sábado, 10 de febrero de 2018

Izquierdas y autodeterminación (1)


El intento, por ahora fallido, de los partidos nacionalistas catalanes de declarar de modo unilateral la independencia de Cataluña ha colocado en primer término y de modo imperativo el espinoso asunto de la cuestión nacional.
Es este uno de los temas recurrentes de la vida política española desde que concluyó la Transición (ya lo era antes, pero expresado de otra manera), pues, con etapas de más intensidad -el Plan Ibarretxe (2003-2005) y “el procés” (2012-2017), no han dejado de estar presentes en la agenda política las demandas de los partidos nacionalistas vascos y catalanes, como fruto de la tenacidad de grupos activos (y en el caso vasco, con apoyo armado) que han hecho de la acción contenciosa su razón de existir.
La compulsiva búsqueda de unos signos que definan una identidad colectiva fuerte y duradera lleva a los grupos nacionalistas a preguntarse por el ser y el devenir y, en consecuencia, por los lazos simbólicos y materiales que aseguren la permanencia de la comunidad imaginada, desde la noche de los tiempos hasta la actualidad, para cumplir el mandato de la tierra y ocupar el lugar que la historia les tiene asignado como sujetos políticos entre las otras naciones.
La construcción con éxito de un artificioso relato que vincula el pasado heroico y remoto -la perdida edad de oro- con el presente no puede eludir el interrogante que preside la relación entre el hoy y el mañana, entre la (sometida) nación del presente y la (triunfante) nación del futuro como país independiente, o entre lo que los nacionalistas son y lo que creen que merecen. Hiato que debe salvarse mediante una constante ofensiva política.
La enfermiza interrogación de los movimientos nacionalistas sobre sí mismos y la insatisfacción percibida entre lo que consideran potenciales capacidades de su superior naturaleza y las limitadas expectativas políticas que ofrece el orden vigente, les han llevado a ejercer una incesante presión sobre el Gobierno central y las instituciones públicas para descentralizar la gestión política y administrativa y ampliar, así, el marco de sus competencias, hasta llegar, cuando han creído tener el respaldo social suficiente, a plantear la descentralización completa, es decir, constituirse en países independientes y realizar la transición entre el ser y el deber ser, que, en el caso que nos ocupa, es el tránsito desde lo que Cataluña es a lo que, según los nacionalistas, debería ser.  
Olvidemos considerar si una mágica “desconexión” con España, plasmada en una vergonzante declaración de independencia carente de cualquier requisito democrático, es un medio eficaz para pasar del ser al deber ser, porque detrás de las preguntas sobre la identidad de Cataluña y sobre su futuro como nación, que han alentado “el procés” -¿Qué es Cataluña? ¿Qué debe ser Cataluña? ¿Qué puede ser Cataluña?-, hay otras que remiten a la unidad de España y la diversidad nacional, a la vinculación de sus regiones (o naciones) y a qué cosa o ente es España. ¿Es una nación o sólo es un Estado? ¿Es una nación o varias naciones? En todo caso, ¿Cuáles naciones? ¿Cuántas naciones? ¿Y cuántos posibles estados?
Estas preguntas ya se plantearon en los años finales de la dictadura y durante la Transición, y los partidos de la izquierda, primero casi todos, y después los de la izquierda radical ofrecieron unas respuestas tan diferentes, que, realmente, la pregunta quedó sin contestar de modo concluyente, aunque el problema político quedó, de momento, resuelto con el desarrollo del Estado autonómico.

Fragmento del artículo publicado en “El viejo topo” nº 361, febrero, 2018.

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