domingo, 12 de febrero de 2017

Tópicos y lugares comunes

Good morning, Spain, que es different
En este fin de semana se han celebrado tres eventos políticos importantes, de distinta entidad: el congreso del partido que gobierna, y un acto y el congreso de dos partidos que se disputan la hegemonía en la oposición, pero los tres con un rasgo común: han sido tres miradas a tres ombligos, pues en ninguno de ellos se ha hablado de política. Se ha aludido, con circunloquios y dando mil vueltas, al poder; a conservarlo, a ampliarlo, a conquistarlo o a compartirlo (si no queda más remedio), pero hasta ahora no se ha hablado de política; de los problemas de este país, ni siquiera de los más acuciantes, y cómo afrontarlos; no se ha hablado de un modelo económico devastador, del ocaso de Europa, de la deriva del mundo, de Trump, de Putin de los populismos, del fundamentalismo, de las guerras, de la marginación de minorías étnicas, religiosas y sexuales; del tráfico de seres humanos; de la lacerante desigualdad y de la insultante acumulación de riqueza en cada vez menos y poderosas manos, del expolio de la naturaleza, del cambio climático, que ya está aquí, o de la impotencia de las instituciones internacionales para hacer frente a todo ello de manera concertada; no se ha hablado de ideas, de valores, de proyectos, de sueños. De todo lo que comporta, e importa, de la actividad política, si es que sigue siendo una actividad necesaria para vivir en colectividad.

El congreso de PP, de continuidad (el eje estratégico), ha sido en realidad un homenaje a Rajoy, que ha sido elegido presidente del partido por cuarta vez, con un respaldo superior al 95%, a la “búlgara” o al estilo franquista, con la probada lealtad inquebrantable de sus compañeros, que se mostraron muy contentos de haberle conocido y de haberse conocido. Unidad y seguir gobernando, y a lo que caiga, que será mucho.
¿Qué ha dicho Rajoy, que mereció tal premio? Pues lo de siempre: muletillas, lugares comunes, recalcó lo bueno que es el PP (por lo inútiles que son los  otros), recordó que lleva muchos años en la política (toda la vida adulta chupando del erario público), que lo había dado todo y que podía dar mucho más (ojalá no lo haga). Y que va a seguir trabajando por este país, España, que es el mejor. 
Y ahí sigue, sin otro proyecto que aguantar y ofrecer más de lo mismo (expolio del país y tapar la corrupción). La corrupción de algunas personas es un accidental episodio del pasado, que no se va a repetir ni a consentir. Vale. 
    
Un caballeroso Abel Caballero, le ha montado a Susana Díaz -“lo mejor que tenemos”- un acto electoral en Madrid, en el que la agasajada no desveló si iba a presentar su candidatura a la Secretaría General -“tengo ganas, tengo fuerza, tengo ilusión…”, pero no aclaró más-. Ha sido un paseíllo.
La Sultana está realizando por provincias una gira artística donde va repitiendo “ni sí, ni no”, copla que tiene mucho éxito entre su público, aficionado a las palmas y al suspense. En Madrid también ha repetido esa grandiosa muletilla, que recita en cuanto le ponen un micrófono delante: que “quiere un partido ganador”. Pues, claro. ¿Y qué político o qué futbolista no lo quiere?
La frase, que debe tener un contenido cuya profundidad se me escapa, ha merecido el aplauso de los concurrentes, seguramente aficionados al fútbol y al PSOE, por este orden, porque, si Susana Díaz, una persona con un limitado repertorio argumental con el que suple malamente la carencia de ideas políticas, es lo mejor que tiene el PSOE, entonces auguro larga vida al fútbol y muy poca al socialismo español.

El tercer evento presuntamente político es el congreso de Podemos, Vistalegre II, o Vistachunga, porque las cosas tienen mala pinta, pues el partido-movimiento, o el partido-organización o el partido-comunión, llega dividido y enfrentado, con una larga siembra de agravios por un debate bastante crispado y trufado de advertencias (o amenazas) sobre la estructura de la organización y las funciones y límites del liderazgo; es decir enfrentado por el poder y su ejercicio. Pero, detrás de todo ello, hay dos problemas de diferente entidad -uno afecta al pasado y otro al futuro- que merecen ser atendidos de manera distinta.
El primero es el balance de los resultados electorales, que, como en los partidos de la casta, se saldó con una faena de aliño. No hubo dimisiones, como hubiera sido preceptivo a tenor de los principios de la nueva política, ni explicaciones convincentes por parte de quienes habían pronosticado unos resultados que, siendo buenos, estaban lejos de ser los anunciados. 
El mantra esgrimido en su día contra IU -“sabemos cómo ganar”-, no se cumplió, y tras las cuestionables actuaciones del Secretario General, en la primavera de 2016, el lema podría invertirse en “sabemos cómo perder”, que se confirmó en junio, con la pérdida de un millón de votos, el “sorpasso” desinflado y Rajoy en la Moncloa desde el mes de octubre.  
El otro asunto es la ambigüedad programática, que tiene que ver no sólo con la acotación de un espacio electoral, sino con la identidad del partido y con los objetivos que persiga. Según sean los propósitos, así serán los seguidores, o al revés, según sean los seguidores, así serán los objetivos. 
Hasta ahora Podemos ha sido ambiguo, pues no ha dejado claro si deseaba ajustar su programa a los electores, confirmado tantas veces en esa tópica respuesta “lo que diga la gente”, lo cual responde más a un partido pragmático o incluso conservador, que se adapta a los gustos de la mayoría de los votantes (un partido atrapalotodo), que al proyecto de un partido de izquierda, que selecciona a los electores más adecuados a su programa y educa a los que le faltan para acometerlo. 
En el primer caso, el impulso reformista se atenúa a lo que decide el sector políticamente más atrasado de los votantes, mientras que en el segundo, cuando es necesario un nuevo sujeto político -una nueva fuerza motriz- para llevar adelante una nueva política, el paso lo marcan los votantes más adelantados, pues, teniendo en cuenta la inercia dejada por la derecha tras largos de años de ejercer el poder (el asunto siempre vigente de la hegemonía), no hay reformas, por muy tibias que sean, si no hay un bloque significativo de ciudadanos radicalmente comprometidos con ellas. Pero eso, hoy, está reñido con la prisa por llegar al poder, que es lo que Podemos ha mostrado: prisa, mucha prisa.
Mezclado con ello, está la discusión sobre la democracia y la representación, la estructura orgánica, la jerarquía y el liderazgo y, además, la disputa personal entre Iglesias y Errejón, dos gallos de pelea en el mismo corral. Un corral grande, dicho sea de paso, con gallos (y gallinas con agallas) locales.
En unas horas sabremos en qué ha terminado todo, y si en algún momento han hablado de política en el amplio sentido de la palabra, no sólo en la noción de Weber, de aspirar a ejercer el poder por el prestigio que confiere.

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