Good morning, Spain, que es different
En el Congreso la situación es compleja. Se ha
terminado la mayoría absoluta (absolutista) del PP, pero la actual correlación
de fuerzas y la falta de disposición o de adiestramiento de los nuevos partidos
(el PSOE, en cierto modo también lo es) impide configurar mayorías para sacar
adelante las leyes que espera una parte importante de la ciudadanía.
De momento, Rajoy ha conseguido sacar adelante
los Presupuestos Generales de 2017 con el respaldo de 176 diputados del PP,
PNV, Ciudadanos, Coalición Canaria y Nueva Canaria, habiendo rechazado todas
las enmiendas de los partidos opuestos. Ha pagado una elevada factura -15.000 millones de euros comprometidos hasta el final de la legislatura- por tales apoyos, pero
obtiene oxígeno para mantenerse en el Gobierno un par de años más. Cuando queramos darnos
cuenta habrá transcurrido la mitad de otra legislatura sin otro horizonte que
consolidar la “recuperación” económica con más austeridad hacia abajo, beneficios
hacia arriba ni más ambición que seguir el camino que marque Ángela Merkel,
como si nada importante hubiera ocurrido en los últimos diez años. Ahora el hemiciclo tiene más vida y todo es
menos previsible. Al Congreso llega mejor la opinión de la calle, han entrado
en la cámara asuntos que antes estaban vetados por la actitud del Partido
Popular, pero no basta, pues, para que en la sociedad se noten los cambios debe
haber, primero, nuevas leyes, y después que se apliquen, pero aún lo primero es
difícil por los problemas que tienen los partidos para hablar y llegar a
acuerdos mínimos.
Como producto de su juventud, dos de ellos
están en una fase en que temen desnaturalizarse, o incluso traicionarse, si
llegan a ciertos acuerdos con fuerzas que no son afines. En realidad, todos se
tratan como adversarios a los que hay que batir y no como posibles aliados con
los que hay que llegar a algún acuerdo para que sea verosímil su labor como
oposición, porque a veces da la impresión que hacer de oposición es oponerse a
los demás partidos. Así hay proyectos de leyes que no salen adelante porque no
hay acuerdos en los aspectos concretos, una docena de comisiones de
investigación (¡bienvenidas sean!) esperan el acuerdo sobre los componentes,
sobre su presidencia o sobre comparecientes, o por esa misma falta de acuerdo el PP intentar
dar carpetazo a alguna otra.
Da la impresión de que los partidos de la
oposición no se ponen de acuerdo porque no han determinado que es lo
fundamental en esta etapa: si es echar a Rajoy o reformar lo que se pueda, o
ambas cosas, y en la duda se mantiene Rajoy y se paralizan las esperadas
reformas. Cierto es que determinadas reformas no podrán hacerse mientras Rajoy esté
al frente del Gobierno y siga dócilmente las instrucciones de la Unión Europea,
pero, sobre todo en Podemos parecen no saber qué hacer ante una situación que
no es la esperada, que era la de alzarse con la victoria -asaltar el cielo- y
colocarse en el gobierno -que era poco creíble-, ante lo cual deben pasar al
plan B, del que carecen. Mientras lo preparan, siguen metidos en el regate
corto, en lanzar iniciativas de escaso recorrido para marcar el terreno a
posibles aliados, en librar escaramuzas que desgastan poco al Gobierno pero
entretienen las tertulias y en mantener un talante transgresor que empieza a
parecer infantil.
Si se trata de cambiar algunas cosas, de llevar
a cabo algunas reformas, aunque no tengan la profundidad deseada ni sean todas
las que espera la gente, los partidos de la oposición deberían cambiar de
actitud, lo cual es difícil de lograr por la situación que atraviesan, casi
todos ellos inmaduros, incluso el PSOE, metido en un proceso de renovación que
no se sabe cómo terminará.
Los dirigentes se mueven entre la presión de
las bases y la opinión pública y el temor a pactar y desnaturalizarse y se
percibe en ellos falta de comunicación consistente -no sólo titulares-, poca
pedagogía política y escasa claridad en los programas, que siempre han sido un
instrumento fundamental y más en tiempos de gran confusión, como los actuales,
pero que ahora han perdido importancia.
El
programa señala el último objetivo -ausente o desdibujado, en la mayoría de los
casos-, que es lo deseable, lo imaginado (falta imaginación), pero acota el
campo de lo que es alcanzable de manera inmediata y señala pasos para avanzar
hacia los últimos fines cubriendo etapas, pero admitiendo que eso también
conlleva renuncias; señala el camino, que no es rectilíneo ni está exento de
pactos y compromisos.
Para no engañar a la
gente con un populismo facilón, no basta con señalar la indignación que genera
el insatisfactorio presente y oponer como alternativa un futuro idílico aunque
poco claro, hace falta explicar que, ante la imposibilidad de alcanzar todo de
golpe, mágicamente, avanzar en algunos aspectos implica renunciar a hacerlo en
otros. Y ese tipo de argumentos forma parte de la educación política de la que
estamos tan necesitados en este país. Entretanto, no salimos del corto plazo, de
las maniobras tácticas, de la eficacia inmediata, del regate, del ardid para
descolocar al adversario y, sobre todo, al posible aliado, de la frase rotunda
o del titular de periódico; de la politiquilla o de la politiquería; del tiqui-taca
sin tirar a puerta.
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