Como
otros años, se ha celebrado, aunque no con el boato acostumbrado y con una
honda división política e incluso física con manifestaciones separadas en
algunos lugares, el Dia de la Mujer. O, mejor dicho, el Día de la Mujer en
general, en una afirmación de género que ha logrado desterrar el primitivo
carácter laboral que tenía hasta hace cierto tiempo la celebración, instituida
en internacional homenaje a las mujeres trabajadoras, especialmente a las que realizan
un trabajo manual y directo sobre la materia productiva; a las obreras.
Ello
no priva de valor la reclamación de las mujeres de ejercer los mismos derechos
y tener acceso a las mismas metas y oportunidades que los varones y poder
disponer de su cuerpo y de su tiempo sin temores ni cortapisas, disfrutando
simultáneamente de libertad y seguridad.
Pero,
si bien, el movimiento defensivo de las mujeres, digamos, con cautela,
feminista, en las últimas décadas ha ganado en legitimidad y en la potencia
necesaria para que sus reclamaciones figuren en los primeros lugares de las
agendas políticas e informativas, y, en consecuencia, haya logrado producir un
buen repertorio de leyes en favor de su causa, al extenderse y diversificarse
ha perdido unidad, desbordado las antiguas fronteras y dando paso a tan
diversas interpretaciones que es posible hablar de feminismos más de que de feminismo
en singular, incluso de postfeminismo o de neofeminismo o veterofeminismo, no sólo
como tendencias divergentes, sino enfrentadas, que han supuesto una de las grandes
brechas entre los socios del Gobierno, puesto que tanto el PSOE como Podemos se
disputan la bandera del feminismo como un distintivo de su identidad. La otra
brecha, que está lejos de cerrarse, es la posición ante la guerra de Ucrania,
que merece un comentario aparte.
El Día
de la Mujer Trabajadora fue propuesto en Copenhague por la comunista Clara
Zetkin, en 1910, en la Conferencia de Mujeres Socialistas reunida para exigir
el derecho a votar, y se celebró por vez primera el 19 de marzo de 1911 en
varios países. Ese rasgo obrero y de clase se acentuó para rendir homenaje a
las 123 mujeres (y 23 hombres), en su mayoría emigrantes, fallecidas en un
incendio, declarado el día 25 de marzo de 1911 en una industria textil de Nueva
York, en la que permanecían encerradas por sus dueños. La tragedia tuvo efectos
positivos en la legislación laboral de Estado Unidos, y en las siguientes
celebraciones del día 8 de Marzo, se incluyeron reclamaciones referidas a las
condiciones de trabajo.
En la
jornada del Ocho de Marzo se ha ido disipando el carácter izquierdista y radical
que tuvo en la España católica y conservadora, al mismo tiempo que el
movimiento desdibujaba el perfil obrerista y adquiría un tono más moderado, se
hacía interclasista y transversal, más atento a las mujeres de clase media y a
las reclamaciones de género procedentes no necesariamente de mujeres.
Tanto,
que, centradas en las víctimas producidas por la violencia masculina, que con
toda justicia se lamentan y recuerdan, sus dirigentes han olvidado incluir,
hasta ahora, a las mujeres muertas en su puesto de trabajo, o cuando se
dirigían o volvían de él (in itinere), como si la constricción que impone la
producción capitalista sobre las mujeres como parte de la fuerza de trabajo fuera
un asunto menos grave y mereciera menos atención.
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