Good morning, Spain, que es
different
Esperanza
Aguirre quiere ser alcaldesa de Madrid y no dice por qué, pero se adivina. La
primera razón es porque aspira a seguir mandando y mamando del Estado, como ha
hecho a lo largo de su vida adulta, y además utilizar las instituciones
públicas para defender los intereses de familiares y allegados. Pero hay otra
razón que es compatible con esta.
Aguirre
necesita un cargo público de relumbrón, desde el cual disputar a Mariano Rajoy
la dirección del Partido. Dejó la presidencia de la Comunidad de Madrid para
salvarse de los casos de corrupción de personas de su confianza que la podían
salpicar, pero con ello, a pesar de presidir el PP madrileño, se privó de una
plataforma necesaria para llevar a cabo sus planes.
Más tarde se dio cuenta del
error y ahora, desde una institución pública tan importante como el
Ayuntamiento de la capital, quiere dejar las intrigas y plantear la batalla
decisiva a un Rajoy que, según todos los pronósticos, está en fase de perder
cuotas de poder en toda España. Frente a un líder indeciso, discutido y
posiblemente derrotado en las elecciones generales de noviembre, la “Lideresa” se
presenta como la dirigente firme y decidida que necesita la derecha española en
horas bajas. Aguirre quiere ser la Spanish
Thatcher, la legítima heredera de Aznar, que ponga en evidencia la
inconsistencia de Rajoy. Ambición, sólo ambición, disfrazada de patriotismo.
Por
esta causa, su campaña electoral, salvo algunos despropósitos concretos, no alude
a problemas municipales sino a ideas generales, lo cual muestra que, en el
hipotético caso de alzarse con la alcaldía, se mantendrá en ella sólo el tiempo
necesario para lograr su gran objetivo, que es desplazar a Rajoy y, a ser
posible, llegar a La Moncloa. Mientras tanto, no necesita programa de gobierno,
le basta seguir las inclinaciones que le marque su neoliberal instinto de clase
y mantener una permanente campaña electoral sobre sí misma, propósito en el que
no le ha de faltar el apoyo de la prensa servil. Si la ambiciosa pero modesta Margaret
Thatcher, hija de un tendero, llegó al 10 de Downing Street, una condesa y
Grande de España no puede aspirar a menos.
Se
puede decir que la campaña personal de Aguirre “coincide” con la campaña
electoral del PP, a la que alude de vez en cuando, porque ella sola, como un
verso suelto del partido, se erige en defensora de España (su España), de la libertad,
de la democracia, de la regeneración, de la vida y del imperio de la ley. La
caraba. Carente de rubor y pertrechada con tales ideas, en realidad meras
palabras, ha retado a los aspirantes de los demás partidos a la alcaldía a
debatir con ella, pero ateniéndose a sus condiciones.
Con
una obscena demostración de uso patrimonial del poder se ha enseñoreado de
Telemadrid, que es como su casa, aunque la haya llevado a la quiebra a base de
exigirle inauditas dosis de coba, y se ha convertido en la estrella de la noche
recibiendo a sus oponentes a destajo, a los que va despachando uno tras otro,
sin escucharles ni concederles la menor tregua, contando con la aquiescencia de
la moderadora para quitarles la posibilidad de aprovechar a su gusto el escaso
margen de tiempo del que disponen.
Todo
ello parece una broma -una emisora pública utilizada como plataforma personal, el
formato del llamado debate y una empleada a su servicio haciendo el papel de
árbitro vendido al equipo local- pero es dramáticamente cierto. Aguirre es un
espécimen de este país; una genuina representación de la derecha hispánica, que
sólo juega cuando ha podido marcar las cartas.
En
realidad, esos debates carecen de sentido, porque Aguirre no quiere debatir,
sino lucir su cinismo, envuelto en descaro y campechanía. Para ella, las
palabras carecen de valor y los hechos también, la realidad no cuenta y los
llamados valores que dice defender, tampoco, pues su propia vida es una
negación completa de lo que proclama. Así, pues, carece de sentido hablar con
ella, es mejor tratar de entenderse con un chimpancé, con el cual es posible
compartir gestos y algún sentimiento sincero, como la compasión, que Aguirre
desconoce por cuna y deformación profesional. Nobleza obliga.
Desde hace años, Aguirre es
una de las caras más tópicas de nuestro agónico régimen político -una
democracia de parientes y clientes- y del capitalismo español, un capitalismo
de amigotes, salvaje y parasitario, en el que se pueden hacer fáciles negocios
al amparo del poder público. Por lo tanto, nada hay que discutir; el lenguaje
que entiende es el de los hechos y el único argumento que le afecta es la
derrota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario