sábado, 14 de julio de 2018

Izquierda a la intemperie


Presentación del libro: La izquierda a la intemperie. Dominación, mito y utopía, Madrid, La catarata, 1997.

Saludos. Agradecimientos. Presentación de la mesa.

Antes que nada, es necesaria una aclaración: el libro es una obra colectiva, mi papel de editor es una simple formalidad, porque cada uno de los autores, aquí presentes, ha escrito sobre lo que más le ha interesado, aunque impulsado por inquietudes que son compartidas y bajo el denominador común de hacerlo desde una posición de izquierda, o de izquierdas (en crisis, como delata el título del libro) y de escribir a la intemperie.
El libro reúne una colección de artículos en tono de ensayo, pero sin el carácter serio y académico que se suele atribuir a la palabra ensayo y recurriendo, más bien, a la acepción teatral del ensayo, como acto de probar, de hacer cosas imperfectas a puerta cerrada, casi para nosotros, en un tono de exploración, de tanteo reflexivo y, por tanto, abierto y sincero; sin público, sin votantes, sin cargos orgánicos que disputar, ni más murallas que defender que las propias ideas, que el libro recoge. Son unas reflexiones a la intemperie, sin el paraguas de la doctrina aceptada ni el protector abrigo de la ortodoxia. Son casi unas reflexiones al desnudo, propias de una izquierda en pelota (una izquierda “full monty”). 
Algunas reflexiones son revisiones de viejos presupuestos, pero no tememos que nos llamen “revisionistas”, al menos en mi caso. Revisionista es una palabra que antaño era definitiva para calificar un texto o una conducta, y para alguien acusado de serlo solía ser preludio de consecuencias terribles, pero ese tiempo ya pasó, o al menos para nosotros, los autores del libro, pasó. Por otra parte si hablamos en términos que hagan alguna referencia a la ciencia, carece de sentido sentirse ofendido por eso, pues la ciencia, las ciencias son saberes en permanente revisión.
Pero aclaro que tampoco hablamos de ciencia, no queremos, no quiero, escudarme en la buena prensa de esa palabra solemne, porque, en la tradición de la que venimos -el marxismo o alguna de sus interpretaciones- mucha doctrina y casi diría mucha teología se han presentado amparadas en la legitimidad de ser elaboraciones científicas, cuando lo cierto es que encubrían lo que eran simplemente productos (o subproductos) ideológicos.
Así que dejaremos lo que se ofrece en el libro en simples reflexiones (que no en reflexiones simples), en un conjunto de ideas, que esperamos sean sugerentes, agrupadas en cuatro epígrafes: El capital, El mito, La utopía, La dominación.
Estos cuatro apartados están recorridos por un hilo que enlaza la introspección, la revisión de algunas señas de identidad de la izquierda comunista en el pasado con la proyección o la propuesta de algunas ideas sobre el papel de la izquierda en el futuro. La reflexión sobre unas señas de identidad que se diluyen, de un perfil que pierde nitidez y se hace borroso, hasta unas propuestas, también incipientes, que apuntan al papel que debería desempeñar la izquierda, o las izquierdas, en un futuro, que estimamos debe estar del todo abierto a la acción humana, en particular a aquellos colectivos, convertidos en fuerzas sociales, que, desde nuestro punto de vista, representan los mejores caracteres de lo que entendemos por humanidad.
A grandes rasgos, el hilo conductor del libro enlaza una crítica de la ideología -un refugio para evitar la duda o para encubrir la ausencia de un saber que no se tiene- de la izquierda comunista revolucionaria, de sus elementos, de sus ritos y de sus mitos; una crítica de la utopía, entendida como el refugio de la izquierda en una hipotética sociedad perfecta, que exime de intervenir políticamente sobre el insatisfactorio mundo presente, salvo de manera testimonial para dar fe de las verdades que custodia. Pero a la vez, algunos asertos, y el mismo espíritu del libro, pueden calificarse de utópicos, pues, ante la oleada neoliberal y conservadora que nos vapulea, es una utopía imaginar un mundo no presidido por la presión del dinero, la imparable extensión del mercado y por los dictados del pensamiento único. En esta medida somos tan utópicos como Espartaco, que, en el corazón del imperio romano, concibió una sociedad sin esclavos y pensó que merecía la pena luchar por hacerla realidad.
Así, pues, frente a la utopía de la derecha neoliberal (a ella aludo en el artículo “La adoración del mercado”) -una utopía disfrazada de ciencia económica, de sociología, de lógica matemática o de inexorables leyes sobre la invariable naturaleza humana-, que profetiza el fin de la Historia y el reinado inacabable de un capitalismo cada vez más salvaje, en el libro se apuntan algunas propuestas sobre cómo deberían ser las relaciones sociales en el futuro, no desde el punto de vista de una arcadia feliz, mágicamente instalada, sino desde la perspectiva de que, además de ser un proyecto justo, es necesario construir una sociedad, imperfecta, eso sí, pero menos desigual, injusta e inhumana que la presente.    
