viernes, 22 de diciembre de 2017

De susto

Dos años de vértigo han transcurrido en Cataluña, y en buena medida en el resto de España, desde las elecciones “plebiscitarias” de septiembre de 2015 hasta las elecciones de ayer, autonómicas “normales”, dicho con prevención, porque la situación de Cataluña dista de ser “normal”.
La celebración de unas elecciones autonómicas convocadas por el Gobierno central al amparo de la aplicación del artículo 155 de la Constitución es una anomalía que trataba de restaurar el orden constitucional alterado por la confusa declaración de independencia del Govern de Puigdemont, pero no era lógico esperar que, en tan poco tiempo, produjera un cambio notable en la correlación de fuerzas entre independentistas y no independentistas o unionistas.    
Con una participación muy alta (82%), en lo que se refiere a los dos grandes bloques de opinión formados en torno a la cuestión nacional, las elecciones han dejado una situación muy semejante a la de los días previos a la convocatoria: los independentistas han obtenido el 48% de los votos válidos y los no independentistas el 52%, el mismo porcentaje que hace dos años. Lérida y Gerona son provincias con una mayoría partidaria de la secesión y Barcelona y Tarragona, provincias donde triunfa la tendencia contraria. Si el Gobierno de Rajoy pensaba -y hay declaraciones que así lo indican- que con la aplicación del artículo 155 el independentismo estaba derrotado o seriamente afectado, estaba en un error. Quizá sus partidos pudieran quedar descabezados, como aseguraba la vicepresidenta en unas imprudentes declaraciones, pero no por eso el movimiento que los apoya iba a renunciar a su objetivo. Y los resultados lo confirman.
JuntsxCat ha recibido el 21,65% de los votos y 34 diputados y ERC, el 21,39% y 32, diputados. Los independentistas han premiado más “la fuga” de Puigdemont -para ellos President en el exilio- antes que la cárcel de Junqueras, mostrando su preferencia por la picaresca antes que por el martirio.
En conjunto, el bloque soberanista se mantiene estable, por lo que no es descartable la tentación de continuar “el procés” desde la Generalitat, aunque de otra manera o de rentabilizar la victoria en una hipotética negociación. En cualquier caso, la gobernación no será fácil, pues van a tener enfrente a una oposición muy peleona, encabezada por Ciudadanos, y además van percibir las consecuencias del deterioro económico provocado por “el procés”, que seguramente irá a más.
La victoria indiscutible ha sido para Ciudadanos, que ha recibido más de un millón de votos, el 25,37% de los válidos, y 37 escaños, consecuencia de un discurso contra el nacionalismo, firme y coherente de Inés Arrimadas, mantenido a lo largo del tiempo. Como derecha neoliberal no se le puede pedir programa social, pero en la defensa de la unidad territorial del país ha sido eficaz y coherente. Pero con 37 diputados y lo que tiene alrededor no puede formar gobierno, aunque sí encabezar una oposición que puede ser muy dura.
Justo lo contrario le ha sucedido al Partido Popular, que ha sufrido una derrota estrepitosa, que puede deberse a una campaña electoral desastrosa, llena de provocaciones y meteduras de pata, y sobre todo a su morosidad a la hora de hacer frente al desafío de los soberanistas. Los votantes la han castigado tanto por dejar que la situación llegara hasta el extremo de tener que aplicar el artículo 135 y por años de silencio sobre el problema. Su posición como Gobierno ha sido suicida: no hablar con los independentistas pero tampoco combatir sus argumentos. El “premio” a esta parálisis son los 3 diputados obtenidos (pierde 8), que le conducen al grupo mixto. En Génova deben estar asustados por el ascenso de Ciudadanos.
A pesar de los intentos de Iceta, los resultados han dejado frustración en el PSC, que con 17 escaños, aguanta y gana uno, no recibe el voto esperado a su espíritu conciliador y aglutinante. Su postura ha sido a ratos ambigua y a ratos conciliadora y constructiva, pero en un clima muy polarizado su opción por la tibieza, por quedarse en un lugar intermedio no ha recibido el apoyo que esperaba.  
En la CUP, la catástrofe que representa perder 6 votos de 10 que tenía, no les priva de seguir teniendo en sus manos -Dempeus!- la llave del futuro gobierno de la Generalitat, pues los 4 escaños que conservan serán necesarios para formar la mayoría nacionalista de 70 escaños en el Parlament. 
Preocupación en la casa común de la izquierda CatComún-Podem, que pierde 3 escaños respecto a las de 2015 como CatSqPot. Los divisiones internas de Podemos no han favorecido, pero tampoco la equidistancia entre la crítica al artículo 155 y la declaración unilateral de los independentistas, ni la falta de claridad respecto al problema nacional y a los partidos independentistas. La alianza de la preocupante ambigüedad de Podemos con el oportunismo sin principios de Colau ha obtenido 8 escaños (3 menos que en 2015), que les colocan en una difícil situación ante la polarización de un casi seguro gobierno independentista y una oposición capitaneada por Arrimadas.
Si el Parlament refleja la opinión de la sociedad catalana, entonces hay que admitir que Cataluña es una sociedad de derechas, variadas (derechas independentistas y unionistas; del siglo XIX y del siglo XXI; tradicionales y neoliberales; laicas y confesionales; corruptas y honradas) pero derechas al fin y al cabo.
La suma, improbable como gobierno pero real como ideología dominante, de los diputados de JunstxCat (34), de ERC (32), de Ciudadanos (37) y del PP (3) da 106 diputados sobre el total de 135, mientras que la suma de los diputados de las izquierdas (también variadas y de alianza improbable) ofrece sólo 29escaños: 17 del PSC, 8 de CatComún-Podem y 4 de la CUP. Pocos y mal avenidos.

Para las izquierdas, los resultados son de susto, por lo cual, deberían abandonar cualquier intento de buscar consuelo en un moderado pragmatismo -seguimos siendo necesarios- y en las particularidades de la situación -muy adversa para los valores de izquierda- y buscarse una vacuna contra la picadura del virus mortal del nacionalismo, que por ahora parece no tener cura. 

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