miércoles, 22 de marzo de 2023

Moción de censura 2. La desmemoria del ponente

En un discurso bastante deslavazado, salpicado de ocurrencias y lagunas, el profesor Tamames acusó al gobierno de producir todos los males imaginables, de problemas, tendencias y carencias que vienen de muy lejos, parecía acusar al gobierno de todo lo ocurrido desde décadas atrás. En su visión catastrófica del país, asumió aspectos de la visión de la historia reciente que es frecuente en la derecha. Pareció que se inspiraba en José María Pemán o en la historia de España de Ricardo de la Cierva, o quizá en ese ex izquierdista, que es Pío Moa, que, con la ciega fe del converso, ha encontrado un lugar en la literatura de entretenimiento reavivando los tópicos y muletillas más manidos de la propaganda franquista. Alguien ha dicho que Tamames se ha sumado a la “corriente revisionista” y no le ha faltado razón, pero revisionista, sobre todo, de su propia obra. Así parece que el ponente Tamames no ha leído lo que el catedrático Tamames escribió en 1973, que es lo siguiente:

 “Todavía hoy podrá decirse -durante treinta y seis años la insistencia en este sentido fue evidente- que el alzamiento militar tenía como objetivo iniciar una cruzada contra una república que inevitablemente llevaba a España al caos. Podrá afirmarse igualmente que el orden público, los atentados contra la Iglesia, los continuos brotes de violencia, etc, resultaban insoportables para el curso normal de la sociedad. Pero en el fondo del alzamiento -y en su ulterior desarrollo quedó bien claro- había un instinto de conservación de las posiciones de todas las fuerzas que lo apoyaron: el Ejército esperaba asumir de nuevo un papel decisorio en la vida política española, en vez de quedar relegado a una simple fuerza de seguridad al servicio de una democracia liberal o de un socialismo más o menos acentuado; la Iglesia quería recuperar su predomino espiritual sobre España y sus no es casos privilegios en materia de familia, educación e incluso finanzas; los terratenientes, industriales y grandes financieros de Renovación Española esperaban volver atrás, al ‘statu quo’ de las vísperas de 1931 y que en 1936 se veía seriamente amenazado; muchas de las clases medias, y aun no pocos elementos de las clases bajas, aspiraban a persistir en sus situaciones acomodadas o en sus objetivos de utilizar las vías de una movilidad vertical; los carlistas conspiraron, y marcharon al frente después, con una convicción más o menos firme de que el hundimiento de la República les permitiría recuperar sus fueros y, tal vez, entronizar a su pretendiente; por último, los falangistas, al calor de la ayuda nazi y fascista que prácticamente daban por asegurada, y sobre la base de ser el grupo con mayor agresividad ideológica en el contexto de la derecha, contaban con lograr el dominio del aparato del Estado para, desde él, instaurar su programa nacional-sindicalista, en una pretendida vía media entre el capitalismo y el socialismo, que hiciese posible igualmente el acceso de España a una serie de reivindicaciones de signo imperial.

Que fuesen los militares quienes hubieron de echar sobre sí el grueso del esfuerzo era algo enteramente lógico, desde el momento en que constituían la única fuerza que contaba con un aparato de fuerza indiscutible, con organización y disciplina. Ni los requetés, ni Falange tenían dispositivos mínimamente comparables. Pero al lado de los militares facciosos, del Ejército y de las milicias de Falange y del Requeté, estaban todas las demás fuerzas que representaban la tradición de una clases e instituciones dominantes no dispuestas a aceptar las reformas que estaban planteadas en el pacto del Frente Popular. Tal como puso de relieve en su intervención en las Cortes el 16 de junio de 1936 el presidente del gobierno, sin que nadie le rebatiera en este punto en aquellos días de <desorden>, según las derechas, los hoteles estaban abarrotado de turistas, y los espectáculos públicos se llenaban a rebosar; lo mismo que las calles. NO era precisamente un clima de guerra civil lo que había, como lo han puesto de relieve también las <Memorias> de Chapaprieta, escritas en 1937 y publicadas en 1971. La verdad es que el clima para ello se preparaba en el Parlamento -por las derechas- y en los cuarteles (por los oficiales antirrepublicanos).

También está históricamente claro que el alzamiento militar comenzó a planearse en su última y decisiva etapa, que conduciría a la guerra civil, inmediatamente después del triunfo del frente popular. A nuestro juicio, no influyeron en esa decisión ni el pretendido desorden generalizado, ni los crímenes políticos cometidos contra prohombres o personas poco significadas de la derecha (…)

Todo estaba listo, pues, para ir a la guerra civil; para algunos desde semanas atrás; para muchos desde el 16 de febrero de 1936; para Sanjurjo desde agosto de 1932; para no pocos desde el mismo 14 de abril de 1931”.

Ramón Tamames: (1973): La República. La era de Franco, Historia de España Alfaguara (VII), Madrid, Alianza, décima edición, 1983, pp. 229-231.

Para El obrero.es

 

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