Con
la cercanía del día 28 se recrudece en Cataluña el otro “procés”, que, curiosamente, se aleja de un elemento sustancial de lo que los nacionalistas
presentan como rasgo típico de la identidad catalana -el seny (la sensatez, la cordura)- y los
independentistas como un rasgo tópico de su estrategia -la revolución de las
sonrisas-, para acercarse al gesto crispado y a la mueca abertzale.
El
camino hacia la unilateral independencia de Cataluña hace tiempo que se puso en
marcha con ideas y actitudes prestadas por el nacionalismo vasco, con ello el “procés”
se travestía de elementos importados y pervertía, de forma inadvertida, supongo,
su proyecto identitario, celosamente definido, para ir adoptando los rasgos de
otro, con un perfil no menos excluyente.
Uno
de estos elementos ha sido la progresiva batasunización de la calle, impulsada
por las organizaciones paragubernamentales y en particular por los grupos de
jóvenes radicales de los CDR, que tanto se parecen a Jarrai en sus buenos
tiempos, cuando impedía, con ayuda de sus encapuchados hermanos mayores, que
los partidos no nacionalistas pudieran hacer campaña electoral en determinadas
localidades del País Vasco.
Desde
hace años, una de las tácticas del nacionalismo catalán ha sido acotar
determinadas “zonas liberadas” de ideas, personas y partidos no nacionalistas,
mediante todo tipo de presiones, contando, claro está, con el telón de fondo de
la ideología catalanista dominante, inculcada por el aparato escolar y
académico, por la persistente acción de la Generalitat en favor de las excluyentes
tesis del nacionalismo y la “espiral de silencio” establecida por el aparato de
propaganda, formado por medios de información públicos y privados afines y por
medios, en teoría, independientes pero subvencionados, que han ofrecido la
cobertura informativa y la justificación política y moral a las actividades de
estos grupos.
El
último de estos actos de acoso y exclusión ha sido el recibimiento, con
insultos y amenazas, a Inés Arrimadas en Vic, territorio de fuerte tradición carlista
y, por tanto, intolerante con cualquier opinión no concordante con el estrecho
repertorio de ideas tenido como propio.
Carlismo y salchichón, la cosa
no da para más.
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