viernes, 24 de marzo de 2023

Moción de censura 3. Sin emoción

Después de la mojiganga y de predecir el diluvio en tierra de secano, el resultado de la moción de censura de Vox contra el Gobierno ha sido el esperado, o por decirlo de modo cervantino: “caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”.

Pues eso, nada. Tanto trueno para nada, y muy poco en votos, pues han apoyado la moción los 52 diputados de Vox y uno de Ciudadanos. Parca cosecha para el trabajo de Abascal y de Tamames, que ha sido bastante deficiente.

Enfrente han tenido 201 votos negativos del Gobierno y de sus socios habituales, 89 abstenciones de diputados del PP y dos tránsfugas de UPN. Y se acabó.

La treta de Abascal para poner en apuros a Feijoo tiene toda la pinta de ser una ocurrencia. Todo ha parecido improvisado, tanto la justificación -España ante el abismo de un gobierno totalitario, Frankenstein y suicida-, como el propósito -adelantar las elecciones cuando sólo faltan meses para acabar la legislatura-, como el candidato interpuesto -un viejo antifranquista desnortado-, como la carencia de un programa, con el que el (hipotético) nuevo gobierno salido de moción debería corregir los desastres atribuidos al actual Ejecutivo.

La ausencia de este elemento fundamental en los discursos de Abascal y de Tamames, sembrados de exageraciones, falsedades y una nostalgia más bien rancia, delata el fin oportunista y reaccionario de la moción, que mira hacia atrás y deja un vacío hacia delante. Quizá se trata sólo de predicar el apocalipsis, por parte de Abascal, repitiendo lo ya conocido, los males sin cuento de la izquierda a la que cuelga una larga lista de adjetivos descalificativos, que es el discurso habitual de las clases conservadoras españolas desde el siglo XIX, resumido en predicar que España se hunde cuando ellas no gobiernan y que, por tanto, los partidos que representan a las clases populares no deben llegar al gobierno. Y si llegan, hay que apearlos cuanto antes.

Sobre el dictamen de Abascal, que en parte compartió, incluso la adulteración de las causas de la guerra civil, y sin programa alternativo que defender, las intervenciones de Tamames han tenido escasa enjundia, teórica e histórica, y el tono de regañinas amparadas en recuerdos de juventud, salpicadas de frases propias de una tertulia, aunque en sesiones parlamentarios ordinarias ha habido momentos mucho peores, pero la ocasión requería cierta solemnidad.   

Lo cual ha ofrecido una ocasión de oro al Gobierno para mostrar, con coherencia, ubicación temporal, absolutamente necesaria, y abundancia de datos, sus realizaciones, que no son pocas, a pesar de algunos gruesos errores cometidos en la legislatura, y también para restañar algo -¿y por cuánto tiempo?- la herida con su socio principal.

El presunto líder de la oposición, que mentalmente sigue en Galicia, aunque en la primera sesión se hizo el sueco, ha endilgado la papeleta de responder a tirios y a troyanos a la muy leal Cuca Gamarra, que es una eficaz vendedora de lo que sea, pues ha sido devota de Soraya, de Casado y ahora de Feijoo. Por su parte poco hubo, más de lo mismo y ponerse de perfil para acabar diciendo que estaban allí para defender a los españoles, por eso sus diputados se abstuvieron, que es una eficaz manera de defender lo que sea. Un gesto tibio, ni frío ni calor, para no molestar a los de Vox, sin aceptar ni rechazar su mano tendida, porque comparten muchas cosas con ellos, en el fondo y en las (malas) formas, y los necesitan para gobernar.

Casi todos, incluidos los socios más cercanos, sacaron a relucir alguna crítica al Gobierno para reforzar su identidad y satisfacer a sus respectivos electores, incluso Podemos, cuya portavoz parecía que defendía su particular moción de censura contra su propio Gobierno. Actitud que reforzaba Belarra en el pasillo.

Los partidos regionalistas y nacionalistas se despacharon bien, defendieron allí su voto negativo, pidieron lo que no les llega y defendieron su autonomía ante el centralismo de Vox con variado énfasis -excesivamente enfadado Baldoví, más templado Esteban-. Algunos lo hicieron con poco acierto y otros desde lugares imaginarios. Aizpurúa hablaba desde Euskal Herria, país que sólo existe en la imaginación de los abertzales, para un Estado oficial, que, para ellos, no tiene país real (España). La representante puigmontesca anduvo muy errada, pues fue allí a que le explicaran por qué el presidente del Gobierno no atiende a unos señores de la Unión Europea, precisamente el día en que se le quiere despojar de tal cargo, cosa que entendería un tierno, o tierna, infante. También fue a preguntar por qué el Gobierno les espiaba cuando preparaban “estructuras de Estado” para una futura república independiente y andaban en tratos con un señor que ha invadido Ucrania militarmente. Muy desesperado debe andar el “gran ausente” cuando se rodea de gente, que, sin preparación alguna, anda metida en asuntos del Estado.

La moción de censura ha fracasado en su propósito, como era de esperar, pero las dos jornadas de discusión han ofrecido un fresco del estado actual de la clase política, de los distintos modos de entender sus funciones y de las maneras tan distintas de percibir y describir la situación del país; pero no el estado de la nación, sino el estado de sus representantes políticos. Lo cual no está de más ante la inminente convocatoria de tres citas electorales, aunque eso no evita el que se haya pervertido el objetivo estricto de una moción de censura. 

 Para El obrero.es, 23/3/2023

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