Después de la mojiganga y de predecir el diluvio en tierra de secano, el resultado de la moción de censura de Vox contra el Gobierno ha sido el esperado, o por decirlo de modo cervantino: “caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”.
Pues eso, nada. Tanto trueno para nada,
y muy poco en votos, pues han apoyado la moción los 52 diputados de Vox y uno
de Ciudadanos. Parca cosecha para el trabajo de Abascal y de Tamames, que ha
sido bastante deficiente.
Enfrente han tenido 201 votos negativos
del Gobierno y de sus socios habituales, 89 abstenciones de diputados del PP y
dos tránsfugas de UPN. Y se acabó.
La treta de Abascal para poner en apuros
a Feijoo tiene toda la pinta de ser una ocurrencia. Todo ha parecido
improvisado, tanto la justificación -España ante el abismo de un gobierno
totalitario, Frankenstein y suicida-, como el propósito -adelantar las
elecciones cuando sólo faltan meses para acabar la legislatura-, como el
candidato interpuesto -un viejo antifranquista desnortado-, como la carencia de
un programa, con el que el (hipotético) nuevo gobierno salido de moción debería
corregir los desastres atribuidos al actual Ejecutivo.
La ausencia de este elemento fundamental
en los discursos de Abascal y de Tamames, sembrados de exageraciones,
falsedades y una nostalgia más bien rancia, delata el fin oportunista y
reaccionario de la moción, que mira hacia atrás y deja un vacío hacia delante. Quizá
se trata sólo de predicar el apocalipsis, por parte de Abascal, repitiendo lo
ya conocido, los males sin cuento de la izquierda a la que cuelga una larga
lista de adjetivos descalificativos, que es el discurso habitual de las clases
conservadoras españolas desde el siglo XIX, resumido en predicar que España se
hunde cuando ellas no gobiernan y que, por tanto, los partidos que representan
a las clases populares no deben llegar al gobierno. Y si llegan, hay que apearlos
cuanto antes.
Sobre el dictamen de Abascal, que en
parte compartió, incluso la adulteración de las causas de la guerra civil, y
sin programa alternativo que defender, las intervenciones de Tamames han tenido
escasa enjundia, teórica e histórica, y el tono de regañinas amparadas en recuerdos
de juventud, salpicadas de frases propias de una tertulia, aunque en sesiones
parlamentarios ordinarias ha habido momentos mucho peores, pero la ocasión
requería cierta solemnidad.
Lo cual ha ofrecido una ocasión de oro
al Gobierno para mostrar, con coherencia, ubicación temporal, absolutamente
necesaria, y abundancia de datos, sus realizaciones, que no son pocas, a pesar
de algunos gruesos errores cometidos en la legislatura, y también para restañar
algo -¿y por cuánto tiempo?- la herida con su socio principal.
El presunto líder de la oposición, que
mentalmente sigue en Galicia, aunque en la primera sesión se hizo el sueco, ha
endilgado la papeleta de responder a tirios y a troyanos a la muy leal Cuca
Gamarra, que es una eficaz vendedora de lo que sea, pues ha sido devota de Soraya,
de Casado y ahora de Feijoo. Por su parte poco hubo, más de lo mismo y ponerse
de perfil para acabar diciendo que estaban allí para defender a los españoles,
por eso sus diputados se abstuvieron, que es una eficaz manera de defender lo
que sea. Un gesto tibio, ni frío ni calor, para no molestar a los de Vox, sin
aceptar ni rechazar su mano tendida, porque comparten muchas cosas con ellos,
en el fondo y en las (malas) formas, y los necesitan para gobernar.
Casi todos, incluidos los socios más
cercanos, sacaron a relucir alguna crítica al Gobierno para reforzar su
identidad y satisfacer a sus respectivos electores, incluso Podemos, cuya
portavoz parecía que defendía su particular moción de censura contra su propio
Gobierno. Actitud que reforzaba Belarra en el pasillo.
Los partidos regionalistas y
nacionalistas se despacharon bien, defendieron allí su voto negativo, pidieron
lo que no les llega y defendieron su autonomía ante el centralismo de Vox con
variado énfasis -excesivamente enfadado Baldoví, más templado Esteban-. Algunos
lo hicieron con poco acierto y otros desde lugares imaginarios. Aizpurúa
hablaba desde Euskal Herria, país que sólo existe en la imaginación de los
abertzales, para un Estado oficial, que, para ellos, no tiene país real
(España). La representante puigmontesca anduvo muy errada, pues fue allí a que
le explicaran por qué el presidente del Gobierno no atiende a unos señores de
la Unión Europea, precisamente el día en que se le quiere despojar de tal
cargo, cosa que entendería un tierno, o tierna, infante. También fue a
preguntar por qué el Gobierno les espiaba cuando preparaban “estructuras de
Estado” para una futura república independiente y andaban en tratos con un
señor que ha invadido Ucrania militarmente. Muy desesperado debe andar el “gran
ausente” cuando se rodea de gente, que, sin preparación alguna, anda metida en
asuntos del Estado.
La moción de censura ha fracasado en su
propósito, como era de esperar, pero las dos jornadas de discusión han ofrecido
un fresco del estado actual de la clase política, de los distintos modos de
entender sus funciones y de las maneras tan distintas de percibir y describir
la situación del país; pero no el estado de la nación, sino el estado de sus
representantes políticos. Lo cual no está de más ante la inminente convocatoria
de tres citas electorales, aunque eso no evita el que se haya pervertido el
objetivo estricto de una moción de censura.
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