abajo, un caudal inmenso de ritmos y armonías que está ahí esperando que alguien lo difunda.

Con lo dicho, sólo quiero llamar la atención sobre dos cosas. La primera es la contradicción formal entre nuestra definición como radio AntiOtan y la música que, en excesiva proporción, ofrecemos. La otra, es que como emisora alternativa deberíamos abrirnos a otro tipo de música, lo cual pone en evidencia las limitaciones de nuestra discoteca.

……………    

Nota: Radio Cero fue una emisora de frecuencia modulada, que formaba parte de la Coordinadora de Radios Libres de la Comunidad de Madrid y de la Coordinadora Estatal (nacional). Una de las jaulas de grillos más creativas de aquellos años, que fue suprimida por real decreto, cuyas frecuencias se adjudicaron, en subasta, a las emisoras comerciales o eclesiásticas, que emitían con más medios y, desde luego, con más potencia. La frecuencia de Radio Cero la ocupó la ONCE, que utilizó hasta el nombre: Onda Cero.

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