Dos de mis artículos -“Identidad política, lenguaje y mito” y “Marxismo y posmodernidad”- están más volcados en reexaminar el pasado que en atender al futuro, y enlazan, de alguna manera, con ideas ya vertidas en El proyecto radical, aunque la intención no es “hacer añicos del pasado”, como dice una estrofa de la Internacional, sino aprender y buscar en el pasado las posibles causas de la penosa situación del presente. Porque parto de la idea de que la izquierda radical, de la izquierda comunista como conjunto, padece los efectos de un fracaso, pues resultó derrotada en toda la línea -en todas las líneas y programas- en su primera gran batalla política después de la guerra civil, que fue la Transición. 
Otro asunto es ver si su esfuerzo por acabar con la dictadura y forzar la ruptura con el franquismo sirvió para algo o para alguien, o no sirvió, pero resultó derrotada en la mayoría de sus propuestas y, sobre todo, en aquellas que pretendían realizar el programa máximo de inmediato. Y aunque que es innegable que su impulso -generoso impulso- tuvo como efecto llevar más lejos el inicialmente moderado proyecto continuista de prolongar la dictadura en un franquismo sin Franco, los que participamos en aquel intento no siempre supimos ver el aporte de nuestro esfuerzo plasmado en unos resultados que entonces nos parecieron frustrantes.
Pues bien, en la búsqueda de las causas de aquella derrota, me he detenido en examinar en papel del lenguaje en la delimitación de sus señas de identidad.
Una parte importante de los elementos que configuran la identidad de un partido político se funda en palabras; un programa o una línea política se pueden considerar un relato, una colección de palabras que configuran una determinada percepción de la realidad y delimitan unos propósitos sobre qué hacer ante ella o sobre ella, esto es, percibir, analizar y actuar en consecuencia. Son palabras que organizan discursos racionales, pero también suscitan emociones, evocaciones y apelaciones que invitan a la acción.      
En el caso de los partidos de la izquierda revolucionaria, muchas palabras utilizadas para dotar de forma y contenido a sus programas eran palabras que habían sido tomadas prestadas -en realidad, todo el lenguaje es “prestado”, desde las partículas más simples hasta la fonética y las reglas de pronunciación y articulación más complejas; es usado de forma individual, pero es de “propiedad” colectiva-; palabras tomadas de otras situaciones históricas, a veces muy alejadas de aquí, en el tiempo y en el espacio, y fruto de circunstancias que poco tenían que ver con el sentido que se les ha atribuido después.. 
Eran palabras con una gloriosa tradición, que un día habían servido para describir una determinada situación social, interpretar una correlación de fuerzas, suscitar adhesiones, despertar entusiasmo o movilizar voluntades, pero que en la España de los años sesenta y setenta ya no poseían socialmente el mismo significado, o no todo el que en origen habían tenido. Eran palabras fetiche, que se invocaban de manera casi ritual para representar en el presente circunstancias del pasado.
La izquierda radical, en tanto que nueva izquierda, heredó, a través de textos y de la transmisión oral, un discurso y un lenguaje, y junto con ello la representación del mundo de quienes lo habían elaborado, pero no heredó el mundo real que había sido representado con aquellas palabras. De este modo, la elaboración de programas utilizando el mismo lenguaje, el lenguaje común de la izquierda, permitió la continuidad de los significantes, lo cual fue muy importante para mantener la liturgia política y los vínculos con la tradición revolucionaria, pero no consiguió que los significados fueran los mismos, aunque, en virtud de una posición reverencial ante la doctrina -el miedo a la heterodoxia-, las palabras clave se conservaron a pesar de que las circunstancias habían cambiado. 
Y es aquí donde, a pesar de la pretensión científica que exhibían como fundamento la mayoría de los programas, las palabras sirvieron para construir mitos, pues no se advertía que mientras el tiempo había pasado y el mundo se había movido, los conceptos habían quedado petrificados, congelados. Surgía entonces el culto a la palabra, al signo, como representación de una situación ideal, pero con un sentido perpetuo. Y de ahí es de donde, pienso, que debemos salir para seguir siendo útiles en el tiempo presente.
Muchas gracias.  

Madrid, 5 de marzo de 1997.
Escuela de Relaciones Laborales 

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