domingo, 24 de diciembre de 2017

Pequeña producción

Los indepes aún no han llegado al siglo XX en su evolución. Les cuesta remontar el antiguo régimen, desprenderse de la presión gremial, y corporativa, desbordar la perspectiva provincial, el modo de vida tradicional, sustraerse a la influencia clerical y superar la noción local del capitalismo embrionario. Su concepción económica no rebasa el mercado local y la pequeña producción, el colmado de barrio, la mercería, la panadería y la botiga de enfrente y la carnicería de la esquina. Piensan en términos de autarquía; lo que producimos en Cataluña lo consumimos en Cataluña y no dependemos de nadie, por eso podemos ser independientes. Creen que los coches que fabrica la SEAT sólo se venden en Cataluña, que se pueden comer todas las peras y las manzanas de Lérida y todo el arroz del delta del Ebro; que el mercado doméstico puede absorber todos los productos del cerdo y que se pueden beber ellos solitos todo el cava o el vino de Alella o del Priorato que producen y así sucesivamente. Para ellos no existen ni el mercado nacional -¡qué horror, España!-, ni el internacional, ni la globalización, porque su concepción del mundo es provinciana. Por eso se imaginan que la Caixa o el Sabadell han crecido tanto abriendo libretas de ahorros por las masías del interior y que la pujante industria textil, que durante décadas ha fabricado las sábanas, las camisas y camisetas, calcetines y jerseis de toda España, pudo venderse sin hablar castellano, que ha sido y es la lengua de los negocios.
No se han parado a pensar en los efectos económicos de la independencia, porque aún carecen de los instrumentos intelectuales para percibirlos; simplemente no existen; sólo existe lo que les dicta su fe.

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