viernes, 2 de junio de 2017

Así estamos. 4. El Congreso

Good morning, Spain, que es different

En el Congreso la situación es compleja. Se ha terminado la mayoría absoluta (absolutista) del PP, pero la actual correlación de fuerzas y la falta de disposición o de adiestramiento de los nuevos partidos (el PSOE, en cierto modo también lo es) impide configurar mayorías para sacar adelante las leyes que espera una parte importante de la ciudadanía.
De momento, Rajoy ha conseguido sacar adelante los Presupuestos Generales de 2017 con el respaldo de 176 diputados del PP, PNV, Ciudadanos, Coalición Canaria y Nueva Canaria, habiendo rechazado todas las enmiendas de los partidos opuestos. Ha pagado una elevada factura -15.000 millones de euros comprometidos hasta el final de la legislatura- por tales apoyos, pero obtiene oxígeno para mantenerse en el Gobierno un par de años más. Cuando queramos darnos cuenta habrá transcurrido la mitad de otra legislatura sin otro horizonte que consolidar la “recuperación” económica con más austeridad hacia abajo, beneficios hacia arriba ni más ambición que seguir el camino que marque Ángela Merkel, como si nada importante hubiera ocurrido en los últimos diez años. Ahora el hemiciclo tiene más vida y todo es menos previsible. Al Congreso llega mejor la opinión de la calle, han entrado en la cámara asuntos que antes estaban vetados por la actitud del Partido Popular, pero no basta, pues, para que en la sociedad se noten los cambios debe haber, primero, nuevas leyes, y después que se apliquen, pero aún lo primero es difícil por los problemas que tienen los partidos para hablar y llegar a acuerdos mínimos.
Como producto de su juventud, dos de ellos están en una fase en que temen desnaturalizarse, o incluso traicionarse, si llegan a ciertos acuerdos con fuerzas que no son afines. En realidad, todos se tratan como adversarios a los que hay que batir y no como posibles aliados con los que hay que llegar a algún acuerdo para que sea verosímil su labor como oposición, porque a veces da la impresión que hacer de oposición es oponerse a los demás partidos. Así hay proyectos de leyes que no salen adelante porque no hay acuerdos en los aspectos concretos, una docena de comisiones de investigación (¡bienvenidas sean!) esperan el acuerdo sobre los componentes, sobre su presidencia o sobre comparecientes,  o por esa misma falta de acuerdo el PP intentar dar carpetazo a alguna otra.
Da la impresión de que los partidos de la oposición no se ponen de acuerdo porque no han determinado que es lo fundamental en esta etapa: si es echar a Rajoy o reformar lo que se pueda, o ambas cosas, y en la duda se mantiene Rajoy y se paralizan las esperadas reformas. Cierto es que determinadas reformas no podrán hacerse mientras Rajoy esté al frente del Gobierno y siga dócilmente las instrucciones de la Unión Europea, pero, sobre todo en Podemos parecen no saber qué hacer ante una situación que no es la esperada, que era la de alzarse con la victoria -asaltar el cielo- y colocarse en el gobierno -que era poco creíble-, ante lo cual deben pasar al plan B, del que carecen. Mientras lo preparan, siguen metidos en el regate corto, en lanzar iniciativas de escaso recorrido para marcar el terreno a posibles aliados, en librar escaramuzas que desgastan poco al Gobierno pero entretienen las tertulias y en mantener un talante transgresor que empieza a parecer infantil.  
Si se trata de cambiar algunas cosas, de llevar a cabo algunas reformas, aunque no tengan la profundidad deseada ni sean todas las que espera la gente, los partidos de la oposición deberían cambiar de actitud, lo cual es difícil de lograr por la situación que atraviesan, casi todos ellos inmaduros, incluso el PSOE, metido en un proceso de renovación que no se sabe cómo terminará.
Los dirigentes se mueven entre la presión de las bases y la opinión pública y el temor a pactar y desnaturalizarse y se percibe en ellos falta de comunicación consistente -no sólo titulares-, poca pedagogía política y escasa claridad en los programas, que siempre han sido un instrumento fundamental y más en tiempos de gran confusión, como los actuales, pero que ahora han perdido importancia.  
El programa señala el último objetivo -ausente o desdibujado, en la mayoría de los casos-, que es lo deseable, lo imaginado (falta imaginación), pero acota el campo de lo que es alcanzable de manera inmediata y señala pasos para avanzar hacia los últimos fines cubriendo etapas, pero admitiendo que eso también conlleva renuncias; señala el camino, que no es rectilíneo ni está exento de pactos y compromisos.
Para no engañar a la gente con un populismo facilón, no basta con señalar la indignación que genera el insatisfactorio presente y oponer como alternativa un futuro idílico aunque poco claro, hace falta explicar que, ante la imposibilidad de alcanzar todo de golpe, mágicamente, avanzar en algunos aspectos implica renunciar a hacerlo en otros. Y ese tipo de argumentos forma parte de la educación política de la que estamos tan necesitados en este país. Entretanto, no salimos del corto plazo, de las maniobras tácticas, de la eficacia inmediata, del regate, del ardid para descolocar al adversario y, sobre todo, al posible aliado, de la frase rotunda o del titular de periódico; de la politiquilla o de la politiquería; del tiqui-taca sin tirar a puerta. 

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