domingo, 25 de febrero de 2018

Ramos Oliveira. II República

“La experiencia demuestra que cuando se inicia una revolución concediendo autonomías se decreta el fracaso de la revolución y de las autonomías.
En España, la discreción aconsejaba que la política autonomista de los republicanos (en sentido genérico, burgueses y proletarios) se circunscribiera al caso catalán. Pero la República, al organizarse, en realidad, sobre el módulo federal, ofreció la autonomía a cuantas regiones la solicitaran (…)
Inserto en la Constitución con alcance general el derecho de autonomía, no ofrece dudas que a ningún movimiento regionalista, cualquiera que fuese su condición, que obtuviera las dos terceras partes de los sufragios regionales para el Estatuto, podría negárselo la República sin contradecir su propia ley. Con tan flagrante inconsecuencia, pues, quisieron los republicanos hacer excepción con los vascos, por tratarse de un partido católico y conservador y ser bien conocido su separatismo.
Donde el problema no existía, la República iba a crearlo. La República creaba un nuevo interés, y en torno a él se congregaban ya ilusiones y apetitos que cada día pedirían satisfacción con mayor impaciencia y más poder. Así, el nacionalismo vasco llegaría a contagiar, después de lograda la autonomía, a gentes afiliadas toda su vida al internacionalismo, ahora políticamente corrompidas por el poder que la autonomía les puso en la mano; y en labios de viejos socialistas se oiría la extraña frase de que era vascos antes que socialistas. Cosa nunca escuchada hasta entonces.
Los regionalistas gallegos se trocaron, a favor de la liberalidad republicana, en organización política que pretendía equipararse en el área estatal con la antigua y vigorosa nacionalidad de Cataluña.
Con todo el esfuerzo que el asunto requería, el regionalismo valenciano izó, asimismo, su bandera, advirtiendo a la República que también en esta comarca había costumbres particulares.
En Andalucía también pusieron a ondear una enseña regional, y el grupo de cordobeses y sevillanos que la levantó expresó sus pretensiones de que presidiera otro estadito.
Por su parte, una tertulia de aragoneses estimó patriótico deber conseguir que Aragón no quedara preterido en el reparto de libertades y proclamó su aspiración a la igualdad con Cataluña, Galicia, el País Vasco, Andalucía y Valencia (…) Estaba claro que el período constituyente no se cerraría jamás, pues siempre habría alguna región absorbida internamente en la lucha por la autonomía, esto es, por la constitución regional.
Nadie se atreverá a negar la diversidad geográfica y folclórica de España. Pero ninguna gran nación se compone de un solo pueblo, raza o unidad folclórica; y es incuestionable que ni las características geográficas y étnicas, ni la existencia de un dialecto o una lengua primitiva, ni la perpetuación anacrónica de varios fueros medievales, ni una manera peculiar de danzar o arrancar sonidos a curiosos instrumentos musicales, se pueden aceptar como base del derecho a constituir un estado o fundar instituciones políticas particulares”.
A. Ramos Oliveira: “III. El nacionalismo catalán” en “La unidad nacional y los nacionalismos españoles”, Méjico, Grijalbo, 1970.

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