El otro día, rebuscando entre
papeles, di con un ejemplar de la Línea Política de Octubre. Lo leí, releí, y
saqué unos datos que me hacían falta sobre las clases sociales de aquellos
años.
Ya la había ojeado cuando preparaba la ponencia para el congreso “Las otras
protagonistas de la Transición” (ahora estoy metido con una especie de
continuación de ese texto), pero esta vez me entretuve más y según leía se me ocurrió la
idea de publicarla, no como solución a problemas de ahora, sino como un ejemplo
pedagógico de lo que se puede hacer para conocer la realidad y luego poder transformar
la sociedad.
Viendo la desorientación
política de las clases subalternas ante una agresión brutal a sus condiciones
de vida y trabajo y viendo los jiribeques que hacen unos y otros partidos para
colocarse en las instituciones y simular que hacen algo en su favor, pensé que
en la Línea Política podía haber un modelo muy pedagógico útil para animar a
alguien, seguramente pocos, a hacer algo serio para conocer la sociedad
española en los parámetros actuales y animarse a cambiarla.
La larga irrelevancia y agonía
final de IU, la profunda crisis del PSOE y la futilidad y la inconsistencia de
Podemos me llevan a pensar que algo tiene que ver todo ello con el
desconocimiento de la sociedad española de hoy día por parte de estos
partidos, salvo lo que digan las encuestas, los sondeos de opinión y los medios
de información de masas, que suelen ser su principal cuando no su única
referencia. De ahí que considere que el contenido de esas “viejas páginas”
puede ser de utilidad como aviso de lo que no se hace y referencia de lo que se
debe y puede hacer. No pienso que los resultados de los análisis de entonces tengan gran utilidad
para hacer frente a las necesidades políticas de hoy, tan grandes son los
cambios habidos, pero me parecen valiosos como análisis, como forma de
acercarse y acotar la realidad, desde los aspectos más generales -Las bases
teóricas- hasta los aspectos más concretos de la táctica, los programas de
lucha y las campañas de resistencia a las diversas formas de la ofensiva
burguesa.
La Línea presenta una
gradación que va desde lo más general y alejado de la práctica inmediata hasta lo más
concreto del activismo, que son las consignas, y desde la situación nacional al
análisis internacional, y ofrece, además, una visión sintética de los grandes
problemas económicos y políticos de aquellos años. Ofrece una visión del país (una especie de radiografía),
del mundo y una posición ética y política ante él. Orienta, guía. Leyéndola, el lector obtiene, en
forma resumida, una idea de cuál era la situación política de España en aquel
momento, cuáles eran los grandes problemas, los grandes retos, y cuáles eran
las principales fuerzas actuantes.
Me
parece que a día de hoy faltan en los discursos políticos alusiones a las
clases sociales y a su relación con los partidos políticos, a la correlación de
fuerzas. Y nadie se formula estas preguntas: ¿cómo es la sociedad española? ¿Qué
fuerzas sociales actúan en ella y cómo la determinan? ¿Quién manda y cómo
manda? ¿Es realmente democrático este régimen político? ¿Cómo es el Estado y a
quién sirve? ¿A quién representan los partidos políticos? ¿Cómo es posible
cambiar las cosas? ¿Con quién contar para cambiarlas? Y otras muchas del mismo
estilo, que son previas, creo yo, a cualquier intento de querer cambiar el
estado actual de las cosas.
De
ahí vendrían otras preguntas, como ¿qué es una línea política? ¿Para qué sirve?
¿Es necesario un instrumento político como un partido para actuar sobre la
sociedad? ¿Qué instrumento, qué partido? ¿Qué es la estrategia? ¿Qué es la
táctica? ¿Qué es la línea de masas? Es decir, instrumentos políticos necesarios
que han quedado arrumbados como viejos cachivaches sin utilidad al ser
asociados al leninismo, a los partidos comunistas y a conceptos como
revolución, proletariado, burguesía, clases sociales, etc, etc, que han sido
desterrados del lenguaje académico, del periodístico y también del político.
Estoy pensando en una edición de
La línea con una amplia y pedagógica
introducción) con un gran aparato de notas y con los apéndices necesarios para
publicar una obra no sólo inteligible sino atrayente e instructiva, y a ser posible,
agradable de ver y leer (también un producto atractivo en el mercado editorial).
Con ello no estoy proponiendo
una nueva biblia que salve a ningún político de su indigencia intelectual (aunque
tampoco vendría mal) ni que sirva de palanca para mover el mundo, ni siquiera
un barrio de Madrid, sino algo tan modesto como para ilustrar a unos pocos
lectores interesados y tan valioso como para evitar que desaparezca en el
fárrago de los papeles de un archivo, que, salvo algún inglés un poco loco,
nadie va a consultar.
Ya me dirás (mensaje por
correo electrónico a Manolo Herranz).
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