miércoles, 20 de enero de 2021

Mucha nieve

Ayer, el triunvirato que detenta el empoderamiento femenino en la república de mi casa me levantó el arresto domiciliario y me permitió salir a la calle, pero debidamente equipado con botas de montañero, recio bastón de madera, (comprado en un pueblo del camino de Santiago, aunque no soy peregrino de ese camino, sino de otros), gorro de lana, guantes y mascarilla de reglamento, para seguir un itinerario trazado -por ahí no, papá, que hay hielo-.

Tras unas noches gélidas, la verdad es que había hielo por todas partes, pero en algunos lugares, muy pisado y prensado era realmente peligroso, además de feo, por lo que, a pesar del sol y de una temperatura soportable, por ciertas calles no era recomendable el paseo de jóvenes y aún menos de viejos, aunque los hay muy audaces de ambos sexos.

La belleza de los primeros días de la nevada se había perdido. El extenso manto blanco que desdibujaba los accidentes de las calles y el perfil del barrio, dándole a todo un aspecto uniforme, redondeado y luminoso, se había roto aquí y allá, sin orden ni concierto, a causa de los paseos de los adultos y los juegos de los niños en las jornadas inmediatas a la nevada, y de la acción de los vecinos, que transcurridos unos días sin recibir auxilio de los servicios públicos, habían abierto estrechas veredas en las aceras donde era posible y caminos algo más anchos en las calzadas para permitir el paso de los vehículos municipales, que no pasaban, o de los conductores más osados.

La nieve no recogida, sumada a la apartada para dejar paso a los coches, había formado espontáneas medianas en las calles anchas, y en algunas esquinas se podían ver informes montones de hielo ennegrecido de hasta dos metros de altura, que entraban en competencia con los montones de bolsas de basura y rebosados contenedores de papel, rodeadas de cajas de regalos del día de Reyes, que las empresas recicladoras aún no han recogido.     

El espectáculo era lastimoso, porque parecía que después de la “Filomena” había pasado el “Katrina”, por la cantidad de ramas rotas y árboles tronchados que había caído sobre cualquier parte, en las aceras, intransitables por la nieve endurecida, sobre coches aparcados y todavía clavados en la nieve o sobre casas y jardines del parque. El suelo era un irregular amasijo de nieve sucia, prensada y dura, que formaba irregulares hileras a los lados de la calzada, donde el vecindario había hecho el camino justo para permitir el paso de un solo vehículo en las dos direcciones, eso en calles donde no hubiera sombra.  La nieve amontonada limitaba aún más el posible rescate de los coches aparcados desde hace días, unos cientos sólo en mi barrio.

En la vía principal, dotada de abundante arbolado, unos operarios con escaleras mecánicas y motosierras acometían el saneamiento de ramas rotas y de pinos, que, vencidos por el peso de la nieve, se habían tronchado. El temporal había venido a señalar el tiempo transcurrido desde la última poda. El destrozo arbóreo ha sido monumental. Tanto, que los parques están cerrados al público hasta que los árboles se puedan sanear, que no se sabe cuándo será, dados los precarios recursos humanos y materiales de los que disponen tanto el excelentísimo Ayuntamiento como la, no menos excelentísima, Comunidad, cuya gestión no entro a valorar por ahora, para no estropear esta crónica costumbrista. Me pasa un poco lo que a Iñaki Gabilondo, que estoy “empachao” de política nacional.

Hoy, con más temperatura, el sol está venciendo a la nieve y más lentamente al hielo, a pesar de que todavía hay mucho. Y debe ser que nos ha tocado el turno, pues he visto una brigadilla de operarios en el barrio y un par de máquinas. Una excavadora levantando unas placas de hielo que parecían llegadas de Groenlandia y un camión con una cuña quitanieves ensanchando en las calzadas el paso de los coches. Pero debe haber cientos de toneladas de hielo en el barrio. Ya veremos qué ocurre cuando empiece a llover.   

18 de enero, 2021.   

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